La bohemia (reflexiones de José Luis Rondán)

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Presentación141121En un mundo de vorágine, alocado, indecente, donde nadie reconoce a nadie, donde es más difícil el sencillo y amable acto de ofrecer disculpas o pedir permiso que viajar a Marte en patineta.
En un mundo donde la mente atiborrada de falacias y embotada de alocadas carreras dispuestas para nosotros por los largadores de turno, se ve atenazada por la maraña de elementos que hacen a la vida moderna y nos hace creer en las quimeras que conforman al pregonado avance social que solo aliena, socaba y embrutece al espíritu que un día fue libre, que un día derivó a su antojo desplegando sus amplias alas de ilusiones, de esperanzas y sueños sin la necesidad de fumarse ni inyectarse nada para ello, solo porque sí, sólo por seguir los dictados de su naturaleza más pura.
En un universo de cemento, donde nos amontonamos y conformando un mundo de egoísmo, de individualismo y autosuficiencia, tan solo separados por nuestros más íntimos secretos y algún que otro tabique de yeso, ya no nos sorprende el crimen, la angustia del vecino o las manos vacías de futuro o las mochilas cargadas de recuerdos que sólo dan pesar y aferran al suelo más yermo.
En un mundo más de espinas que de flores, más de lágrimas que de risas, más de caminos solitarios a los que nadie se atreve a hollar, que de huellas descalzas, surgen de vez en vez los bohemios; esa clase de hombres y mujeres que miran el pasaje alocado de la comparsa de la vida desde una grada diferente, sentados en el piso, mientras sus ropas se impregnan con el olor a la tierra, atreviéndose durante el desfile a levantar la penúltima copa de vino, brindando por la vida, por el momento, por la amistad, por los que no están, por los que faltaron con aviso y por los otros.
Los bohemios, esa especie de hombres y mujeres que aún no se ha querido enterar que allí afuera la tecnología los requiere, que la muchedumbre necesita de ellos para conformar la masa y que las estructuras sociales no están conformadas si ellos están ausentes.
No hablo de los hombres o mujeres que se han abandonado a su suerte, a esos que deambulan por la ciudad semidesnudos, hambrientos y plenamente vacíos; esos en la mayoría de los casos son marginados. Gente que ya por voluntad propia, ya porque el sistema los ha empujado a ello, se encuentran afincados a las veredas, a los zaguanes a los recovecos de los puentes o edificios, dando pena por su indigencia, requiriendo del auxilio social, viviendo de la mendicidad; esos serán motivo de análisis para otro momento.
Cuando me refiero a los bohemios estoy hablando de gente de trabajo, muchas veces creativos; músicos pintores, poetas, filósofos, maestros y aprendices de la vida, etc… Gente cuyo carácter no les permite estar permanentemente aferrados a estructuras, que no requieren avenirse a las modas, u ocupar los primeros puestos en las tiendas donde se vende tecnología. Hombres y mujeres que transitan por la vida tratando de armonizar con el contenido del morral que llevan a cuestas y que aún tienen las puertas abiertas a la espontaneidad, estado no habitual del espíritu que si bien en otros se halla aprisionado, limitado, embretado, en ellos se encuentra en disposición de vuelo, prestos a atesorar el momento íntimo de una puesta de sol o abiertos a soñar con las antojadizas formas de las nubes o la espuma que se esparce en el aire cuando las olas rompen contra las rocas.
Bienvenidos a la vida esos personajes tantas veces rechazadas que acuden a tu casa sin ser invitados, que en dos minutos conforman una algarabía no programada; pletóricos de risas y manos abiertas que en un instante arman una tenida regada de risas, amigables gestos y buen vino.
Un bohemio de ley sabe sin proponérselo trocar tu día nublado, gris y solitario en un místico templo donde el sol se pondrá sólo cuando tú lo quieras y te hablará tanto de filosofía como de política, y te hará al mismo tiempo un show que hará que al marcharse duelan tus quijadas de tanto reírte.
Bienvenidos los amantes de la vida, los amantes del momento irrepetible, único, donde las copas de los amigos de antes y los nuevos, arrancan al unísono el sonido que habla de estar juntos, ahora y aquí, celebrando que el corazón late, que la sangre bulle y que aún podemos mirarnos a los ojos para decirnos compañeros del camino.
Bohemia, reza el diccionario de la Real Academia, es aquella persona que lleva una forma de vida desordenada, libre e irregular.
Personalmente me reconozco como una persona bohemia, tratando unas veces de vivir las porciones de libertad que la sociedad en que vivo me permite y otras tomándolas por asalto; mi vida camina a mi lado y sí, muchas veces debo darle un tirón de orejas, pues tiende en algo al desorden y la irregularidad, pero no me hace mal, por el contrario, me hace sentir vivo, vital y atento a los instantes en que puedo permitirme el desorden, la irregularidad y la libertad que todos de alguna manera deseamos y nos merecemos.
Hay una canción que habla de un perro que corre sintiéndose libre y no se percata que lleva asida a su cuello la cadena que lo mantiene preso. Los hombres somos casi iguales a ese perro, pero eso es parte de alguna manera del contrato social, otorgamos para que nos otorguen; derechos y deberes marchan juntos y se reclaman mutuamente y allí, en medio de esa relación nosotros, los seres humanos y entre todos, los que se permiten sumergirse cuando la marea sube y aguantan el aire o mueren ahogados en sus frustraciones y los que, como los bohemios, apenas el agua se retira un poco, ponen la mesa de las celebraciones y conformando un gran circulo, se permiten un brindis por la vida, aunque saben que más tarde o más temprano volverán las olas que barrerán con todo.
Nada, ninguna cosa hay más importante que aquello que nos une y que ningún naufragio podrá jamás arrebatarnos.
¡Por ellos, por nosotros, salud!
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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