El campo, donde hace solo un año se hacinaban 70.000 personas en tiendas de campaña, hoy rondan los 150.000 habitantes. Está situado en pleno desierto, a 6 km de frontera, un lugar que por su orografía no es nada recomendable. Ha sufrido varias tormentas, una de ellas dejó el campamento arrasado, “Ha sido una cruel tragedia” comenta indignado, “El campo estaba inundado, era un lago enorme de agua, los vientos destrozaron decenas de tiendas de campaña y los torrentes que se generaron desplazaron tiendas con familias enteras dentro. Tuvimos 100 desaparecidos, muchos de ellos niños. Otros murieron de frío al intentar sobrevivir empapados por al aguacero con 30 cm de agua en las tiendas”.
Ha alertado en varias ocasiones sobre la situación de la población siria del campo pero apenas ha recibido respuesta. “La gente se incomoda y los conflictos cada vez son más habituales. En una visita que realizaé a principios de año, hubo una manifestación por la muerte de tres niños, uno asfixiado por el polvo del desierto y otros de hipotermia”, comenta. “El campo está colapsado y de media continúan llegando unas 500 personas al día que se aglutinan en la verja de entrada. Las familias que llegan se acumulan en la alambrada donde pasan horas mientras vendedores ambulantes les venden productos de primera necesidad por tres veces su precio real o sufren de los robos y asaltos de buscavidas que pueblan el recinto. Se estima que a finales de año unos 700.000 sirios se refugien en Jordania. El gobierno ya ha abierto otro campo en la frontera hace un par de semanas, en Azraq, a unos 80 Km. de Zaatari, pero aún así es insuficiente, nos harían falta dos más”.
Es tal la desesperación que, según cuenta el padre Jaar, “los refugiados se lamentan de haber salido de Siria. Dicen que hubiese sido mejor morir en la guerra que en medio del desierto de frío”. Y así es. Ahmed, tiene un puesto de cigarrillos justo en la entrada, asegura que en Siria se muere rápido, en Zaatari la muerte es lenta.
Debido también a la inseguridad el Padre Carlos asegura que “Muchas familias escapan del campo para instalarse por su cuenta en otro lugar con al menos más seguridad”.
El Padre Carlos se lamenta que los mayores perjudicados son, como siempre los más débiles, los más pequeños. “Hay que tener en cuenta que el 55% de los 150.000 habitantes de Zaatari son niños, muchos huérfanos. La próxima tormenta puede ser una catástrofe. Se morirán muchos. Hace tiempo lo avisaba, en el desierto no podrán sobrevivir al invierno ni a un verano caluroso”, afirma desalentado.
Además, “en la última semana, la policía secreta jordana ha detenido a unas 200 personas dentro del campo. Se les acusa de organizar altercados y de reclutar adolescentes para regresar y luchar con los insurgentes en la guerra”. La corrupción está a la orden del día, se ha estabilizado la ley del más fuerte, por ello, y debido a la delicada situación, la organización estatal que hasta ahora gestionaba Zaatari ha sido relegada. El gobierno ha solicitado ayuda para poder mantener el orden. Al día siguiente el ejército ya había tomado la dirección del campamento por motivos de seguridad. Ya que entre otras cosas, son continuas las manifestaciones y los enfrentamientos con el personal que les atiende, civil y militar, incluidas organizaciones internacionales como Acnur, conflictos que son reprimidos por la policía y el ejército con disparos disuasorios y gases lacrimógenos. “Es una bomba a punto de explotar”, afirma.
En una de las visitas del Padre Ángel a Zaatari, en diciembre del 2012, acordó junto a Jaar priorizar su trabajo a la situación de las familias sin figura paterna y por los más pequeños, “ya que unos 150 menores sirios de 15 años son huérfanos cuyos padres han desaparecido o fallecido en la guerra. Están sin escuela, ya que después de las inundaciones, los centros educativos del campo fueron ocupados por decenas de personas que habían perdido su refugio en la tormenta” asegura. Así, semanalmente desde Mensajeros de la Paz, les proporcionan mantas, ropa de abrigo y calefactores, y junto a otras organizaciones llevan a los niños fuera del campamento para proporcionarles educación y, entre otras actividades, cursos de formación y seguridad, como por ejemplo sobre la toma de conciencia y reconocimiento de minas anti-persona para estar alerta cuando regresen a su país. En zonas que han sido minadas indiscriminadamente, los niños corren un riesgo más grave de resultar heridos o muertos cada vez que salen a jugar, a trabajar en un campo, o recorren un camino para buscar agua.
Pese a la total inseguridad, y a las recomendaciones de la nueva autoridad militar, Carlos Jaar continua viajando al campo para seguir trabajando con los refugiados más necesitados. Desde Mensajeros de la Paz España ya le han enviado un autobús dotado de una completa atención médica operativo en manos de la Cruz Roja, ya que los hospitales instalados por Marruecos, Francia y el ejército jordano están colapsados. Además, gracias a la ayuda recibida por la Agencia de Cooperación Asturiana, unas 30 de esas familias desestructuradas han mejorado su calidad de vida trasladándose de las endebles tiendas de campaña a las caravanas que les proporcionaron hace un año. Una nueva y más digna situación que además les permite vivir con más seguridad frente a las condiciones adversas del desierto y a los frecuentes asaltos.