El abrazo (reflexiones de José Luis Rondán)

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José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
José Luis Rondán (Foto: El Espectador)
Hace pocos días me llamó por teléfono un amigo, el que después de los habituales saludos, me expresó que justo ese día hacia un año del fallecimiento de su esposa, compañera de más de cuarenta años, y que de aquel día tan triste le había quedado en el corazón el abrazo que yo le diera en el cementerio; abrazo que según me expresó, lo acompañó durante muchos días y que cada vez que se sumía en una depresión, surgía la energía única, intangible pero poderosa del abrazo del cementerio, sacándolo del pozo.
-No podía dejar pasar este día, expresó, no te imaginas cuantas fuerzas reunidas en ese apretado abrazo permitieron que me sobrepusiera al agobio e hicieran que me levantara cada mañana para ir a trabajar a pesar del vacío de no tener a la Tana.
Este comentario trajo a mi mente el abrazo que una amiga de la infancia me diera el día en que sepulté a mi madre, fallecida después de una larga y cruel enfermedad. Recuerdo que estaba mirando absorto la tumba recién lacrada y ella acudió desde uno de mis flancos para abrazarme con el inmenso cariño de alguien que te comprende, que comparte, que sabe acerca de tu sufrimiento y del vacío que algunas partidas producen.
Ese abrazo surge de vez en vez como por arte de magia y me recuerda el cariño de aquella amiga que sin pensarlo compartió su fortaleza conmigo, haciéndome sabe que aún estábamos acá y había cosas por las cual luchar.
Hace un par de meses mientras preparábamos la cena, sonó el teléfono y el padre de una de las mejores amigas de mi hija le comunicó el fallecimiento de Gabriela, su hija, una joven de veinticinco años. Fue tal la impresión, fue tal la angustia por aquella noticia cruel, que cuando mi hija estaba a punto de desfallecer, los brazos fuertes y determinantes de Santiago, su hermano, la rodearon, formaron entorno a ella una especie de círculo mágico que la apartó por momentos de este mundo, dándole el tiempo y las fuerzas para recomponerse, para mantenerse en pie y rever la situación que la enfrentaría a la inexorable partida de su amiga.
El abrazo es una manifestación que no todos los seres pueden realizar y que conforma al hacerse, un círculo de energía donde los brazos trascienden al campo del aura para mejor conectar con el chackra del corazón, canal por el cual fluirá la energía vital de un ser a otro, brindando abrigo, acudiendo en auxilio, generando amparo y protección.
Cuántas veces hemos escuchado decir que tal o cual persona ha abrazado una causa o una profesión dada; dicha manifestación nos hace comprender inmediatamente, que esa persona ha abierto su corazón para dedicarse en forma comprometida a la tarea en cuestión.
Cuando un ser humano abre sus brazos para disponerse a rodear el cuerpo de otra persona, anuncia su intención de hacerse uno entre ambos, le está diciendo a quien va a recibir el abrazo, que en aquella manifestación va todo su amor, van todas sus energías y que en el acto de abrazarse, ambas entidades energéticas están dispuestas a fundirse, a interconectarse y decirse en el más absoluto silencio o en apenas un susurro al oído, todo lo que se aman, todo lo que se necesitan, todo lo que representa el uno para el otro, y que allí en ese acto, si así lo desean, se abrirán las puertas de las almas como reafirmación de la más estrecha relación, donde por estar tan cercanos ambos corazones, los secretos pueden quedar al descubierto.
Debemos no obstante tomar en consideración que todo acto, que todo símbolo posee generalmente su opuesto y que el abrazo no es la excepción, ya que cuando por un lado los brazos se cierran en el magnífico acto de proteger, bien pueden estar procurando apretar hasta la asfixia, transformándose en mensajero de la muerte.
Cuando los brazos pretenden formar un círculo sagrado, representativo de la presencia tangible junto al ser amado, bien pueden estar conformando uno de los indisolubles eslabones de una extensa cadena de sufrimientos.
Cuando los brazos rodean el tórax, el cuello o la cintura de la persona con quien otra desea conectarse, damos por entendida la manifestación sublime de un acto de amor o por lo menos de afecto y cercanía, pero también puede ser representativo del antiquísimo símbolo de la serpiente enroscándose en torno a la presa que se dispone a devorar.
Hay diferentes tipos de abrazos, algunos tenues, como tímidos, como para decir presente, como queriendo expresar, si me necesitan estoy acá; otros fuertes y apretados, como el de los seres que hace mucho no se ven o como los de aquellos que las circunstancias de la vida separarán para siempre; hay abrazos donde el amor fluye por los brazos, como si de la savia de un árbol se tratara, abrazos como los que se dan las parejas pletóricas de vida, buscando concebir un hijo y abrazos por compromiso, donde el círculo de energía se diluye en la forma, y la cercanía no permite leer los ojos de aquel que tenemos enfrente y por ello no devela su falsedad.
Seguramente quien lea estas líneas pensará en los miles y miles de abrazos que ha dado y le han dado y comenzará inmediatamente a generar en su cerebro los cómo y los porqué de cada abrazo, así como los motivos que tuvieron ellos y los otros para generarlos, pero no pensemos hoy en los abrazos de muerte, de aprisionamiento; lo importante de esta reflexión, es que cada vez que nos dispongamos a abrazar, lo hagamos poniendo el corazón en ello, ya que el abrazo es un hermoso gesto que hace saber a la otra persona quienes somos; no olvidemos que la cercanía, el íntimo contacto, suele poner al descubierto nuestros más recónditos secretos.