
Por Héctor J. Zarzosa González *–
El hierro corre por las venas de las tierras vascas. No es metáfora: bajo las colinas verdes de Vizcaya yacía el mineral que transformaría España. A mediados del siglo XIX, cuando el país aún temblaba entre guerras carlistas, el País Vasco ya fundía su destino en altos hornos. Mientras Inglaterra vivía su propia revolución industrial —alimentada por el carbón de Newcastle, el hierro de Middlesbrough y la maquinaria de Manchester—, Bilbao tejía su red industrial en sincronía con Europa.
Tras perder las colonias en 1898, esta región se convirtió en el crisol de la reconversión. Su ría navegable exportaba hierro a Inglaterra, que lo fundía en los hornos de Yorkshire y lo devolvía como acero o carbón galés en buques que pronto se construirían en los propios astilleros vascos. La relación era simbiótica: mientras Inglaterra perfeccionaba el acero con el proceso de Bessemer y lideraba la producción mundial de pig iron (47 % en 1875), Vizcaya consolidaba su músculo industrial. La mina de Aizpea en Zerain, conocida como “La Montaña de Hierro”, es un símbolo de la explotación de hierro, ya desde el siglo XI.
En 1900, Altos Hornos de Vizcaya —Décadas más tarde, visionarios como el ingeniero José María Oriol (1905–1985) serían clave en su expansión tecnológica— producía el 70 % del acero nacional, y la flota vasca se contaba entre las más numerosas de Europa. La siderurgia no solo era industria, era identidad.
Esta industria, de carácter proteccionista y financiada por una burguesía audaz, generó una densidad tecnológica única en España; en 1930, el 40 % del tonelaje naval español salía de los diques vascos. Tras la Guerra Civil, el régimen franquista impulsó un segundo despegue; entre 1950 y 1975, el PIB industrial vasco creció al 7 % anual, triplicando la media española. Automóviles como Mercedes-Benz en Vitoria y maquinaria pesada tejieron un paisaje de chimeneas y prosperidad.
La crisis de los años ochenta trajo el declive de la siderurgia masiva. Altos Hornos de Vizcaya cerró en 1996, símbolo del fin de una era. Sin embargo, la resiliencia vasca transformó el colapso en oportunidad; clusters de bienes de equipo, automoción y energía mantuvieron la industria en el 25 % del PIB regional (frente al 16 % nacional). La globalización trajo nuevos desafíos y, en 2020, la pandemia hundió la producción un 13 %, pero la recuperación fue rápida (10 % en 2021). No obstante, 2024 marcó un punto de inflexión cuando la actividad industrial cayó casi un 1 %, el primer descenso en una década fuera de crisis agudas. Álava, corazón industrial, sufrió una caída del 2,5 %. Sectores estratégicos como bienes de equipo (vehículos, aeronáutica) y bienes intermedios (metalurgia, química) lideraron el retroceso.
En este paisaje de transformación, muchos y muy diversos ingenieros —y quien lea estas líneas sabrá a quién me refiero— han sido claros representantes de la transición vasca. Pero el hierro, como el País Vasco, sabe reinventarse, y muchos de estos pioneros del vil metal apostaron por sectores tan distintos, pero a la vez tan bien estructurados, como el sector inmobiliario o el hostelero.
Frente a los desafíos, el Gobierno Vasco ha lanzado una contraofensiva histórica mediante el Plan Industrial Euskadi 2030, dotado con 15.900 millones de euros. Ya no son cuatro pilares, sino cuatro cimientos forjados con la tenacidad vasca. El primero late en los muelles de Bilbao, donde el hidrógeno verde sustituirá al carbón en hornos siderúrgicos. El segundo nace en los laboratorios del Parque Tecnológico de Álava, donde robots con memoria industrial ensamblan el futuro. El tercero se ancla en la soberanía digital, con 7.500 profesionales creando algoritmos que anticipan fallos en turbinas como antaño se medían tensiones en vigas. Y el cuarto germina en la economía circular, reconvirtiendo escorias en materiales nobles, porque el hierro vasco jamás fue desecho.
Mientras Bilbao reinventa su ría, Donosti escribe su capítulo en letras de ciencia. Tras el icónico paseo de La Concha, Vicomtech —centro de investigación en inteligencia artificial— lidera proyectos europeos en diagnóstico médico por imagen. Sus algoritmos ya analizan fracturas en piezas de aeronáutica con precisión de orfebre. Junto a él, el CIC nanoGUNE explora materiales bidimensionales para baterías del futuro, mientras el Cluster GAIA impulsa la fábrica inteligente 4.0.
En Donosti, CAF representa perfectamente la transición hacia una economía verde, tecnológica y, por supuesto, global. Lo hace a través de su filial CAF Power & Automation, que realiza electrificación inteligente, automatización de vehículos ferroviarios y optimización energética, con proyectos tan llamativos como los trenes híbridos y de hidrógeno. El proyecto Hidrógeno Verde del Corredor Vasco incluye en Zubieta una planta piloto, porque el Cantábrico no es solo paisaje, sino también innovación.
La historia industrial vasca es un ciclo de crisálidas: el hierro se transformó en barcos, los barcos en automóviles, y hoy los automóviles mutan en algoritmos. Algunos, en silencio y desde el anonimato, personificaron esa metamorfosis: del cálculo de tensiones en vigas de acero a la gestión de sectores tan exigentes como el hostelero. Su legado, como el del País Vasco, reside en la adaptación sin renuncia al rigor. La nueva industria vasca —y por ende española— no teme al cambio; lo diseña. En 2030, cuando Donosti exporte inteligencia y Bilbao sea referente de hidrógeno, esa frase resonará como testamento de una tierra que lucha contra las adversidades.
«El hierro y el mar son estados de la misma materia vasca: persistente, dúctil, imborrable».
Estas líneas son un homenaje al padre de un buen amigo.
*Perfil del autor
Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), MBA y master Project Management Internacional.
Es Corresponsal de ICN Diario en Europa.
Es Director de Silicon Valley Global y de la Fundación Uniteco.
Es director de diferentes planes formativos, siendo docente en universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.