Por Héctor J. Zarzosa González | Andrea E. Cryan Villar *–
El Etna, con sus 3.357 metros de altura y milenios de historia, es más que un volcán: es un testigo silencioso de la vida siciliana. Desde las primeras erupciones registradas en el 425 a.C. hasta su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2013, este coloso ha moldeado culturas, inspirado mitos y recordado a los humanos su fragilidad ante la naturaleza. Su nombre, derivado del fenicio attanu (“arder”), evoca una esencia que nunca se apaga. Este año, ese fuego ancestral ha despertado con una fuerza inusual, escribiendo un nuevo capítulo en su historia.
El pasado 10 de agosto, el Etna rompió su aparente calma. Una explosión estremecedora sacudió los cielos sicilianos, elevando una columna de cenizas y gases de más de 7.000 metros de altura. La erupción, iniciada en el cráter sureste, fue un espectáculo de poder primitivo: explosiones estrombolianas proyectaron piroclastos incandescentes como fuegos artificiales naturales, mientras una nueva fisura en la ladera sur, a 2.980 metros de altitud, vomitaba ríos de lava que descendían hacia el Valle del Bove. Para los vulcanólogos del INGV (Istituto Nazionale di Geofisica e Vulcanologia), era un recordatorio de que el gigante nunca duerme; para los turistas, una mezcla de terror y fascinación.
La erupción combinó el estilo estromboliano con explosiones rítmicas desde el cráter sureste, iluminando la noche con fuentes de lava que alcanzaron los 300 metros de altura; y el estilo efusivo con coladas de lava que avanzaron lentamente por la ladera sur, alcanzando cotas de 2.770 metros y creando un nuevo paisaje de roca fundida y vapor.
Los flujos piroclásticos—mezclas letales de gases, cenizas y rocas—descendieron por el Valle del León, aunque, afortunadamente, se detuvieron antes de alcanzar zonas habitadas. El INGV documentó cómo el volcán incluso creció en altura, superando los 3.360 metros, un testimonio de la constante transformación del territorio.
Las autoridades actuaron con rapidez. El 10 de agosto, tras la erupción, se implementaron restricciones como el cierre de acceso por encima de los 2.800 metros, alerta naranja para aviación.
El 20 de agosto, la mayoría de las restricciones se levantaron, aunque el acceso a los cráteres superiores siguió requiriendo guías certificados y equipamiento especial. Pero, nuevamente, el 22 de agosto, una nueva emanación de lava reactivó las restricciones.
“Fuimos capaces de ver con nuestros propios ojos cómo, llegando a la base del volcán desde Catania, el Etna hacía alarde de fuerza emanando ríos de lava sobre su ladera sur; un hecho que mezclaba lo majestuoso y lo terrible. Cada kilómetro que nos acercábamos era una emoción creciente al sentir y ver un espectáculo tan grandioso. Este volcán no sabía y no quería detenerse y supo, cómo en otras ocasiones, mostrar a quienes en ese coche íbamos, la fuerza y la belleza de la naturaleza, un momento, por cierto, memorable”
La erupción de agosto de 2025 no está siendo solo un evento geológico; sino un recordatorio de la resiliencia humana. Los sicilianos, acostumbrados a los caprichos del gigante, siguen su vida con normalidad, “mientras los turistas caminamos atraídos hacia el volcán, en una experiencia transformadora; y realmente podemos decir que lo ha sido”.
“Cuando visitamos el Etna, durante el día parecía tranquilo. Caminamos por sus laderas sin sentir peligro, como si el volcán estuviera en reposo. Sin embargo, al caer la noche descubrimos su verdadera cara: un resplandor rojo surgía desde lo alto, señal clara de la lava que avanzaba en la oscuridad. El volcán que de día parecía dormido, de noche se mostraba vivo y poderoso”.
Esa vivencia compartida alteró la percepción de uno de los autores. Al tiempo que la otra, por su parte, señala: “Observar su proceso de asombro fue tan significativo como la erupción misma. Se trató de compartir una comprensión más profunda del poder natural del planeta”. El evento, más allá de su impacto científico, se convirtió en una lección sobre cómo las conexiones humanas afloran en situaciones tan magníficas como la que aquí se narra.
El Etna, como escribió Virgilio en la Eneida, sigue “tonando junto a horribles ruinas”.
*Perfil de los autores
Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), doble MBA y master Project Management Internacional.
Es Corresponsal de ICN Diario en Europa.
Es Director en Silicon Valley Global y de la Fundación Uniteco.
Es docente en universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.
Andrea E. Cryan Villar es ingeniera en Topografía e Ingeniera en Organización Industrial por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
Es Service Delivery Manager para Spanish Operations & Back-office en el departamento de tecnología de IAG Cargo.