
Richard Stengel, ex Subsecretario de Estado para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos en la administración de Barack Obama entre 2014 y 2016 y referente del ala radical del Partido Demócrata, publicó recientemente un mensaje en redes sociales donde cuestiona la intención de Donald Trump de promover una “invasión terrestre ilegal” en Venezuela. El problema no es la crítica a la intervención militar sino la omisión deliberada de la naturaleza autoritaria del régimen de Nicolás Maduro.
Maduro gobierna sin transparencia electoral, con actas electorales nunca verificadas y bajo denuncias sistemáticas de represión, desapariciones forzadas y persecución política, documentadas por organismos internacionales. Sin embargo, Stengel evita cualquier referencia a estas violaciones. Ese silencio no es inocuo: en diplomacia, callar ante abusos equivale a conceder legitimidad. Y el chavismo lo sabe. Portales oficialistas como Venezuela News ya utilizan sus palabras para reforzar la narrativa de “apoyo internacional” frente a las críticas occidentales.
El resultado es una validación indirecta de un gobierno de facto. Defender principios democráticos exige coherencia: no se puede invocar el derecho internacional mientras se ignora la ilegitimidad y la represión. Cuando un exfuncionario con experiencia global como Stengel evita mencionar estos abusos, su postura deja de ser diplomacia y se convierte en sesgo político que erosiona la lucha por la verdad.
En tiempos donde la desinformación es estratégica, la falta de balance no solo debilita la credibilidad del mensaje, sino que lo convierte en funcional a los intereses de un régimen autoritario. Y eso, para alguien que se presenta como defensor de la democracia, es un error imperdonable.












