Cristina Kirchner: El ocaso de una expresidenta presa por corrupta y que se niega a soltar el poder

Cristina Kirchner no es una víctima del sistema: es parte del sistema que contribuyó a corroer las instituciones, a naturalizar la corrupción y a dividir a la sociedad en bandos irreconciliables

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Épocas pasadas - Foto: Senado de Argentina

El último gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner dejó una Argentina golpeada por una inflación que superaba los tres dígitos y una pobreza estructural que afectaba a más del 50% de la población.

La expresidenta no tiene vergüenza y mucho menos autocrítica, quiere seguir ocupando un lugar central en el debate público. No por propuestas renovadoras ni por gestos de autocrítica, sino por su persistente intento de influir en el escenario político, a pesar de estar condenada por corrupción y enfrentar nuevos juicios que la vinculan con una de las tramas más escandalosas de la historia reciente del país.

La causa Vialidad, que culminó con una condena firme de seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, fue ratificada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación el pasado 10 de junio. El fallo confirmó que durante sus mandatos se direccionaron obras públicas de manera sistemática a favor del empresario Lázaro Báez, generando un perjuicio millonario al Estado. La Corte sostuvo que “las sanciones aplicadas son las que determina el ordenamiento jurídico vigente” y que se respetaron todas las garantías del debido proceso.

Pero la tormenta judicial no termina allí. Cristina Kirchner enfrenta ahora el juicio oral por la causa Cuadernos de las Coimas, en el que está acusada de ser la jefa de una asociación ilícita que habría recaudado sobornos por más de 40 hechos comprobados. El proceso, iniciado en noviembre ante el Tribunal Oral Federal N°7, involucra a 87 imputados, entre exfuncionarios y empresarios. Las pruebas incluyen los famosos cuadernos del chofer Oscar Centeno, testimonios de empresarios arrepentidos y registros de entregas de dinero que, según la acusación, terminaban en el departamento de la expresidenta.

En medio de este panorama judicial, Cristina ha intensificado su discurso político. En recientes declaraciones, calificó el apoyo económico de Estados Unidos al gobierno argentino como “colonialismo financiero”, acusando al presidente Javier Milei de entregar la soberanía nacional. Este tipo de retórica, que mezcla nacionalismo con teorías conspirativas, busca reactivar a su base electoral apelando al resentimiento y al miedo.

Sin embargo, resulta difícil tomar en serio estas denuncias cuando provienen de quien dejó al país con una economía devastada, una inflación descontrolada y niveles de pobreza alarmantes. Cristina Kirchner no es una víctima del sistema: es parte del sistema que contribuyó a corroer las instituciones, a naturalizar la corrupción y a dividir a la sociedad en bandos irreconciliables.

Su insistencia en mantenerse vigente, incluso desde el banquillo de los acusados, revela una obsesión por el poder que no reconoce límites. En lugar de asumir su responsabilidad histórica, prefiere culpar a jueces, medios, empresarios y gobiernos extranjeros. Pero la Argentina necesita algo más que discursos encendidos y teorías conspirativas: necesita justicia, transparencia y líderes que entiendan que el poder es un servicio, no un privilegio.

Cristina Kirchner puede seguir hablando, puede seguir denunciando, puede seguir intentando influir. Pero la historia, tarde o temprano, pondrá las cosas en su lugar. Y en ese lugar, la corrupción no puede tener cabida, mientras ella baila en el balcón de su cárcel VIP con todos los privilegios e interiormente -sin dudas- se ríe ante la caterva que la aplaude.