Honduras continúa con el conteo de los votos donde no solo se elige a un mandatario, sino el rumbo ideológico y la estabilidad institucional del país. En este escenario, las figuras de Nasry “Tito” Asfura y Salvador Nasralla polarizan la opinión pública. Mientras un sector importante de analistas y ciudadanos ven en Asfura al gestor capaz de reconstruir la nación, crece la desconfianza hacia Nasralla, a quien muchos tachan de ser un “Caballo de Troya” diseñado para asegurar la continuidad del proyecto izquierdista de Xiomara Castro.
Nasry Asfura: El pragmatismo frente a la ideología
Para un amplio sector del análisis político, Nasry Asfura representa la opción de la estabilidad y la gestión. Su paso por la alcaldía de Tegucigalpa dejó una huella de infraestructura y eficiencia que sus seguidores contrastan con la parálisis administrativa que, según sus críticos, ha caracterizado al actual gobierno de Libertad y Refundación (Libre).
Asfura es percibido como un político que prioriza los resultados sobre los discursos. En un contexto regional convulso, su perfil se alinea con una visión de libre mercado y fortalecimiento de las instituciones, factores que le han valido, incluso, señales de respaldo desde sectores conservadores en los Estados Unidos. Analistas internacionales sugieren que una administración de Asfura sería vista con buenos ojos por figuras como Donald Trump, quien busca aliados sólidos en la región para frenar el avance de las agendas de izquierda radical y controlar la migración mediante la generación de empleo local.
El “Caballo de Troya” y la sombra de Libre
En la otra acera se encuentra Salvador Nasralla. Si bien su retórica actual es de confrontación directa con Xiomara Castro, un sector crítico no olvida que él fue la pieza clave que llevó al actual gobierno al poder. Al integrar y avalar la alianza que derrocó al Partido Nacional, Nasralla se vinculó indisolublemente al proyecto de Manuel Zelaya Rosales.
La tesis del “Caballo de Troya” sostiene que el actual enfrentamiento entre Nasralla y Castro es, para muchos, una estrategia de distracción. Los analistas más escépticos plantean tres puntos críticos:
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Falta de credibilidad en la ruptura: Se argumenta que su salida del gobierno fue una movida calculada para captar el voto del descontento, pero que en el fondo, sus nexos con las estructuras que él mismo ayudó a instalar siguen vigentes.
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Impunidad garantizada: Existe el temor fundado de que, de llegar a la presidencia, Nasralla no exigiría una verdadera rendición de cuentas a la familia Zelaya-Castro por las múltiples acusaciones de corrupción y nepotismo que pesan sobre su administración. Su historial de alianzas volátiles sugiere que prefiere el pacto político antes que la justicia frontal.
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Debilidad de carácter: Frente a la contundencia de Asfura, Nasralla es visto por diversos sectores como un líder “débil” y errático. Esta percepción se extiende hasta Washington; se comenta que el entorno de Donald Trump no lo considera un interlocutor fiable, viéndolo más como un agitador mediático que como un estadista capaz de tomar decisiones difíciles.
La elección que enfrenta Honduras es de carácter existencial. Por un lado, Nasry Asfura ofrece un retorno al orden y la reconstrucción económica con el aval de sectores estratégicos internacionales. Por otro, Salvador Nasralla representa, para sus detractores, una extensión encubierta del actual régimen; un líder que, tras haber sido parte del problema, difícilmente podrá ser la solución.
En política, la confianza es un recurso que se agota rápido. Mientras Asfura construye su campaña sobre la base de su capacidad probada, Nasralla lucha por sacudirse el estigma de haber sido el facilitador del camino que hoy, supuestamente, intenta combatir.
Para muchos analistas, un triunfo de Nasralla, sería perjudicial para Honduras.













