Tal vez en otras épocas no ocurría, pero en la actualidad debido a la amplia diseminación de los canales de comunicación, de la obligada interacción mundial donde ya casi no existen puntos alejados o aislados, nos vemos forzados a vivir y revivir grados extremos de horribles escenas de muerte, las que a cualquier hora invaden insolentemente nuestros hogares a través de internet, del televisor, de los periódicos, etc.
Desde las matanzas de chicos en escuelas de E.U.A. hasta los cientos de muertos en Siria o Egipto; desde las cantidades de fallecidos por diversos motivos en Centro América hasta los chicos fallecidos en la discoteca Kiss, en Brasil.
Hace algún tiempo tuvimos que ver el abrazo letal de la parca en aquellas personas que presas del pánico se lanzaban al vacío mientras las torres gemelas se venían abajo, para poco después tener que ser testigos de la represalia americana y con ella la reacción de los extremistas musulmanes que degollaban infieles ante las cámaras, como si de cerdos se tratara; todo filmado en primera plana y con gran resolución. Sólo faltaba que un director hiciera repetir la escena para infundirle más realismo o buscar un mejor plano.
A diario sorbemos de la desagradable pócima de la muerte puesta en cáliz de plata sin mucha dilación, servida a borbotones para quienes deseen degustar de ella, y para quienes no, también. La muerte ataviada con mil disfraces está allí, siempre presente y si lo permitimos, se regocija con nuestro miedo.
Ella no sabe de edades ni sabe de posiciones sociales, en eso debemos respetarla, es totalmente igualitaria, ya que por sus manos muere el recluta y también el general, por su puño incontenible es aplastado el grillo, el menesteroso, el formidable elefante, el campesino y el hacendado; el hombre libre y también el esclavo.
LA LEYENDA
Cuenta una leyenda que en un país lejano el oráculo informó al rey que el día sábado 15 de junio de ese año, la parca vendría por él, que se preparara para dejar a su pueblo.
El monarca contrariado respondió que no podía ser, que aún había tierras por conquistar, castillos que erigir, pueblos que someter; que no era posible la predicción ya que no sólo era el monarca más poderoso de aquellos tiempos sino que aún era muy joven y vital.
El oráculo batió nuevamente sus viejas runas dejándolas caer sobre aquel pedazo de cuero curtido. – Veré señor si las runas me han hablado con la verdad o si yo, estúpidamente las he malinterpretado; de ser así, mi vida es vuestra.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete runas cayeron al suelo develando y confirmando a través de sus encriptados símbolos, el mensaje nefasto. Los ojos calmos del señor de los misterios se alzaron lentamente y con apacible humildad enfrentaron a los ojos asombrados del monarca contrariado; un frío sudor caía por su frente, se dejó caer pesadamente en su trono.-
Preparad las carretas, preparad los animales, alistad a los hombres; nos marchamos al Norte, a las montañas. Había ordenado a sus capitanes.
-Señor, no es tiempo, se aventuró a aseverar uno de sus consejeros; morirán muchos, allí el frío aún es muy intenso. Yo os aconsejo…No había finalizado la frase cuando un mandoble partió su cabeza. El silencio se apoderó de las grandes salas y el trajín de hombres y mujeres preparando la marcha se incrementó notablemente en las horas subsiguientes.
Ésta duró un par de meses; días muy duros, donde muchos cayeron en el trayecto, pues el frío y las penosas condiciones impuestas por un asustado monarca, fueron diezmando al pueblo obligado al traslado.
Había que alejarse de la muerte que según el oráculo pasaría a visitar al rey el día sábado 15 de junio; él nunca había fallado y seguramente esa no habría de ser la primera vez.
El campamento fue instalado en una amplia pradera aun cubierta de nieve, al pie de una gran montaña enclavada en el extremo más al Norte de aquel extenso reino.
Aquella tarde de sábado el rey sorbía una copa de vino, casi que se había olvidado de la muerte a la cual seguramente había burlado al marcharse tan lejos de la capital de su reino; ya preparaba su próxima campaña junto a lo más selecto de su oficialidad cuando un sirviente presa de terror ingresó violentamente a la sala del rey, anunciando con voz entrecortada que alguien había ido a visitarlo y se empeñaba en verlo.
Para asombro de los presentes detrás del paralizado vasallo ingresó prepotente la muerte. Gélida, huesuda, cubierta con una raída manta de color gris ceniciento y mirando al rey con sus huecos ojos vacíos, le agradeció que le haya evitado el viaje. –No tenía pensado pasar por tus propiedades del Sur majestad, no por ahora, pero tuve trabajo aquí cerca, en una aldea a la que tus soldados acaban de arrasar y cuando me enteré que estabas, no pude menos que venir a visitarte ya que hoy, 15 de junio es el tiempo dado para que dejes este mundo.
El reino se sumergió durante años en un gran caos, pues el monarca fallecido no había dejado descendientes, ni hombres preparados para la delicada tarea de gobernar.
La muerte nos acompaña en silencio a nuestro lado, está instalada, de vez en cuando nos toca apenas, se hace sentir; como para recordarnos que está allí, nos hace sobresaltar, nos instala la preocupación por lo inevitable y en algunas personas es tal el temor por lo que ocurrirá, que cuando ella llega para invitarlos a partir, ya están muertos hace mucho, mucho tiempo.
La muerte está presente desde el primer instante de la concepción y si, muchas veces la detestamos porque nos quita del medio en lo mejor de la partida, pero otras, estoy seguro, es como una ráfaga de aire fresco en un día de calor agobiante; es el silencioso peregrino que se ofrece a llevarnos la mochila quitándonos el peso terrible de la vida cuando hemos ido quedando solos porque nuestros mejores amigos ya han partido y no atinamos a encontrar aquellas manos tibias que un día nos dieron caricias y abrigo.
Las diversas corrientes religiosas le dan al creyente la expectativa de una segunda oportunidad a través de la reencarnación, de la trascendencia del espíritu. Puede ser, no lo afirmo ni lo niego, sólo sostengo que aquel que vive por sus actos, por la luz que supo irradiar, jamás podrá ser llevado por la mano gélida de la escuálida muerte; se marchará con ella lo vital que le habita, dejará por ser muy pesado, el cuerpo material; alimento de la tierra y las microscópicas criaturas que le habitan, pero hay una parte del ser que permanecerá irremediablemente en el cuenco de amor de quienes cada día lo recuerden, no con pesar, no con amargura, sólo con aquel sentimiento de agradecimiento por haber podido compartir un tramo importante de la vida juntos.
No permitamos que se juegue con ella, que por estar acostumbrados a verla en los momentos menos esperados y de las formas más disparatadas, nos referimos a su esencia como si de algo vulgar se tratara, casi que perdiéndole el respeto; nos agrade o no es una reina provista de grandes potestades contra las que nada podemos hacer, más que inclinarnos, sabedores que hay un tiempo de concepción y un tiempo de decrepitud, un tiempo de fuerzas y un tiempo de debilidad, un tiempo de vida y un tiempo de muerte y que su brazo es tan extenso que nos permite solazarnos con una vida de ventaja, puesto que bien sabe que en cualquier tramo del camino nos dará alcance.
Vivamos entonces de forma tal que al partir dejemos entre los que nos amaron y a los que amamos, ese fuerte nexo de los amigos que no requieren de estar juntos para saber que están unidos.
No hagamos como el rey que no supo dejar detrás de él descendientes, los nuestros serán aquellos compañeros de ruta con los que supimos buscar y hallar la felicidad.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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