Por: Fernando J. Portillo
A los perros antidroga se les entrena jugando.
Existen muchos falsos mitos en torno a los perros antidroga y su entrenamiento.
Algunas de las leyendas afirman que los perros son consumidores de la sustancia que buscan y que se les inyecta droga.
Lo cierto es que estos valiosos perros solo aprenden a identificar el olor de la sustancia ilegal para la que son entrenados.
En la División Investigaciones de la Prefectura se trabaja con ese tipo de perros desde hace décadas, pero su inicio no fue fácil de conseguir y es mejor contar esta historia desde su inicio.
Corría la década de los ochenta sumándose a las tareas de la División Investigaciones de la Prefectura uruguaya la lucha contra el narcotráfico.
De acuerdo con el Código del Proceso Penal en vigencia Prefectura (Gran Mando de la Marina uruguaya) en su respectiva jurisdicción, deberá cumplir con tareas de investigación y llevar a cabo las diligencias necesarias para cumplir con las disposiciones legales vigentes.
Para dicha función se logró la colaboración de la Brigada de Narcóticos de la Policía Nacional para que el personal naval se entrenara, participando en varios operativos antidrogas junto a su personal que contaba con vasta experiencia en el tema – recuerdo al Comisario De Leon << uno de los fundadores de la Brigada>>, al Suboficial Nessi que fueron permanentes colaboradores y muchos etc. más…-
Fue así como poco a poco la bisoña dependencia antinarcóticos fue creciendo y tomando importancia tanto a nivel nacional como internacional.
Hubo muchos casos importantes que aparejaron que gran parte del personal comenzara a concurrir a cursos de capacitación en el exterior.
El mando naval – Almirantazgo – pese a ser tareas poco relacionadas con el quehacer de una Marina de Guerra tradicional en esa época, comenzó a interiorizarse de dichas actividades a efectos de que el personal embarcado tuviera conocimientos del flagelo de la droga, operando en su lucha en el mar.
Las fuerzas navales en el exterior hacía mucho tiempo que estaban involucradas en la guerra contra el narcotráfico, por lo que comenzaron a realizarse foros, seminarios y visitas entre las mismas.
Fue así como un día concurrió a Uruguay una delegación a conocer cómo se llevaban a cabo las tareas de lucha contra el tráfico de estupefacientes en la jurisdicción de la Armada Nacional uruguaya.
Antes de la visita, hubo una reunión de coordinación -como es habitual- a efectos de coordinar los ejercicios a llevar a cabo en la demostración que se llevaría a cabo cuando arribaran las autoridades extranjeras.
A nuestra División – en dicha reunión – se nos ordenó realizar un simulacro en el salón de Pasajeros del Puerto de Montevideo con perros cuando arribara el Ferry del medio día proveniente de Buenos Aires.
Tímidamente solicite hacer uso de la palabra y dije – ¡No tenemos perros detectores de drogas! – caras de asombro y el silencio se hizo pesado…-, las miradas se enfocaron en el superior presente, el que aparentemente trataba de encontrar una solución al tema y así fue, para él, diciendo – No hay problema, hagan venir a los perros de la Infantería de Marina y que los paseen entre los pasajeros – solicite nuevamente la palabra, diciendo – Es muy peligroso para los civiles, esos perros están entrenados para otro tipo de actividades – la respuesta no se dejó esperar y fue cortante – no va a pasar nada, hagamos lo que dije…- y se terminó abruptamente la reunión.
Llego el día de la visita, el personal de Investigaciones vestía de civil habitualmente y usaban chalecos que identificaban a nuestra fuerza naval y seis perros con Infantes de Marina con uniformes camuflados estaban prontos para la demostración.
Se le había indicado previamente a los conductores, o guías de los canes el cuidado que debían tener con los pasajeros, tratando de no se acercaran demasiado a ellos, para evitar cualquier tipo de problema o incidente.
Era verano, cientos de pasajeros argentinos se agolpaban en el salón de pasajeros del puerto capitalino, queriendo realizar sus trámites de embarque al buque que recién había atracado a muelle, mientras que del mismo buque descendían la misma cantidad de personas o más…
A ello se sumaban los vehículos que descendían de la embarcación y una larga cola de los que partirían en él, en ese momento de locura, logré divisar a los visitantes junto a las autoridades navales uruguayas y al instante, a través de los equipos de comunicaciones se emite la orden de inicio del simulacro.
Con el personal de lucha contra el ¨narco¨ no había problemas, el tema fue ver avanzar a los Infantes con sus perros hacia el mundo de gente dentro y fuera de la Terminal Portuaria, como si fueran ¨caballos briosos¨, dentro de una ¨Combi¨ que oficiaba como central de operaciones me encomendé al ¨de arriba¨.
Creo que no pasaron más de cinco minutos y escucho por radio que el Oficial que se encontraba dentro del salón requería urgente mi presencia por un problema con un perro y pasajeros, concurro urgente y desde la entrada veo que la gente había hecho un círculo y en el centro se encontraban una señora y su marido luchando a brazo partido con uno de nuestros perros, su guía y aduaneros, para quitarles de sus fauces una ristra de chorizos que esas personas llevaban en su valija – la que yacía inerte y destrozada en el piso junto con ropa y otros enseres que asomaban por sus agujeros…-
Logramos aplacar al perro y a los turistas argentinos, tuvimos que pagar la valija y no fuimos denunciados porque los funcionarios aduaneros informaron a los viajantes que estaban cometiendo una irregularidad pues no podían transportar chacinados en su equipaje.
De igual forma hubo publicaciones en la prensa argentina donde se hablaba del peligro de la utilización de perros adictos a las drogas en las terminales portuarias uruguayas.
La anécdota quedó en nuestro recuerdo, pero también demostró la necesidad de contar con perros entrenados para esas tareas.
A través de contactos con la Gendarmería Argentina conseguimos un cupo sin costo en su escuela de entrenamiento de perros detectores de drogas.
Al no contar con personal capacitado en dicha área, averiguamos cual era el mejor hombre con esas actitudes en el Plantel de Perros de los Infantes de Prefectura, nos dijeron que el mejor era el Cabo José Bonilla – alias ¨Perico¨- y fuimos tras él.
No fue fácil lograr su concurso como nuestro entrenador, pero luego de largas negociaciones – y un par de asados – ¨Perico¨ paso a integrar nuestra dotación y a la semana ya estaba en Buenos Aires entrenando un perro en la Gendarmería.
El entrenamiento puede durar entre dos y tres meses, el cachorro elegido debe de ser inquieto pues se necesitan individuos listos, desenvueltos y activos, que son los más proclives a responder al adiestramiento.
La capacidad de la memoria olfativa de un perro es tan potente que uno de estos animales bien entrenado es capaz de detectar decenas de sustancias diversas.
Pasados un par de meses volvió ¨Perico¨ a nuestro país con su perro entrenado al que había bautizado como ¨Albert¨.
Perico nos explicó que el entrenamiento se basaba en un juego que desarrollaba él y su perro, Albert en realidad no buscaba drogas, buscaba su juguete que tenía el mismo olor que las sustancias utilizadas para la fabricación de drogas.
Cuando encontraba la droga – para el perro su juguete – solamente él – Perico- le hacía mimos y caricias, no se le podía dar de comer nada que no fuera su alimento balanceado a las horas estipuladas – nada de caramelos o galletitas como uno se podría imaginar – a efectos de evitar lo sucedido con los chorizos en la terminal portuaria.
La búsqueda de drogas del dúo Perico-Albert siempre se llevaba a cabo en sentido horario, ya fuera en un vehículo, salón o buque.
Albert solo trabajaba con Perico, gruñía si alguien pretendía tomar su lugar.
A medida que paso el tiempo el Cabo Bonilla – Perico – entreno a muchos perros y guías para la detección de drogas, pero la habilidad de su preferido Albert era difícil de superar.
Junto con el equipo de Operaciones -de la División Investigaciones- se llevaron a cabo innumerables e importantes decomisos de estupefacientes, tanto es así que un nueve de febrero de 1991 – día de la Prefectura Nacional Naval – el Presidente de la Republica en el acto central de dicha conmemoración en el Puerto de Montevideo, condecoró a Perico y Albert y los ascendió a ambos al grado de Cabo de primera clase, algo nunca visto en la Marina uruguaya.
También la División Investigaciones recibió el premio a la repartición más eficiente de la Armada Nacional – primera unidad de la Prefectura en lograr tal distinción-.
El cariño, afecto y trabajo conjunto de Albert y su guía se extendió por diez años, momento en que se jubiló de la marina y de la vida, habiendo dado lo que pocos pichichos podrán emular.
Perico ascendió a Suboficial y también se jubiló de la Armada.
Se fue porque la vida que siempre es cambio le indicó – creo -que el papel que él entendía debía interpretar había cambiado cuando su amigo perruno partió.
Perico lucho muchas batallas, en su forma de vida y en el equipo todo, siempre con su habitual modestia y a veces parquedad, pero dejando atrás un camino en el que gozamos de muchos triunfos, a la postre etéreos, intangibles hoy en día.
Se han desgastado los recuerdos de sus hazañas, pero no el Ser de aquel dúo hombre-animal, porque siempre seguirán alimentando el espíritu de muchos.
Entre la razón y la emoción presiento que a Perico y Albert la eternidad los mantendrá siempre jugando…













