El drama de las inundaciones en Uruguay

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Caminos intransitables en los barrios aledaños de Montevideo (Foto: ICNdiario)
Caminos intransitables en los barrios aledaños de Montevideo (Foto: ICNdiario)
Este atípico verano, la Naturaleza se ha ensañado con nuestro paisito; desde hace ya varias semanas, las persistentes lluvias lo han llevado todo por delante, lo han anegado todo; todo lo han inundado sin piedad, haciendo tabla rasa con las personas, no respetando ni a ricos ni a pobres, ni a obreros ni a indigentes; midiendo a todos por igual, al humilde que apenas subsiste en un paupérrimo rancho de chapa y cartón hasta el agricultor que con chacras de varias hectáreas, sueña con la posibilidad de una importante cosecha.
En la mañana del día de hoy un equipo de ICNdiario, concurrió a la zona del arroyo Manga, a los parajes de Villa Don Bosco, Siete Cerros y más tarde a Camino Repetto en Montevideo, observando in situ los desastres provocados por estos desmanes producidos por un clima salvaje e incontrolable.
Podíamos haber ido al Departamento de Durazno o al Paso Carrasco, a Punta del Diablo, en Rocha, a Punta del Este, en Maldonado, a la ciudad de Mercedes en Soriano, o al Departamento de Canelones, daba igual, pues ante las vicisitudes, ante la impotencia, ante los desastres que afectan al hombre, en todas partes, en cualquier rincón del mundo, el ser humano es el mismo; sufre de la misma manera, se angustia, cae y se vuelve a poner en pie, como en cualquier parte, y aquí en Uruguay, no somos la excepción, por ello pudimos ver en la mirada triste de nuestros anfitriones, la misma expresión de rebeldía, que seguramente hubiéramos encontrado en los más distantes parajes.
Al observar las máquinas ronroneando tediosamente mientras arañaban las riberas del arroyo Manga, pudimos compartir con vecinos del lugar las broncas y frustraciones, las ilusiones rotas, así como las esperanzas apenas visibles tras un horizonte de ficción, si el sol volvía a salir. Tanto para entrar como para salir de la zona, debimos hacerlo con el barro casi hasta las pantorrillas, tratando de avanzar por un terreno totalmente irregular, empapado hasta el hartazgo y revuelto salvajemente por los reiterados pasajes de las pesadas orugas de acero.
Nos detuvimos en un sitio y en otro, preguntamos, indagamos, nos solidarizamos, nos apenamos, sufrimos… En casi todas las viviendas las marcas dejadas por las inclementes aguas, aún permanecían allí, como diciendo, hasta aquí llegamos, y podemos volver. Como si de marcas infamantes se tratara, hiriendo sin piedad la dureza del ladrillo o del bloque, mostrando endeble a la viga, y a su lado, la gente, sacudiendo, extendiendo en tendederos, decenas de prendas arrugadas, mal trechas, opacas. En silencio, rumiando su rabia, su pesar, buscando culpables, justificando o no, todo lo ocurrido; pensando en Dios, o en el Diablo, o en nada. Más allá, amontonados electrodomésticos y muebles retorcidos; heladeras, lavarropas, cocinas, roperos, sofás, mesas, sillones, secándose a la intemperie, demorando su partida, exponiendo su miseria, tan solo para engrosar mañana, las montañas de deshechos de los vertederos.
Mi interlocutora en todo el periplo fue Mary, una joven mujer con mucha fuerza, con muchas ganas, con gran empuje, quien junto a su esposo e hijitas, nos llevó a recorrer el barrio anegado, herido, casi postrado, pero no muerto. Junto a esta familia vimos y sentimos todo lo que esta gente, representativa de alguna manera, de todo lo que vieron y sintieron todas las familias de un Uruguay sumergido, haciéndonos apreciar lo mejor y lo peor que el humano atesora en sí mismo, ante este tipo de dificultades colectivas.
Ante las desgracias, ante las catástrofes, ante los embates ineludibles de una Naturaleza fiera, el ser humano puede desdoblarse hasta la altura de un héroe dispuesto a darlo todo por sus semejantes, aun su propia vida; puede multiplicar sus fuerzas para llevar o traer, para apretar o mover, para hacer la diferencia entre la vida o la muerte, pero también puede dejar aflorar en él, al demonio que le habita, volviéndolo un mezquino, mostrando crudamente su lado más cobarde, más egoísta, más artero.
Todas las instancias de la vida son, deben ser, enseñanza, aprendizaje, crecimiento, maduración.
Creemos que estas circunstancias desgraciadas, más que dividir, deben unir, más que debilitar, deben fortalecer, más que derrotar, deben hacer resurgir esos elementos de los cuales debemos sentirnos orgullosos, reforzando el principio de que la vida no te golpea con brutalidad, sólo para demostrarte cuán débil eres, sino para darte la oportunidad en el aprendizaje, de demostrar con cuánto ímpetu vuelves a ponerte en pie.
La tarde nos encontró otra vez en el área, junto a algunos vecinos y la familia de Mary, descargando de un camión de la Policía Nacional, materiales provistos por la honorable Cruz Roja, e hipoclorito para la desinfección de las viviendas.
El sol brillando en todo su esplendor, las aguas aquietadas, la brisa colándose entre el follaje para acariciar los rostros de esta gente buena que ya había comenzado a ponerse en pie, y más allá, en una rama alejada, una pareja de hiperactivos horneros, chillando como locos, diciéndoles al vecindario, que a pesar de todo, la vida sigue.
El equipo de ICNDiario, desea agradecer a la Cruz Roja Uruguaya, a la Jefatura Operacional Zona III y a la División Apoyo y Logística de la Jefatura de Montevideo, así como al Club Julio Bastos, por sus humildes y desinteresados aportes ante estas circunstancias desgraciadas, pero sobre todo, al colectivo de vecinos de todo el país, quienes desde el anonimato, han demostrado que como el junco ante el viento, podrán ser sacudidos, podrán doblarse hasta el extremo, pero jamás podrán ser quebrados.
José Luis Rondán