El sueño del hidrógeno verde: ¿La pieza que le faltaba a la revolución energética?

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Por Héctor J. Zarzosa González *

El mar de plástico de Almería brilla como un espejo roto bajo el sol. Entre esos invernaderos infinitos donde España cultiva sus tomates, surge algo distinto: torres de electrolizadores que, alimentadas por parques solares, desgarran moléculas de agua para liberar hidrógeno y oxígeno. No deja rastro: ni olores, ni cenizas. ¿Es el futuro energético o solo una quimera?

El hidrógeno es el elemento más abundante del universo, pero en nuestro planeta siempre está encadenado: al oxígeno en el agua (H₂O), al carbono en el gas natural (CH₄). Liberarlo exige violencia química. Durante décadas, la industria lo ha hecho quemando gas natural (un proceso que expulsa CO₂ y produce lo que llaman hidrógeno gris). Pero existe otra forma: usar electricidad renovable para fracturar el agua mediante electrólisis. Así nace el hidrógeno verde. Limpio en el papel, pero caro todavía en la práctica.

Su verdadera magia reside donde los electrones verdes no llegan. Imaginemos una acería sueca donde llamas azules de hidrógeno sustituyen al carbón en los altos hornos de HYBRIT. O esos buques mercantes que surcan océanos, y los aviones que rasgan los cielos: el amoníaco derivado del H₂ podría moverlos, mientras Airbus insinúa promesas de aeronaves propulsadas por hidrógeno para 2035.

No es la solución universal, pero sí la única viable para lo imposible. Y en esta carrera global, cada país apuesta distinto:

Europa avanza a ritmo desigual. Alemania inyecta 9.000 millones en hidrógeno verde… pero importará el 70% desde África. China, aunque domina la fabricación de electrolizadores, sigue manchando sus manos: el 60% de su hidrógeno sigue siendo gris, alimentado por carbón.

En el desierto de Atacama, Chile juega sus cartas. Bajo un sol incansable que genera la energía solar más barata del planeta (0,013 €/kWh), sueña con convertirse en el Qatar del H₂ verde.

En España, el proyecto HyDeal en Asturias promete hidrógeno al precio del gas natural para 2030, y el Corredor Vasco teje una red que conectará fábricas y puertos, haciendo fluir el H₂ como hoy fluye el crudo.

Pero la geografía energética es cruel. Brasil y Argentina, pese a su potencial solar y eólico, chocan contra infraestructuras raquíticas y capital escaso. La diferencia entre el sueño y la realidad la marcan esas carreteras eléctricas invisibles, esos puertos que nunca terminan de modernizarse.

Así se divide el mundo: entre los que ya están construyendo el futuro, los que podrían hacerlo, y los que se quedan en el andén, esperando que el tren de la transición los recoja. El hidrógeno verde no lo resolverá todo, pero ya está redibujando el mapa energético global, donde solo los países que dominen el sol, el viento y la logística escribirán las nuevas reglas del juego.

*Perfil del autor

Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y cuenta con diversas maestrías, entre ellas un doble MBA y otra en Project Management Internacional.
Es Director Técnico del Grupo Corporación Marítima Lobeto Lobo.
Es Diplomado en Docencia Universitaria, autor de importantes publicaciones, y ejerce además como director de diferentes planes formativos, siendo docente en diversas universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.