
Los hombres que andamos por las veredas de la existencia cargando la preciosa mochila de nuestros conceptos filosóficos, nos ubicamos naturalmente ante ella, en forma bastante diferente del común de los hombres que nada o casi nada cargan en el morral de sus vidas, teniendo plena conciencia del templo interior que albergamos, así como el cuidado, respeto y veneración que le debemos.
La concepción del templo espiritual no es privativa de nosotros, todas las religiones, desde la oscuridad de los tiempos, han hecho carne en el concepto sacro del templo. Este concepto como tal, concebido hoy día como un lugar a cubierto, fue en otras épocas un idea abstracta, templum, que proviene de una raíz que significa cortar, referido a cualquier lugar abierto o cerrado, espacio separado del resto de los terrenos, destinándolo como un lugar sagrado, diferenciado de lo profano; dentro de su perímetro trabajaban los agoreros, los maestros, realizando augurios y observando los pronósticos.
Todos los templos han guardado celosamente y lo hacen aun hoy, los misterios de los rituales que en ellos se llevaban a cabo, desde aquellos sitios sagrados en medio de un bosque o a la sombra de grandes rocas, hasta los acabados templos egipcios, griegos, romanos, mayas, cristianos, musulmanes, etc. he ahí de alguna forma la generación de una gran corriente de poder basada en lo misterioso, en lo oculto, en lo prohibido o vedado a los ojos de los no iniciados o de los mismos iniciados que aun siéndolo, no habían alcanzado el nivel necesario como para permitírsele acceder a cada rincón del recinto sacro.
Ahora bien, después de haber intentado echar algo de luz a la idea del templo material propiamente dicho, nos ocuparemos, ya no de ese tipo de templo, templo de piedra, ni de ese tipo de sacerdote, hombres de carne y hueso, sino que, como lo expresa el título del trabajo, veremos como el ser humano para la autorrealización en su vida, no solo deberá transitar la senda que lo llevará irremediablemente a la vejez, al ocaso de su vida material a través de la cual obtiene conocimientos, experiencia y cáscara, sino que deberá transitar la senda hacia su interior crecimiento, hacia el conocimiento cabal de sí mismo, del Templo Espiritual que desde el primer instante de su concepción comienza a erigirse en él y por añadidura, del sacerdote que en esos pasillos interiores trasegará; Maestro Interior con el cual necesariamente en algún momento de la existencia deberemos conversar, consultar, o espiar culpas.
El templo al que me refiero es circular, carece de rincones donde podamos ocultar algo y el maestro que lo ocupa es ubicuo, y ante él tendremos más tarde o más temprano, que comparecer; sólo de nosotros dependerá que sea ese el mejor o el peor de los momentos…
Aunque muchas veces neguemos su existencia, aunque no haya en nosotros conciencia despierta de su ubicación en nuestro chackra coronario, él, igualmente existe.
El templo al que me refiero es el Templo Moral, ese recinto donde se gestan, evolucionan y afloran las luces de nuestras ideas; ese recinto que nos habita y al que habitamos, muchas veces misterioso y desconocido, templo al que refiere seguramente Platón en su teoría de la caverna y por la cual hace saber el célebre filósofo, que el hombre común se encuentra atado, encadenado, sumido en el mundo sensorial e impedido de la elevación hacia el orbe de la espiritualidad y de las ideas.
Templo de Luz de difícil acceso al que no siempre llega la mente cuando la preparación no es la adecuada, cuando no hemos trabajado en la auto iniciación y por ende, la llave del íntimo secreto no ha sido aun depositada en nuestras manos espirituales.
Desde tiempos remotos existen referencias al hablar de la construcción del templo de Salomón, donde cuentan que en su edificación no fue escuchado un solo ruido de martillos golpeando, de hachas o herramientas de hierro, comparándolo con la edificación del templo moral al que nos estamos refiriendo, ya que el mismo se edifica desde el absoluto silencio de la meditación, del auto análisis, de la constructiva introspección, del estudio profundo del místico libro que conforma nuestra vida.
El acceso a nuestra cámara del medio sólo nos será permitido cuando vayamos de la mano de nuestra conciencia despierta, con pleno y sincero reconocimiento del Maestro que nos trasiega, verdadero portador de la antorcha de la sabiduría y por ende, de todas las respuestas.
El acceso al templo interior donde arde y crepita la hoguera del conocimiento universal, allí en el adytum o santo de los santos de la más íntima concavidad, sólo será posible en la medida en que nos reconciliemos con el sacerdote íntimo y el que en la medida de nuestra devoción, nos inducirá y elevará a través de los sagrados misterios que aguardan en esos espacios intestinos para ser descubiertos, para que los hagamos germinar a través del estudio profundo , del análisis, la reflexión y por sobre todo, la amorosa acción constructiva.
Cada hombre y mujer lleva en sí, un monte Moriah virginal que aguarda a que sobre él construyamos ese místico templo que nos haga más humanos.
En un mundo que sabemos decadente, donde las estructuras se resquebrajan, donde aquellos conceptos difundidos como verdades absolutas se van descascarando como muros invadidos por la humedad; donde abundan los Shishak de Egipto o los Nabuconodosor de Caldea; donde debemos rendir los exámenes más difíciles cada día, teniendo que hacer uso con más y más frecuencia de nuestros conocimientos de vida, cual experimentados alquimistas (sin serlos), a fin de trocar el plomo de los inclementes vientos foráneos en dulces y áureas primaveras adentro.
En estas épocas que nos ha tocado caminar, debemos saber sortear las emboscadas que los bandidos de la basura espiritual nos tiendan y ser habilidosos artesanos para transformar las piedras con que nos ataquen, en firme basamento y sólidas paredes para nuestro precioso templo moral.
Ante nuestros ojos vemos desfilar despojos de una sociedad corroída, cuyas estructuras perimidas e indecentes tambalean. Observamos como los jefes de turno acomodan y redistribuyen cada pieza a su antojo y de acuerdo a sus inmediatos intereses, dando por tierra con los principios y creencias que hasta ayer creíamos inamovibles, vitales e insustituibles. Sociedad empobrecida donde no se escatiman esfuerzos para profanar templos y los poderosos de turno compran o venden bendiciones a su antojo y donde hombres que supusimos guías, faros para el camino, se transforman en marionetas del materialismo más sórdido.
Hoy más que nunca debemos ser constructores, artesanos de la vida interior, obreros de la verdad, de nuestra verdad honesta y sana; creativos y libres y que los embates de la mentira, de la traición, de la ignorancia, feroces enemigos, sean ahogados en el incontenible río de las ideas y la ilustración.
Un templo interior de pasillos iluminados, de amplias ventanas y de refulgente sol bañándolo todo, es posible.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
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