Por Paco Tilla.-
La reciente consulta popular convocada por el presidente ecuatoriano Daniel Noboa ha dejado un mensaje claro: el pueblo dijo NO a sus propuestas. Este resultado ha desatado la euforia en las redes sociales entre Rafael Correa y su fiel escudera, Luisa González, quienes celebran como si se tratara de una victoria propia. Sin embargo, conviene mirar más allá de la superficie.
La diferencia entre Noboa y el correísmo es abismal. Noboa, con aciertos y errores, optó por preguntar al pueblo, someter sus ideas al escrutinio democrático. Correa, en cambio, jamás habría hecho algo similar. Su estilo siempre fue imponer, no consultar. Durante su gobierno, las decisiones se tomaban desde el poder, sin espacio para la disidencia, y quienes se atrevían a cuestionar eran tachados de enemigos.
Hoy, Correa vive cómodamente en Bélgica, rodeado de opulencia, mientras su candidata derrotada, Luisa González, recorre el mundo con atuendos de lujo y vuelos en primera clase. ¿De dónde provienen los recursos para semejante estilo de vida? Nadie lo explica, y ellos prefieren guardar silencio. Eso sí, no pierden oportunidad para presentarse como defensores del pueblo, aunque sus acciones los ubican más cerca de la élite que dicen combatir.

Es probable que ni Correa ni González respondan a este artículo. Les incomoda la crítica, les molesta que se hable de sus contradicciones. Pero la verdad es evidente: detrás del discurso populista, hay una realidad de privilegios y opulencia que contradice sus palabras.

Otro dato: Rafael Correa solicitó donaciones en línea para financiar su documental
Rafael Correa impulsó una campaña de financiamiento colectivo para concluir el documental “Influjo Psíquico”. A pesar de que la campaña inicial en Goteo.org no alcanzó su meta mínima de recaudación, se mencionó que habría una segunda ronda de financiación.
Finalmente, en esta historia de tres, Noboa aparece como un líder que, al menos, confía en la voluntad popular. Correa y González, en cambio, siguen aferrados a la narrativa del poder absoluto, disfrazada de preocupación por los más pobres. El tiempo dirá si los ecuatorianos continúan creyendo en esas promesas o si, finalmente, deciden mirar con ojos críticos a quienes se autoproclaman salvadores mientras disfrutan de los beneficios de una casta que dicen detestar.














