Más allá del error de Caetano

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Fructuoso Rivera

Por Héctor Dotta.-

El error cometido por Gerardo Caetano en el video emitido por Presidencia de la República —ya reconocido y en vías de corrección— pone de relieve la necesidad de exponer con claridad los hechos relevantes que desembocaron en la Declaratoria de la Independencia del 25 de agosto de 1825, así como en los acontecimientos inmediatos posteriores. Ello permite ubicar a cada protagonista en su lugar histórico, sin que quepa dudar del patriotismo genuino de quienes, aun sosteniendo proyectos distintos, buscaban la libertad de la Provincia Oriental.

Contexto de la etapa Cisplatina

Durante este período (1820-1828) prevalecieron los reveses, y todos los patriotas aguardaban “el momento oportuno” para liberarse de la dominación portuguesa, luego, brasileña.

Antecedentes

En 1816 y 1817, José G. Artigas enfrentó un doble desafío: la oposición de Buenos Aires —ya en la Instrucción 19 había advertido la necesidad de una capital fuera de esa ciudad— y la invasión portuguesa, facilitada por el propio gobierno porteño.

En 1817, comenzaron las fracturas en el movimiento artiguista, con la defección de los hermanos Manuel e Ignacio Oribe, de Rufino Bauzá y del batallón de Libertos, que pasaron a Buenos Aires con armas y municiones.

En 1820, la Liga Federal venció a Buenos Aires, pero en la Banda Oriental Artigas fue derrotado por los portugueses. Ese año Juan A. Lavalleja, Francisco Otorgués, Andresito Artigas y Bernabé Rivera estaban prisioneros en la isla Das Cobras. Fructuoso Rivera, “el último en rendirse cuando ya ninguna resistencia era posible” —como señaló Juan E. Pivel Devoto— debió capitular tras la derrota de Tacuarembó. Rodeado por 12 mil soldados portugueses y abandonado a su suerte, pactó el acuerdo de Tres Árboles, con el que logró conservar a sus 400 hombres: el último núcleo de la Patria en armas.

Gracias a ese pacto, los oficiales prisioneros regresaron, otros pudieron volver de Buenos Aires y los orientales comenzaron a ocupar cargos públicos. Durante la Cisplatina, muchos de ellos vistieron uniforme portugués —Lavalleja, Rivera, los Oribe, Otorgués, Andrés Latorre— mientras aguardaban nuevas condiciones para la lucha.

Del Grito de Ipiranga a la Declaratoria

El Grito de Ipiranga (1822) tuvo consecuencias directas en la Provincia Cisplatina. La Declaratoria del 25 de agosto de 1825 fue, en gran medida, similar a la del 23 de octubre de 1823: en ambas se proclamaba la independencia junto con la unión a las Provincias Unidas, aunque solo en 1825 se adoptó pabellón propio.

La revolución de 1823 fracasó por la influencia porteña y por los acuerdos entre Francisco Lecor (ya oficial brasileño tras la independencia de Brasil) y Alvaro Da Costa (leal a Portugal), con el apoyo de los Caballeros Orientales. Rivera había advertido que “no era el momento”, y la desconfianza hacia Buenos Aires seguía vigente.

Tras la coronación de Pedro I como emperador de Brasil, Lecor y Da Costa se enfrentaron en Montevideo. Da Costa contó con el respaldo de los Caballeros Orientales, pero debió retirarse en 1824, tras un acuerdo con Lecor. Rivera, fiel a su estrategia, se mantuvo al margen, insistiendo en que compartía fines, pero no los métodos de los revolucionarios.

El “momento oportuno”

Hacia 1824–1825, Rivera preparaba la insurrección.

Con astucia, desarmaba destacamentos brasileños y entregaba armas a los paisanos. Juan Manuel de Rosas lo visitó en 1824 y confirmó que estaba “pronto para la revolución”. Las victorias militares fueron decisivas: el Combate de Rincón (24 de septiembre de 1825), bajo el mando de Rivera quien, triplicado en número, destrozó al enemigo y obtuvo caballos y armas; y Sarandí (12 de octubre), con Lavalleja, los Oribe y los Rivera, que significó el triunfo rutilante de la revolución.

Estas acciones forzaron al Congreso argentino a reconocer la Declaratoria de la Florida y a incorporar a los diputados orientales, decisión que llevó al Imperio de Brasil a declarar la guerra en diciembre de 1825.

Reflexión final

El editorial de El País del 28 de abril de 2025 calificó injustamente estas conductas como “volteretas acomodaticias” de quienes sirvieron bajo portugueses y brasileños. En realidad, todos los patriotas —Rivera, Lavalleja, los Oribe y tantos otros— vistieron casaca extranjera en la Cisplatina como forma de sobrevivir y esperar el momento de luchar por la libertad.

El problema no es, por tanto, el solo error de Caetano.

La historia exige ética y método: la primera, como compromiso con la verdad; el segundo, como garantía frente a relatos simplistas o interesados que, desde la academia o la prensa, deformen los hechos.