El costo energético oculto de la inteligencia artificial: ¿Oportunidad o Amenaza?

La inteligencia artificial impulsa avances, pero su consumo energético es enorme: los centros de datos podrían duplicar su demanda global hasta 1.300 TWh en 2035, equivalente al consumo anual de India. Este impacto ya eleva tarifas en EE. UU. y Europa, aunque la IA también se usa para optimizar redes, integrar renovables y reducir pérdidas. El reto es gobernar su crecimiento con políticas que garanticen sostenibilidad y transparencia.

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Por Héctor J. Zarzosa González *

La inteligencia artificial se ha convertido en la estrella tecnológica del siglo XXI. Nos ayuda a crear imágenes, resolver problemas complejos… pero detrás de cada interacción hay un secreto incómodo: la IA consume muchísima energía. Cada vez que le pides a un asistente que redacte un texto o genere una imagen, se activa una maquinaria colosal que devora electricidad.

Los centros de datos —esas enormes “fábricas digitales” donde vive la IA— son auténticos glotones energéticos. Según la Agencia Internacional de Energía, el consumo global podría duplicarse en la próxima década, pasando de unos 560 TWh en 2025 a más de 1.300 TWh en 2035. Eso equivale al consumo eléctrico anual de India.

En Estados Unidos, el epicentro de esta revolución, la demanda se disparará: para 2030, los centros de datos podrían absorber el 12 % de toda la electricidad del país.

Muchos creen que el gran coste energético está en entrenar modelos como GPT-4. Y sí, entrenarlo consumió más de 50 GWh (lo que gastaría una ciudad pequeña en un año). Pero el verdadero agujero negro está en el uso diario. Millones de consultas, generación de imágenes y vídeos… todo suma. Crear un vídeo de apenas 5 segundos puede requerir más de 3,4 millones de Joules, el equivalente a cargar un smartphone unas 90 veces.

@ICN
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Este boom energético no es gratis. En Ohio, la factura mensual de un hogar típico ya ha subido 15 dólares por la demanda de los centros de datos. Y se estima que, para 2030, las tarifas podrían aumentar un 8 % en todo EE.UU., llegando al 25 % en estados como Virginia. Las tecnológicas dicen que asumirán su parte, pero las eléctricas advierten: las mejoras en la red las pagamos entre todos.

La buena noticia es que la matriz energética está cambiando. Las renovables —solar y eólica— están desplazando al carbón y se espera que aporten 550 TWh en 2035. Además, surgen soluciones creativas: reutilizar el calor de los centros de datos, ubicarlos en regiones frías como Islandia, y desarrollar modelos más eficientes. Pero cuidado: si la IA se vuelve más barata y accesible, podríamos usarla aún más… y el consumo volvería a dispararse.

El Viejo Continente no se queda atrás en esta carrera. La demanda energética de los centros de datos en Europa también crece a ritmo acelerado, especialmente en países como Irlanda, Alemania y los Países Bajos, donde se concentran grandes instalaciones. La Comisión Europea advierte que, sin medidas, el consumo podría duplicarse antes de 2030, presionando las redes eléctricas y los objetivos climáticos.

Pero Europa está apostando por la IA no solo como consumidora, sino como herramienta para optimizar la energía. Proyectos como I-NERGY y O-CEI, financiados por la UE, aplican inteligencia artificial para gestionar redes eléctricas inteligentes, integrar renovables y reducir pérdidas. En Finlandia, el proyecto COSMIC utiliza IA para prever la demanda de calefacción urbana y evitar desperdicios. Incluso gigantes tecnológicos como Google han logrado reducir hasta un 40 % el consumo energético de sus centros de datos en Europa gracias a algoritmos de IA que ajustan la refrigeración en tiempo real.

En el ámbito doméstico, sistemas como Eleia permiten programar electrodomésticos en horas valle, optimizando tarifas y reduciendo emisiones. Y en la industria, iniciativas como iWAYS reutilizan calor residual en fábricas para calentar hogares, demostrando que la IA puede ser clave en la transición hacia una economía circular.

Paradójicamente, la misma tecnología que dispara la demanda energética puede convertirse en la solución. La IA aplicada a redes inteligentes, autoconsumo solar, mantenimiento predictivo y gestión de cargas está ayudando a reducir costes y emisiones en Europa. Si se escala, estas innovaciones podrían compensar parte del impacto que hoy preocupa.

La IA promete aumentar la productividad hasta un 40 % en sectores clave, revolucionar la medicina y la educación. Pero también tiene un coste ambiental y social real: presión sobre recursos hídricos, falta de transparencia y tarifas más altas para quienes no se benefician directamente.

La pregunta no es si debemos avanzar, sino cómo. Necesitamos políticas que impulsen renovables, exijan transparencia y eviten que la factura de esta revolución la paguen quienes no la disfrutan.

 

*Perfil del autor

Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM),  MBA y master Project Management Internacional.
Es Corresponsal de ICN Diario en Europa.
Es Director de Silicon Valley Global y de la Fundación Uniteco.
Es director de diferentes planes formativos, siendo docente en universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.

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