Café con trazos – Por Juan Carlos Barreto.-
Un buen café siempre invita a frenar un momento y a mirar alrededor. Café con trazos nace con ese espíritu: una pausa semanal para contar qué pasa con el arte y la cultura en el Uruguay entero. En esta primera entrega el punto de partida es San José, en Uruguay, donde este sábado 27 de setiembre se abrió la muestra “La Larga Marcha”, bajo la curaduría del Arq. Gonzalo Magnou, dedicada a Hugo Nantes, uno de los artistas que marcaron con fuerza la identidad de este departamento y del país.
Una noche especial en el museo
El Museo Departamental de San José recibió a vecinos, artistas y curiosos que llegaron para reencontrarse con un creador que sigue siendo referencia. No es casual que esta muestra se presente aquí: fue en este mismo museo donde Nantes tuvo sus primeros contactos con las enseñanzas de Dumas Oroño, figura clave en la formación de varias generaciones de artistas maragatos. La elección del lugar tiene así un valor simbólico y afectivo que suma peso a la exposición.
Nantes nunca pintó para decorar. Su obra, directa y sin adornos innecesarios, refleja el país que le tocó vivir: desde los tiempos de prosperidad hasta las tensiones sociales de las décadas de 1960 y 1970. Quien se para frente a sus cuadros percibe un relato de personas comunes, de gestos duros, de historias compartidas que no se borran con el paso de los años.
El Arq. Magnou resumió en la inauguración el espíritu de la propuesta: “Es una invitación a mirar a Nantes desde la intensidad de sus búsquedas y la vigencia de sus preguntas”. Una frase breve que abre la puerta a un recorrido que no se agota en la simple contemplación de la técnica.
Magnou no llega a esta curaduría de forma casual. Ya en 2022 había incursionado en un ensayo crítico sobre la personalidad artística y la obra de Hugo Nantes, y esta muestra se convierte en un nuevo eslabón para no perder ni dejar en el olvido la figura de aquel a quien la comunidad maragata conocía, con cariño y admiración, como “El Hugo” o “El Loco”. Recuperar esa memoria viva es también parte del sentido de esta exposición.
El camino de un artista

Nantes supo combinar el rumor de la calle con la calma del taller. Le interesaba tanto la conversación de café como el silencio de la pintura. En su obra conviven esas dos dimensiones: lo popular y lo íntimo. Los personajes que aparecen en sus telas no son héroes ni figuras de bronce; son vecinos, trabajadores, familias que llevan en la piel el peso de su época. Con pocos trazos y una paleta sobria, el pintor supo captar una dignidad que no necesita palabras.
Estas obras marcan, seguramente, una época anterior a su primer viaje a Europa y ya muestran un acercamiento a rostros y figuras que luego interpretaría en su etapa como escultor. En ellas se percibe una búsqueda que va más allá de la pintura: una observación del cuerpo y de sus expresiones que después se traducirá en volumen, en materia, en la tridimensionalidad de su trabajo posterior.
Nantes, en sus rostros, nos traslada a una época donde había que decir sin poder decir, y él supo cómo hacerlo. Cada mirada, cada gesto, es una forma de enunciar lo que no podía expresarse abiertamente; una declaración silenciosa que atraviesa el tiempo y que sigue invitando a la reflexión.
Para quienes lo conocieron, esa mezcla de firmeza y sensibilidad definía su carácter. Para quienes lo descubren ahora, cada cuadro se convierte en un testimonio de un país en movimiento, con sus luces y sus sombras.
Un montaje que invita a detenerse

Las obras que se presentan en “La Larga Marcha” están enmarcadas entre 1951 y la década del setenta, un arco de más de veinte años en el que Hugo Nantes fue definiendo su lenguaje. La propuesta curatorial evita el simple orden cronológico: en lugar de una sucesión de fechas, el recorrido se organiza como estaciones de un viaje personal. Retratos, escenas urbanas y figuras solitarias se suceden sin rigidez, permitiendo que cada visitante elija su propio ritmo: avanzar, volver atrás, detenerse frente a un gesto o a un color.
No se trata de una lección de historia, sino de una experiencia de observación y de memoria. El acierto del montaje está en dejar que las pinturas hablen por sí mismas. No hace falta una explicación técnica para percibir la fuerza que emana de esas imágenes.
El museo y la comunidad
El Museo Departamental de San José confirma una vez más su rol de punto de encuentro. En la noche de apertura se cruzaron generaciones: estudiantes de arte, docentes, vecinos de toda la ciudad. Esa mezcla de público muestra que la cultura sigue siendo un punto de unión. Cada visitante aporta su mirada y, al mismo tiempo, se lleva una parte de la historia común.
La exposición estará abierta varias semanas, lo que permite que escuelas, liceos y grupos de otras localidades la visiten. Ese movimiento de personas es, en sí mismo, una manera de mantener viva la memoria y de dar sentido al trabajo de quienes sostienen los espacios culturales.
@jotace.barreto