Nicolás Maduro ha lanzado un mensaje que suena más a súplica que a diplomacia: “No war, yes peace”. El gobernante de facto de Venezuela, que sigue sin mostrar las actas electorales y acorralado por sanciones, aislamiento internacional y la amenaza explícita de operaciones militares estadounidenses, busca desesperadamente un respiro. Su llamado a la paz y la amistad con Estados Unidos no es casualidad; es una maniobra calculada para frenar lo que podría convertirse en el golpe definitivo contra su régimen.
Donald Trump, por su parte, ha sorprendido al declarar que “podría haber discusiones” con Maduro, aunque sin precisar fecha ni condiciones. El presidente estadounidense expresó que es Caracas quien “quiere hablar”, mientras refuerza la presión con el despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford y la designación del Cartel de los Soles —grupo que Washington vincula directamente con Maduro— como organización terrorista extranjera. Esta medida habilita sanciones más severas e incluso ataques a infraestructura dentro de Venezuela.
¿Es esto una apertura diplomática real o la antesala de un ultimátum? Las señales apuntan a lo segundo. Según reportes, la administración Trump evalúa opciones que van desde sanciones adicionales hasta operaciones militares selectivas. Incluso se han filtrado propuestas de Caracas para evitar la confrontación: concesiones económicas sin precedentes, como abrir el acceso a las reservas petroleras y auríferas a empresas estadounidenses y redirigir exportaciones de China hacia Norteamérica. Sin embargo, Washington parece tener un objetivo más claro: la salida de Maduro del poder.
En este contexto, el diálogo que Maduro implora podría convertirse en una negociación bajo condiciones draconianas: amnistía, exilio seguro y garantías para su círculo cercano, a cambio de abandonar el cargo y permitir una transición política. Para Trump, esto sería la victoria perfecta: restaurar la democracia en Venezuela sin una guerra abierta, aunque con la amenaza latente de la fuerza como herramienta de presión.
La pregunta es si Maduro aceptará rendirse antes de que la tormenta estalle. Porque, más allá de los gestos conciliadores y las frases en inglés mal pronunciadas, la realidad es que el tiempo corre en su contra. Y en la lógica de Trump, cada movimiento militar y cada sanción son piezas de un tablero donde la diplomacia no excluye la coerción, sino que la complementa.














