Soledad (reflexiones de José Luis Rondán)

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Sentimos que la vida nos pasa como un torrente incontenible; desde la primera hora nos invade, apoderándose de nosotros en forma absoluta, desmadejando lentamente ese ovillo de sueños, ideas, esperanzas y anhelos, que fuimos enrollando lentamente mientras gastábamos la vereda de esta empresa que es existir.
Sentimos que esa fuente de energía a la que de vez en cuando damos gracias por permitirnos andar por esta tierra, amanecer a un nuevo día y compartir cosas con los amigos, se transforma a veces en un férreo puño que nos golpea en el rostro y nos lastima, que nos castiga y nos pone a correr despavoridos hacia vaya uno a saber que lugar, o nos pone de rodillas esperando el golpe final sin saber muy bien porque.
Nuestra pobre dimensión de humanos en el concierto universal, no pasa más allá de la talla de una chispa desprendida del fogón, que danza pletórica unos instantes y se esfuma.
El ser humano es un arquitecto a veces genial, a veces estúpido, a veces generoso, a veces un avaro.
El ser humano es el constructor de su propia casa, la cual muchas veces pretende erigir sin planificación; la levanta por que si, por que cree que es ese su destino, y ya que lo es, la erige sin preocuparse de si es sólida, de si están las paredes alineadas o si el techo le quedó chueco.
Otras veces se siente con la fuerza incontenible de erigir la mejor casa por que entiende que fue puesto en ese lugar por una deidad para construir la grandeza, para levantar el muro más alto, más fuerte, más sólido y se olvida en su afán, de hacer ventanas, de hacer puertas y peor aun, la construye desde adentro y sin saberlo, se enclaustra en la morada que soñó grande.
Muchas veces el ser humano construye su casa con lo que le va viniendo; planificando si, pero desde la humildad del que sabe que no podrá seguramente subir más de uno o dos pisos, del que sabe que los ladrillos escasearán o que deberá asociarse con otros para levantar paredes, para hacer planchadas, para abrir puertas y ventanas.
Con esto que expongo trato de hacer ver que el ser humano es el constructor de su morada, sea ésta buena o mala, fuerte o débil, amplia o estrecha.
Lo que vayamos levantando, afirmando y confirmando a lo largo de nuestra existencia será nuestro abrigo, nuestro reparo.
El sembrador que quiebra su espalda en el surco, riega la tierra con el sudor que emana de él, pero mañana seguramente estará sentado bajo una gran fronda de cosas buenas, junto a los suyos, disfrutando del fruto de su esfuerzo y si no llegara a ser así, sabrá desde su íntimo ser que él se esforzó, que él se dedicó y dio lo mejor de sí para marcar en algo su pasaje por este camino al que llamamos vida y que según creo, debería ser una rica experiencia para nuestro espíritu, para su crecimiento, para su verdadera trascendencia como tal.
No se si volveremos a pasar por estas tierras una vez que nos hayamos marchado, pero si es así, trabajemos para encontrarla al retorno, mejor que como la dejamos y si no nos será dado el volver, pues bien, laboremos solo por amor a los que vienen siguiendo nuestros pasos.
El ser humano es el arquitecto de su destino, frase ésta manida hasta el cansancio, pero de gran certeza en el concepto, por ello es bien importante dedicarle la atención que le cabe por tal.
A veces vivimos para nosotros mismos, nos ocupamos y preocupamos únicamente por nuestro ser; ni medio centímetro más allá de ahí, olvidando que somos parte de un sistema, de un todo, de un cometido universal que nos involucra, querámoslo o no, y que nos dice que como parte de ese sistema, de esa estructura, nos debemos a los demás. No deberíamos permitirnos el sentimiento del egoísmo en nuestra corta, efímera y sutil vida, pues él es como las termitas en casa de madera, nos dejará en apariencia erguidos, en apariencia fuertes, pero ante el primer viento, nos volverá ruinas, sólo escombros y quizá recién ahí anhelaremos al equipo de salvamento, al grupo, a los congéneres, a los vecinos que nos tiendan una mano para volver a ponernos en pie.
En la vida es más importante extender las manos para la ayuda, transformándonos en báculo del necesitado, que vivir hacia adentro, mirando permanentemente a un interior que irremediablemente al no tener aportes se volverá árido, inhabitable, y que como hoguera sin el agregado de nuevos leños, irá muriendo, transformando el templo interior que algún día seguramente soñó con ser cálido, en una fría estancia solitaria y yerma.
Nacemos solos, venimos como seres únicos, diferentes a los demás, a los miles y miles demás, pero con el firme cometido de vivir como espíritus la experiencia que implica estar revestidos de materia, como si de una armadura se tratara, y es por ello que desde ese estado sólido al que llamamos cuerpo, debemos catapultarnos, buscar la trascendencia y elevarnos por sobre él a través de nuestras acciones, de la forma como encaramos nuestro periplo por la vida.
Existir no sólo es respirar y cumplir con lo cometidos biológicos propios de un sistema orgánico, existir es ser conscientes de quienes somos, conscientes de que somos espíritus amarrados a un cuerpo cuyo destino es ser despojo, ser polvo, ser olvido.
Cuando un ser humano no posee más visión que la su propia porción de materia, envejece junto a ella, se marchita irremediablemente junto al soporte que le fuera asignado para trasegar este planeta y se condena a la muerte más terrible, la de partir en soledad, soledad por la carencia de los afectos que pudo haber cosechado y evitó, soledad por el bagaje de buenos recuerdos, recuerdos de amores, de abrazos, de besos, de mesas compartidas que pasaron por su lado pero no atesoró.
Estamos en este mundo para obrar en nosotros una transformación única, distinta y trascendente, hagamos de esa tarea una gran celebración, pues la faena de vivir, bien vale la pena y permitamos que a través del AMOR, nuestro espíritu crezca, se desarrolle y pueda permitirse el sueño de que no solo será una chispa lanzada al aire y tras ello, el olvido, sino que por su forma de ser, por su obra y pasaje por estas veredas, pervivirá en todos quienes le conocieron.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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