En los últimos años, The New York Times, un reconocido medio de prensa estadounidense de centro izquierda, lleva adelante una cobertura sobre Venezuela que ha generado una ola de críticas por su aparente sesgo liberal y su cercanía narrativa al régimen de Nicolás Maduro.
Mientras Venezuela atraviesa una de las peores crisis humanitarias del continente —con denuncias documentadas de desapariciones forzadas, torturas, presos políticos y represión sistemática— el diario estadounidense ha optado por un enfoque que muchos consideran complaciente y desconectado del sufrimiento del pueblo venezolano.
Lejos de priorizar las voces de las víctimas, familiares de desaparecidos o líderes democráticos, el NYT ha publicado piezas que presentan la crisis como un dilema geopolítico para Washington, minimizando la ilegitimidad del régimen chavista. Titulares que plantean preguntas como si EE. UU. debe enviar tropas, perfiles de figuras religiosas que defienden a Maduro, o columnas que sugieren reconocerlo como presidente legítimo, son ejemplos de una narrativa que evita llamar dictadura a lo que organismos internacionales han calificado como un gobierno autoritario responsable de crímenes de lesa humanidad.
Este enfoque, que se justifica bajo la bandera del supuesto “periodismo equilibrado”, termina invisibilizando la tragedia humana: más de 7 millones de venezolanos han emigrado, cientos de presos políticos languidecen en cárceles, y las denuncias de tortura y desapariciones se acumulan en informes de la ONU y ONG. Sin embargo, el NYT parece más preocupado por advertir sobre los riesgos de un cambio de régimen que por exponer la brutalidad del chavismo.
¿Es esto periodismo responsable o una muestra del sesgo ideológico que coloca la estabilidad regional por encima de la justicia y los derechos humanos? Cuando un medio con la influencia del NYT elige dar voz al opresor sin equilibrar con las víctimas, no solo falla en su deber informativo: contribuye a normalizar la impunidad.













