La encrucijada de la vida (reflexiones de José L. Rondán)

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José L. Rondán
José L. Rondán
Infeliz del ser humano que habiendo llegado a determinada edad, se encuentra un buen día con el hueco de sus manos vacío de proyectos, de esperanzas, de ilusiones, y sólo percibe ante sí, una amplia extensión de tierra yerma, estéril, inútil y sin esperanzas de ser sembrada, pues aunque al partir llevaba su bolsa cargada de simientes, fue egoísta o tonto y no arrojó ninguna al surco.
Cuántos hombres andan su existencia sorbiéndose todo el viento, cuántos recorren la porción de su existencia sin mirar hacia los lados, sin mirar hacia atrás para aprender de lo que han debido dejar, y sin hacerlo hacia el futuro, solamente solazándose con el amplio espacio interior que su sola juventud les proporciona, pero sin percatarse de lo efímero del día del hombre, sin preparar alimentos para el alma, ni luces para las ideas, ni cobijo para el espíritu y encontrándose cuando la penumbra llega, muy solos y aturdidos, desorientados y quebrados, porque el amplio espacio de la fortaleza y el orgullo se habrá reducido al pequeño ámbito que su anciana vista le permita ver.
El tema de ser y hacer o simplemente transitar, el tema de vivir verdaderamente la vida o ir dejándose morir mientras se discurre por ella; el tema de pasar por la existencia sin percibir la necesidad de pasar nosotros por la vida misma, no es una cuestión de ser mala o buena persona, no es una cuestión muchas veces de oportunidades o caminos errados, sino que es una cuestión de actitud, de ganas y de carácter, y de saber sortear los escollos que se vayan presentando a fin de saberse y sentirse un verdadero guerrero, un luchador, el capitán de su propia nave, lo que le permitirá alejarse del flagelo de la frustración, del sentimiento de debilidad, de la angustia que produce el llegar al final del recorrido con las manos marchitas de logros, de pensamientos positivos, de metas cumplidas o por cumplir, sean éstas pequeñas o enormes.
Sabido es que como peregrinos de la existencia nos ha sido dada la tarea ardua de sortear desfiladeros y sendas pedregosas en aras de alcanzar el cometido último de la existencia, el cual habrá de ser el que con seguridad nos merezcamos; todos sabemos, aunque la rebeldía o la hipocresía no permitan que lo percibamos, que la obra en un hombre se debe dar desde su interior profundo, desde su yo interior, desde lo más recóndito del alma que hace por emerger y que tantas veces, como expresara, hacemos por desoír, desestimar o despreciar transformándonos en seres vacíos, oscuros, sin el brillo del que amorosamente carga sobre sus espaldas la mochila de la vida.
Penoso es el que se pone a caminar sin saber porque lo hace, qué busca, adonde desea llegar mañana, avanzando como los grandes rebaños, sólo por instinto; sólo la ruina habrá de aguardar por él, agazapada cual depredador, en cualquier barranco para tomarlo como presa, pues irá vacío de esperanzas, de deseos y por ende desmotivado y débil, y ello sólo lo volverá una fácil presa para los vicios que habrán de maltratarlo, de herirlo sin piedad, sin aceptar gemidos ni quejas y sin que nadie se detenga a prestarle auxilio.
Cuando el ser humano ha caminado lo suficiente y comienza a sentir en algo la fatiga, seguramente será la hora de que busque una fronda para sentarse bajo ella y en silencio, sólo permitiéndose el diálogo con su maestro interior, hurgar en sus vituallas, revolver en los morrales que le han acompañado, en los que ha ido haciendo acopio a lo largo del periplo, de pedazos de su vida y de la vida de otros, en forma de recuerdos, unos buenos, otros malos, unos desagradables, otros no tanto, disponiéndose si así lo cree necesario a esperar por los que vienen detrás para reanudar juntos la marcha, a incentivar a los que aun van a su lado, volviéndose ejemplo y faro o a apurar la marcha para alcanzar a aquellos con quienes necesita restablecer contacto, reafirmando lazos, pidiendo explicaciones, reavivando amistades y afectos o pidiendo perdón por malos procederes.
Muchas veces podemos apreciar a gente que pasa por la vida con la liviandad de una pluma, sutil, ligera, pero que así como llega, cualquier brisa la transporta, la dirige donde sea y ellos se dicen libres por que viajan sin rumbo, sin percatarse que marchan por la brisa, aunque su voluntad se halle adormecida.
Esos tan libres, ligeros tanto de equipaje como de sustancia para la vida, podrán terminar cuando su impulso cese, en una sucia canaleta, en un rincón casi olvidado o entre las páginas oscuras y eternamente cerradas de un libro al que nadie leerá, por ello lo incesante de mi prédica, de la necesidad de no dejarse arrebatar las ganas, los deseos de impulsarse hacia adelante, ayudándose y dejándose ayudar, extendiendo las manos a los que han tropezado o no sintiendo culpas por si tenemos que pedir prestado; pensando siempre en el viejo principio de que ojalá, el fin de mi camino me encuentre trabajando.
De eso se trata el arduo sendero de la vida, de darse un baño de humildad cada mañana, aprendiendo a pedir permiso, a ofrecer disculpas, a acompañar y dejarse acompañar, sabiendo que aunque aún fuertes, también nosotros podremos tropezar.
De eso se trata andar la existencia, de hacer acopio de fuerzas y templanza para recorrer los tramos que se nos pongan por delante sabiendo, porque marchamos con la conciencia despierta, que lo que obtengamos cuando la hora sea dada, lo que realmente nos merecemos, es lo que está allí, al otro extremo de la vereda de la vida, aguardando desde siempre por nosotros.
Llegará el día en que el caminante aún vital, aún con energías, como dijera antes, deberá sentarse a restañar heridas, a reparar sus sandalias, a reponer fuerzas, y seguramente será ese el momento en que sienta que ha llegado a la encrucijada de su vida, debiendo decidir qué hacer y cómo obrar con lo que él piensa que todavía le queda de camino, por que volver atrás ya no le es permitido, el presente se habrá esfumado como el humo de una hoguera y solo poseerá entre sus manos cansadas lo que haya sembrado, lo que haya construido, y nada más, el resto, sólo quimeras y recuerdos que poco a poco se irán desvaneciendo.
Que importante es entonces ese crucial instante, ese trascendental momento en que mirándonos al espejo de la vida, nos pasemos de imagen a imagen, la cuenta de nuestras obras; por ello amigos míos, compañeros de ruta o no, debemos laborar para que sea ese un momento único, donde podamos ofrecer a nuestro reflejo las bolsas pletóricas de realizaciones, de proyectos cumplidos o encaminados; manojos de esperanzas, de gratitudes y de sueños, porque siendo buscadores y anhelando paz, armonía y luz en nuestras vidas, fuimos conscientes peregrinos sembrándolas a nuestro paso.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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