Si Vladimir Putin estuviera en sus cabales y sus asesores le aconsejaran en forma correcta ante tantas incongruencias, intentaría, al menos, pedirle a sus aliados de América Latina, dictadores sin escrúpulos, que por favor “se queden callados” y no le brinden el apoyo a la infame invasión en los medios de prensa.
Porque quienes le demuestran su respaldo, no son líderes democráticos, son dictadores desprestigiados ante los ojos del mundo y esto contribuye -aún más- al deterioro de la imagen del mandatario ruso y a una caída estrepitosa de la que nunca se recuperará.
Solo ver los nombres de los que le dan su “apoyo incondicional”, causa indignación y rechazo; Nicolás Maduro, Delcy Rodríguez y el ignoto canciller venezolano, Plasencia, sumados a los tiranos, Daniel Ortega de Nicaragua y Miguel Díaz-Canel de Cuba.
Putin ya está derrotado para la historia, de la que nunca será absuelto. No integrará la lista honrosa de los héroes que el mundo recordará con afecto y los textos de estudio, no dirán nada que sirva de buen ejemplo a las generaciones futuras.
Tal vez, eso sea lo que Putin quiere.