Cuando la perseverancia venció al olvido: la Biblioteca Nacional de Uruguay y su salto a la era digital (2003)

EDITORIAL

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(2003 - Raúl Vallarino recibe a la Princesa Sayako de Japón tras la llegada de los equipos para digitalizar la Biblioteca Nacional de Uruguay)

Mientras hoy la Biblioteca Nacional de Uruguay navega en un mar de incertidumbres, no hay un rumbo cierto y la inexperiencia de quienes actualmente la dirigen causa pavor por sus marchas y contramarchas. Las nuevas autoridades la cerraron al público el día en que se conmemoraba el Día del Libro y esto generó enormes críticas. Pero poco tiempo después se anunció su reapertura e hicieron referencia a grandes proyectos y cambios, pero nadie supo explicar que se haría, porque actualmente no existe ningún plan previsto.

Por eso conviene recordar lo que se hizo y nadie lo continuó

Montevideo, 2003. Entre estanterías centenarias y papeles amarillentos, un sueño parecía imposible: llevar la Biblioteca Nacional de Uruguay al siglo XXI. Pero un hombre, Raúl Vallarino, escritor y periodista, nombrado en 2001 como director general de la histórica institución, decidió que la cultura no podía esperar. Con discreción y una convicción férrea, emprendió una misión que cambiaría la historia de la institución y con el apoyo del entonces ministro de Educación y Cultura, Leonardo Guzmán, la situación cambió.

Un año antes y tras ver cómo una donación europea destinada a la digitalización y gestionada por él terminaba desviada a otros fines (a la DGI), Vallarino ideó una estrategia audaz: acudir al Fondo Estatal de Ayuda de Japón (JICA), pero con una condición inusual: “No envíen dinero, envíen equipos” y les hizo llegar la lista del equipamiento que se necesitaba. Temía que el aporte económico se evaporara en prioridades ajenas a la cultura. Y Japón escuchó.

Así, llegaron al país escáneres de alta resolución, sistemas para microfilmación y tecnología que permitiría preservar miles de documentos históricos. No fue solo un envío de máquinas; fue una declaración de confianza en la memoria de un pueblo.

(La Princesa Sayako, Raúl Vallarino y el ministro de Educación y Cultura, Leonardo Guzmán)

El día de la inauguración, la Biblioteca Nacional se vistió de gala. Entre los pasillos resonaba la emoción de bibliotecarios y técnicos que habían trabajado sin descanso. Y como símbolo de la trascendencia del proyecto, la princesa Sayako de Japón estuvo presente, uniendo dos naciones en torno a la palabra escrita.

Aquella jornada no fue solo un acto protocolar. Fue la celebración de la perseverancia, del amor por los libros y de la certeza de que la historia merece ser preservada. Gracias a ese esfuerzo, la Biblioteca Nacional abrió sus puertas al futuro, sin renunciar a su pasado.

(La Princesa Sayako viendo en funcionamiento los equipos donados por su país)

Pero la gestión de Vallarino fue más allá al crear los famosos maratones de lectura anuales para el Día Nacional del Libro en Uruguay (26 de mayo) un evento que se convirtió en multitudinario cada año durante tres jornadas con la llegada diaria de lectores desde todos los puntos del país. Actualmente no se realizan y la BNU, volvió al ostracismo.

Bajo su dirección, se realizó la inédita y mayor exposición de manuscritos y voces de los grandes autores uruguayos junto a los objetos personales de esos escritores que por años estuvieron ocultos dentro de la Biblioteca Nacional.

La Batalla del Dulce de Leche: Crónica de una Diplomacia Audaz

El negociador de Uruguay, Raúl Vallarino (4º desde la izquierda), se reunió en 2003 con los directores de la Secretaría de Cultura de Argentina, Rubén Stella, Miguel Ángel Mojo y Teresa de Anchorena, dando por concluida la guerra del dulce de leche

Era el año 2003. En Buenos Aires, los salones de la Secretaría de Cultura argentina se vestían de solemnidad. Cinco directores aguardaban, seguros de su propósito: blindar para siempre el dulce de leche bajo la bandera celeste y blanca. La intención era clara: registrar la denominación de origen y sellar la identidad argentina en cada cucharada.

Pero frente a ellos, solo, sin más armas que la palabra y la astucia, estaba Raúl Vallarino, enviado uruguayo, director de la Biblioteca Nacional. No había tiempo para titubeos: si Argentina lograba su cometido, Uruguay perdería un símbolo compartido, una dulzura que corría por las venas del Río de la Plata.

Vallarino escuchó los argumentos, dejó que el silencio se hiciera pesado… y entonces lanzó su ofensiva diplomática, tan inesperada como certera:

“Si ustedes insisten en apropiarse del dulce de leche, Uruguay declarará como propia la Marcha de San Lorenzo, compuesta por el uruguayo Cayetano Silva siendo el emblema musical y oficial del Ejército argentino. Y no solo eso: en cada envase de nuestros productos lácteos leerán frases como ‘Producto 100% uruguayo como La Cumparsita’ o ‘Producto 100% uruguayo como Carlos Gardel’”.

Las palabras resonaron como un clarín de guerra. Los rostros argentinos se tensaron. Vallarino había tocado fibras sensibles: la música, la identidad, los íconos culturales que Argentina veneraba. Era un golpe maestro, una jugada que convertía la mesa de negociación en un campo de batalla simbólico.

El silencio se quebró. No hubo gritos, no hubo portazos. Solo un acuerdo tácito: la paz debía firmarse. Así terminó la “guerra del dulce de leche”, no con ejércitos ni tratados internacionales, sino con la inteligencia de un hombre que entendió que la cultura es el arma más poderosa.

Desde entonces, el dulce de leche sigue siendo patrimonio compartido del Río de la Plata, y aquella reunión quedó grabada como una lección de diplomacia creativa: cuando la identidad está en juego, la palabra puede ser más fuerte que cualquier decreto.

Pero también Vallarino se preocupó por el funcionariado de la Biblioteca Nacional que cada fin de año recibía una pequeña canasta familiar en metálico otorgada por el Estado, pero Vallarino, por su cuenta, conseguía anualmente para esas tradicionales fiestas y con la ayuda de empresas privadas una canasta extra para la compra de alimentos.

Hoy, ante tanto desatino, se hace imprescindible una gestión como la que hemos expuesto.