
“Cuando la ideología supera al consenso, el partido deja de ser partido”.-
Algo está cambiando en el Partido Demócrata de Estados Unidos, y no es sutil. Lo que antes era una fuerza política moderada, pragmática y centrista, hoy parece estar entregando las llaves del auto a una izquierda que no teme decir su nombre. ¿Estamos ante una revolución ideológica o simplemente frente a una estrategia electoral desesperada?
La elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York es un símbolo de esta mutación. Mamdani, musulmán, joven y abiertamente socialista, derrotó al exgobernador Andrew Cuomo y al republicano Curtis Sliwa. Su discurso no es ambiguo: justicia económica, vivienda pública, crítica al capitalismo y defensa de causas internacionales que incomodan a más de uno. Donald Trump no tardó en etiquetarlo como “comunista”, y aunque el insulto es predecible, la incomodidad que genera Mamdani en el establishment es real.
Pero Mamdani no está solo. Bernie Sanders, el senador que alguna vez fue un independiente marginal, ahora es una figura central del Partido Demócrata. Se reúne con Evo Morales, critica las sanciones a Venezuela y defiende posturas que lo acercan más a los gobiernos latinoamericanos de izquierda que al corazón institucional de Washington. ¿La ironía? Sanders es millonario, y su cruzada contra los ricos suena más a marketing que a convicción.
Y luego está Alexandria Ocasio-Cortez, la influencer de la izquierda política. AOC no solo ha defendido al régimen de Maduro con una tibieza que roza la complicidad, sino que ha viajado a Brasil, Chile y Colombia para reunirse con Lula, Boric y Petro respectivamente. ¿Su mensaje? “Venimos aquí para aprender de ustedes”. ¿Aprender qué? ¿De economías estancadas, crisis institucionales y populismos reciclados? Su reunión con Alberto Fernández, el expresidente argentino que dejó a su país sumido en la pobreza y la inflación, fue otro momento surrealista: elogios a una gestión que ni los propios argentinos quieren recordar.
Lo que está ocurriendo es claro: el Partido Demócrata se ha convertido en una puerta de entrada para candidatos independientes con discursos de izquierda que, por fuera del sistema, no tendrían ninguna posibilidad. El partido, en su afán de captar votos jóvenes y progresistas, les abre los brazos. Pero esta apertura tiene un costo: la pérdida de identidad.
¿Es el Partido Demócrata aún el partido del centro liberal? ¿O se ha convertido en una plataforma para agendas que antes vivían en los márgenes? La izquierda está ganando terreno, sí. Pero también está sembrando contradicciones, incomodidades y una desconexión con los votantes moderados que podrían terminar huyendo hacia opciones más conservadoras.
En política, no todo idealismo es progreso. Y no toda revolución es evolución. El Partido Demócrata debería preguntarse si está construyendo el futuro… o simplemente cavando su propia fosa.












