En recuerdo de Carlos Páez Vilaró

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Captura de pantalla del último desfile de Llamadas donde participó Páez Vilaró
Captura de pantalla del último desfile de Llamadas donde participó Páez Vilaró
Hace unos días los uruguayos perdimos la forma física de uno de nuestros artistas más reconocidos de los últimos tiempos. Con noventa años se marchó, no quiso armar maletas, simplemente se fue con lo puesto, al menos, así lo encontró la muerte, el tren de la partida, charlando por teléfono, dicen que con su médico, no lo creo, seguro estaba pidiendo que le reservaran una habitación con vista al mar, con vista a la puesta de sol, como para no echar de menos a su CasaPueblo.
Se marchó dejando atrás el sonido acompasado del chas chas, tuc tu, chas chas… de los tambores, de la comparsa de sus amores, y de muchas otras que como leños encendidos, cada año avivan la flama de las llamadas, reunión de negros y lubolos, sembrando de esfuerzo por la igualdad, y ancestrales cantos, las calles de Montevideo.
Dicen que estaba charlando con su médico, no lo creo, presumo que estaba acordando el vestuario, para lucir esa noche, para recorrer las calles angostas, bulliciosas con su tambor al costado, mientras batiendo lonjas va pergeñando cuadros; colores vivos, mamas viejas, escobilleros, y estilizadas vedettes, destacada escolta, camino del firmamento.
Cuando le avisaron que partiría, no quiso decirle a nadie, estaba hablando por teléfono con el que maneja las cosas del alto vuelo, se aseguraba que al marcharse, quedara el sol de sus murales, de sus telas, enganchado por siempre, en una nube del cielo.
Fue un hombre con una historia tejida a lo largo de casi un siglo, donde la aventura de la vida se sentaba junto a él, para organizar las actividades del día.
Fue un hombre hacedor de cosas, un constructor de vida, de armonías, de sentimientos, a veces encontrados, pero en definitiva, un generador, un creador fermental, que supo alimentar su alma hasta el último día, hasta el postrer aliento, dejando amplio espacio para que junto a él, abrevaran todos aquellos que de una u otra manera se fueron involucrando con su arte, fueron haciendo suyas sus pinceladas, su cromatismo, sus sentimientos desdoblados y plasmados con firmeza sobre cada soporte.
Una tela, mil telas, extensos muros, cerámicas, pinceles, pintura del arcoíris para engalanar los rincones de la blanca edificación, encaramada, aferrada al gigantesco lomo, como sostenida en la nada, jugando despreocupada, con la espuma de la mar brava, que desde siempre lame la panza de la ballena encallada.
Dicen que ha muerto, al menos su cuerpo, vehículo material, meros despojos, así lo han mostrado, pero si hablaba por teléfono cuando la hora fue dada, no lo creo, no muere, no puede hacerlo, quien está destinado a vivir en el corazón de un pueblo, que sin conocer su casa de Maldonado, la recorre a diario por entre los trazos rojos, amarillos, azules, verdes y negros de sus cuadros más afamados.
No muere, está escrito, no pueden hacerlo los espíritus llamados a permanecer, aunque sus cuerpos digan lo contrario, pues su esencia, el llamado acompasado a seguir la marcha, de los que no pueden irse, de los que por vivencias y memoria habrán de quedarse siempre, en un rincón del alma de los que alguna vez nos detuvimos ante alguna de sus obras, o ante los ventanales o los ventanucos, para hacernos uno con las puestas de sol de la blanca casa, sabedores de que por siempre escucharemos sus pasos cansinos por el viejo maderamen de los pisos, por las angostas escaleras, por los extensos pisos de layota.
Apenas si miró lo que dejaba, pues supongo, estará camino del lugar donde los artistas se reúnen para tomarse un vino, para dejar que se posen, que descansen de su vuelo, las blancas gaviotas de sus mejores realizaciones, de las cosas hermosas que nos legaron para la vida en este mundo, por momentos tan duro.
Al maestro, a Don Carlos Páez, el del sol colgado de un pincel, al de la lonja tensa y el madero multicolor, que de sus manos supo, entonar canciones de cadenas rotas, de esclavitud, de antiguas tribus africanas, de desarraigo, de libertad, salud, y gracias por dejarnos el gran legado de tan hermoso como extenso mundo inspiraciones.