Un millonario de fantasía (reflexiones de José Luis Rondán)

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José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
Hace algunos días estando en los Estados Unidos, me enteré de la noticia de que había fallecido el mediático millonario argentino Ricardo Fort, poseedor de una prestigiosa chocolatería con más de cien años de trayectoria; un paro cardio respiratorio, me dijeron. Confieso que me llamó la atención tan repentina muerte dada su juventud, apenas cuarenta y tantos, pero también confieso que para nada se me estrujó el corazón por ello, ya que en un mundo donde el privilegio suele avasallar al que intenta ponerse en marcha, donde quien posee se erige en amo y señor del que no posee y donde los caprichos y estupideces de un señorito por alcanzar la fama a cualquier costa, suele hacer de los televidentes de turno una horda de atontados seres humanos, seguidores fieles de la caja tonta, que por no tan tonta, suele captar a quienes poseen ésta cada vez más popular deficiencia, alienándolos en sus pensamientos y consideraciones respecto a la verdadera vida, a la real y auténtica, donde se disfruta o se sufre, donde se ama o se odia, donde se es responsable o no, donde se envejece, se trabaja, se crece, se muere de verdad, sumergiéndolos en la miasma de la fantasía sin límites.
Acto seguido me puse a pensar en ese pobre y atormentado hombre cargado de diamantes y dólares, rodeado de lambeculos y pieles caras, pero vacío como un cuenco que añora que alguien vierta en él un poco de agua, como para hacerlo sentir útil en su cometido, y cerrando los ojos pude ver su rostro de plástico y su pelo en pinchos como para hacerlo ver medio milímetro más alto y pude ver sus labios con votox y su mentón, deformado por una especie de cubo alojado bajo su piel; hombre de juguete.
Pude observar su cuerpo marcado por vaya uno a saber que productos, y sus tatuajes, y sus talones elevados sobre la increíble altura de tres centímetros, y sus tornillos de titanio en las rodillas y sus quince tornillos en la espalda y su sonrisa de androide y junto a todo esto pude ver y sentir también, lo que puede una sociedad hipócrita, interesada, desinhibida y deplorable cuando toma entre sus fauces de depredador insaciable, a un ser humano como este, quien por su sed de fama y luces, se arrimó peligrosamente al estanque donde nadan las voraces bestias que se cebaron en él mientras pudieron quitarle algo.
Todos lo vieron reír, pelear, coquetear, llorar, ostentar, obsequiar y quitar a su antojo, mientras miles le seguían como si de un semidios se tratara, pero no para adorarlo, sino para pedirle, para despojarlo, para permitirse ellos mismos la obscena exposición ante los medios; arrodillándose, lamiendo sus implantes con tal de que el todo poderoso dejara caer sobre ellos algunas migajas, algún reflejo de la luz que él mismo no había aun asegurado para sí.
Esta sociedad que le prestaba cada día un pedazo de ella, de sus luminarias y aplausos de plástico, para que se creyera poseedor del cetro, del trono y aun del reino; lo único que hacía era engordarlo para generar reiting, para lograr adeptos a la caja come bobos y así llenar sus bolsillos, sin importarle si detrás de todo aquello había dolor, había vacíos, sufrimientos, anhelos, deseos…En estos grupos humanos la razón es entre el que tiene y el que no, entre el que puede darte y al que hay que quitarle.
Hace algún tiempo la TV comenzó a exponer a un trans; un hombre anciano, o muy maltratado, y que desde mi óptica no estaba en posesión de todas sus facultades mentales. Zulma se hacía llamar.
Aparecía en la TV el pobre hombre ataviado de mujer, con un vestido horrendo y con una peluca mal colocada, volcada hacía un lado, lo que le daba la triste imagen de un fantoche, y allí, recuerdo que los primeros días le ofrecían unos panecillos que él comía con voracidad mientras todos reían de su hambre, de su pobreza; alienándolo aún más. Él quería las luces, y los empresarios a través de su exposición morbosa, el dinero que su enjuta figura pudiera generarles.
Cuando lo vi recordé a las paupérrimas almas mortificadas del medioevo, donde los poderosos los empalaban, los quemaban, los apedreaban o azotaban sin piedad, muchas veces sólo para reírse de su decrepitud, obligándolos a mendigar el último resto de un plato sucio, tal cual hacían con este ser humano desflecado, a quienes hicieron creer poseedor de un increíble talento, haciéndolo cantar o bailar cual monigote para solaz de una caterva de imbéciles.
Pobre gente, vacíos de humanidad, llenos de dinero y facilidades para la vida pero ahuecados y podridos por dentro.
En este mismo sentido vemos a las chiquilinas que en el afán de aparecer en la tapa de revistas muchas veces mediocres, dejan de comer porque un fatídico empresario les expresó que sus cuarenta quilogramos las hacía ver gordas, redondas como vacas, y que de no esforzarse por estar en línea, jamás llegarían. Recuerdo en este sentido a muchachas jóvenes, como Marga, Ana, Carolina o Carla, entre tantas, quienes se ofrendaron a la muerte por la esbeltez mentirosa y la promesa de una fotografía para la posteridad.
Me pregunto a donde debe llegar el ser humano, sino es a la obtención de su propia luz, no la de los reflectores de un estudio. A donde debe encaminarse un ser humano en este siglo XXI, sino es hacia la posada donde pueda hacerse de la verdadera luz que lo transforme en una persona íntegra, armonizada consigo mismo y capaz de amar y amarse para regocijo de la raza humana.
Volviendo al fallecido Fort no puedo menos que entristecerme por todo lo que generó en su entorno en cuanto a peleas, juicios mediáticos, traiciones, amores interesados y frustrados, y sobre todo por sus niños nacidos de un vientre alquilado, a quienes la vida les hizo el macabro obsequio del difícil trance de haber perdido a su padre-madre de un manotazo, ausencia que seguramente el dinero no podrá cubrir.
Que importante es no dejarse seducir por ese mundo de fantasía donde las balas no matan y los tornados se hacen en una habitación, donde en las catástrofes nadie debe llorar la desaparición de seres amados y donde después de una batalla, amigos y enemigos, vivos y muertos, se sientan a compartir el almuerzo.
Todos queremos en algún momento nuestro momento de fama, nuestro minuto para la TV o para el periódico, pero lo importante es no perder la perspectiva de la realidad, esa perspectiva que nos permite mirarnos al espejo de la vida cada día, sin temores, sin falsas promesas, sin mundos de mentiras que solo nos transforman en parte de ellos, volviéndonos seres humanos de utilería, importantes para la escena, pero después, material desechable.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
Tel. (598) 2708 4339 / E-mail: eltaller77@hotmail.com