
Es casi una urgencia visceral del ser humano hacer un alto en el camino en algún punto de su vida, como para tomar un respiro y disponerse detenidamente a revisar los objetos que carga en la mochila que le ha tocado en suerte llevar. Al vaciarla sobre la mesa de las consideraciones, nos encontraremos con que estamos cargando objetos preciosos, de los cuales jamás deberíamos separarnos, o con objetos innecesarios que se han colado en el interior de nuestro morral, vaya uno a saber cuando, pero están ahí, y aportan un peso extra en nuestro viaje; nos encontraremos también con objetos que pensábamos extraviados pero aparecieron, ¡bienvenidos los recuerdos!
Descubriremos en la minuciosa revisión, objetos extraños, que no nos pertenecen, objetos puestos allí por alguien que deseaba viajar más ligero de equipaje y nos estaba haciendo llevar su carga; también encontraremos en los bolsillos más pequeños, sin ocupar mucho espacio, papelitos bien plegados, conteniendo consejos, palabras de amor, disculpas, olvidos.
En la búsqueda seguramente quedaremos asombrados de los encuentros y desencuentros del mundo interior que en silencio y a lo largo de un tiempo largo de no poner en orden la carga, fue formándose dentro de nuestra mochila, en algunos tramos ordenadamente, en otros en forma enmarañada, confusa, donde lo bueno y lo malo, lo útil y lo inútil, lo liviano y lo pesado, lo grande y lo pequeño, lo urgente, lo importante, lo propio y lo ajeno, fue mezclándose indiscriminadamente, haciendo de esa carga, la carga de nuestro camino por la vida, un fuerte componente, que si bien nos permite avanzar hacia nuestro destino, nos limita, nos agota y nos fastidia, haciendo que las cuestas sean más empinadas, las veredas más agrestes y el paisaje a disfrutar se diluya ante nuestros ojos pasando desapercibido, porque la necesidad por llegar a algún sitio para deshacernos de la mochila, nos hace apurar el paso, hiriéndonos en el intento, por fuera y por dentro.
Es ese el momento de nuestra vida en que por obra de la madures adquirida en la senda, de la fuerza de voluntad que nos lleva a marchar un día más, sobreponiéndonos a las vicisitudes y el cansancio que por momentos nos gana, sumado al hecho de que vemos a otros peregrinos que nos acompañan en el periplo, con sus mochilas más livianas, con sus rostros pletóricos y con su andar tranquilo, dispuestos a detenerse a observar los helechos o las barrancas, los riachuelos o los extensos trigales, una rara piedra o el colorido plumaje de un ave, sentimos también la necesidad de sacudirnos el peso extra, deshacernos de lo que no es nuestro, de lo que creíamos trascendente pero que dejó de serlo.
Llega el momento en que aun siendo jóvenes, vitales y en que la energía aunque sea de a tramos, aun es nuestra compañera, debemos buscar alguna fronda, descargar el peso que llevamos en la espalda y quedamente, conversando con nosotros mismos, como expresara, comenzar a seleccionar lo que de ahí en más habrá de seguir con nosotros y lo que quedará enterrado en ese sitio o se transformará en alimento de los animales que vengan más tarde a hurgar en el lugar donde reposamos.
Cuando por fin llegue la hora de retomar la senda, ya más relajados, notaremos, de haber hecho la elección correcta, cuan ligera, cuan liviana la carga que soportaremos y cómo por fin, nos cambia el semblante y la armonía nos invade.
Mucha gente realiza esta tan necesaria como preciosa instancia de revisar el mundo sobre sus hombros, pero al retomar la marcha se pone a andar más pesado de lo que estaba cuando llegó a reposar, seguramente tomó lo que otros antes que él fueron desechando.
La gula, la avaricia, la envidia, el egoísmo, la ira, el odio, la cobardía, la traición, la intolerancia, son todas llamativas pero pesadas piedras que muchos peregrinos se afanan por cargar; rocas que otros van arrojando en pos de conseguir la meta de acceder ligeros, libres y limpios a lo que yo llamo la Luz Primordial, y ellos como pobres carroñeros van recogiendo, mientras alimentan la ilusión conjuntamente con la carga, de que están adquiriendo grandes tesoros.
Mientras marchamos con la mente y el corazón puestos en la firme decisión de superar la materia por el espíritu, nos invadirá el sentimiento de que con certeza habremos de encontrarnos prontamente con una auténtica felicidad de Ser, portando lo estrictamente necesario para la empresa, aunque poseamos, lo que a ojos de otros sería muy poco, casi nada, sabedores que, por lo general es más dichoso el que menos necesita, que aquel que más posee para concretar su vida.
La marcha ligeros de equipaje, donde nuestra mochila no sea atiborrada de cosas intrascendentes para la vida, donde nuestros hombros y espaldas no sean recargados innecesariamente, nos permitirá acceder a largas tertulias con el Maestro que nos habita y nos permitirá disfrutar del paisaje de la vida que nos pasa por delante, por los costados, por arriba y por debajo, llenándolo todo, dejándonos tiempo aun para ser buenos compañeros de ruta, al extender la mano a quienes aun no han ordenado su peso, por ignorancia, por inmadurez o falta de tiempo.
Aunque escribo estas líneas con el total convencimiento de la necesidad que los hombres tenemos en algún momento de la vida de aligerar la carga material que nos agobia, nos limita, nos somete y nos vuelve huraños, aun estoy en esa lucha, a diario busco una sombra para el reposo y reviso el morral que me fuera asignado y por lo general, allá en el fondo más oscuro y silencioso, procuro encontrar las respuestas para mi vida, está vida que por transcurrir en el bullicio, tantas veces me aturde, me confunde y me niega las respuestas que busco.
Finalmente peregrinos de la vida, recordemos, es vano el esfuerzo de atesorar lo que no podremos cargar y menos llevar cuando la hora de marcharnos sea dada; el ser humano nace y es recibido con sus manos cerradas y desprovisto de vestidos, quizá crea que le será posible aferrarlo todo, pero al marcharse lo hará tal cual vino, desnudo pero con sus manos abiertas, demostrando que nada le fue posible llevarse en la partida.












