Hoy me mueve la necesidad de reflexionar junto a ustedes acerca de esa forma particular del ser humano, sello que nos identifica, particularidad que suele ponernos graciosamente al borde del abismo a cada paso, aun teniendo detrás una enorme pradera por donde discurrir.
Naturaleza que es carne con nosotros, donde sin dilación nos esforzamos por destruir todo cuanto está a nuestro alcance; si es la naturaleza, aniquilarla es el camino, si es el amor, traicionarlo es lo adecuado, si es la salud, es superflua, hay que quitarla de en medio, y así permanentemente con cada cosa que se pone al alcance de nuestras influencias, aunque más temprano que tarde, nos incineremos en el horno de la angustia, del fracaso, de la soledad más punzante. -Pero lo hicimos. Nos diremos para nuestros adentros. -Qué sensación me produjo. Pensaremos, mientras vemos diluirse nuestra vida y nuestra integridad como una casa de madera en medio de un voraz incendio.
Para que hacerlo fácil si podemos complicarnos la vida, para que viajar cómodos, ligeros de equipaje si podemos cargar una enorme bolsa con basura y aun calzando zapatos dos números más pequeños que nuestros agotados pies.
Para que, me pregunto en este instante, nos permitimos el sueño de la construcción y aun lo pregonamos, para treparnos cada mañana a la feroz máquina de complicar, de entorpecer, de destruir, de molestar, haciendo oídos sordos al maestro que nos grita, nos implora que esa no es la forma, que ese no es el camino, que anoche pensábamos en colores y hoy actuamos en blanco y negro, que hasta ayer plantábamos un sueño y hoy como si fuéramos locos, cortamos la rama que nos sostiene sin importarnos la altura desde la cual caeremos.
El ser humano requiere tanto como al aire que respira, de la adrenalina que le producen las situaciones límites, las situaciones de zozobra, de peligro inminente. La paz, la tranquilidad, el estado de armonía aburre, induce al tedio ya que al estar en reposo, no hay vibraciones y eso hace que éste nos invada, por ende, nos lanzamos al mundo a generar sismos, unos más pequeños, otros más grandes, pero sismos al fin; está en nuestros genes y al provocarlos sabemos de cuanto resquebrajamos tanto nuestras vidas como las de quienes están a nuestro lado, pero mientras el sudor corre por la espalda, mientras las manos se humedecen por que sabemos que el camino es traicionero y que en cualquier momento las arenas movedizas habrán de engullirnos, seguimos adelante. Un paso más, nos decimos, unos metros más, solo para ver que hay allí, tras el recodo y me detengo; pero no, después otro más y otro y otro…Hasta que al final la angustia por lo que podríamos haber evitado y no lo hicimos, nos invade, nos abruma, nos desmiembra dejándonos a la vera del camino para alimento de los carroñeros, o como ejemplo para otros que al igual que nosotros, buscan movilizar esa cosa que nos habita y cual una pica para bueyes, nos azuza, nos insta a seguir, entonces lo del ejemplo se desvanece, y como nadie hace experiencia con un chichón ajeno, allá marchan los nuevos desgraciados en pos de su parcela de arena movediza.
El ser humano es el único bicho que tropieza dos veces con la misma piedra, reza el refrán. Y tres, y cuatro y cinco también. Me sonrío con pena porque sé que realmente es cierta dicha aseveración. Me embriago y al ver mis fotografías colgadas en la red, me prometo no volver a hacerlo, fui el payaso de la fiesta, y al sábado siguiente me quitan la libreta de conducir por manejar ebrio; bueno, por lo menos no maté a nadie, pienso y me conformo, pero a los pocos meses termino en un hospital por que si bien no era yo quien conducía, permití que mi amigo si lo hiciera, siendo él el conductor.
Pasa con el amor. Lo generamos, lo acunamos, lo arropamos, luchamos junto a él para que crezca fuerte y sano y nos brinde la paz y la armonía que la vida requiere para andar su senda, pero en determinado momento tomamos el hacha de la incomprensión y lo deshojamos, lo herimos de gravedad para después, pidiendo perdón, intentar restañar las heridas, aunque las ramas quebradas ya no crezcan como antes y donde fueron restauradas, surja un grosero nudo que nos recuerde nuestro arrebato.
Y así una vez y otra, mientras nos vamos sumergiendo en un circulo vicioso que obra en nuestra contra por que nos aliena, nos minimiza, nos transforma en poco más que casi nada, por que el vacío que deja el desamor, troca ventanas por rejas, fronda verde y fresca, por yermos parajes de tierra resquebrajada, peregrinos ávidos por marchar en frías estatuas de sal.
¿El estado natural del hombre es la torpeza?…
¿El estado natural de hombre es buscar su auto destrucción a través de la generación de situaciones límites que lo laceren, lo hieran de muerte, lo ahoguen en sus propios jugos?…
Necesito preguntarme hoy el por que admiramos tantas veces a esos pro hombres, guías espirituales, avatares, quienes han sabido de alguna forma, desprenderse de lo mundano, de la cáscara que engrosa y hace perder sensibilidad, cuando de una u otra manera nosotros poseemos los mismos elementos para la superación, para la trascendencia. Pienso que un libro es un libro y contiene un caudal de información determinado, pero que mientras unos los leen, los disfrutan y aprenden de ellos, otros los utilizan para emparejar las patas de una mesa.
Cada uno debe andar su propia vereda; bienvenidos los guías, los maestros, los gurús, pero no perdamos la distancia, no equivoquemos el camino; todos nosotros estamos en la orquesta, con los aciertos y los yerros que nos toquen para la participación en la sinfonía de la vida, pero más allá de ello deberíamos proponernos realmente despegarnos de una vez por todas de la mediocridad que la especie nos impone y no conformarnos con el consabido, es así, así somos y así fuimos creados; manteniéndonos estúpidamente en el brocal de un pozo de cuyo fondo no tenemos noticias.
Una vez escribí en este mismo medio que era menester de vez en cuando, ordenar la mochila; tal vez sea esta la hora de ponernos a pensar en la oportunidad de recomponer su contenido, de considerar en serio la dirección que debemos imprimir a nuestras huellas en el polvoriento camino que nos ha tocado en suerte transitar, así como de elegir a quien o a quienes queremos a nuestro lado para la realización del trayecto que nos resta por andar.
La vida es muy corta como para desperdiciarla en aquellas cosas que no nos dan felicidad, que nos hacen ver como idiotas, que nos desarmonizan, que nos hacen malgastar las efímeras energías de la juventud, y demasiado larga cuando debemos vivirla llevando pesadas e inútiles cargas, calzando incómodos zapatos, o teniendo que soportar a seres humanos fastidiosos con quien no queremos compartir nuestro vino.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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