Aún no hay Papa. En el segundo día del Cónclave, los 133 cardenales electores no han logrado alcanzar el consenso necesario para designar al nuevo Sucesor de Pedro. La señal fue inequívoca: a las 11.51 horas, una densa columna de humo negro se elevó desde la chimenea de la Capilla Sixtina, ante la mirada expectante de unas 15.000 personas congregadas en la Plaza de San Pedro. La escena, capturada por miles de teléfonos móviles y transmitida en directo por medios internacionales, confirmó que las dos votaciones matutinas no resultaron concluyentes.
La jornada comenzó temprano con la celebración de la Misa y los Laudes en la Capilla Paulina. Posteriormente, los purpurados se dirigieron a la Capilla Sixtina para rezar la Hora Media y realizar las votaciones correspondientes. Tras el almuerzo en la Casa Santa Marta, a las 15.45 horas se trasladaron nuevamente al Palacio Apostólico para continuar con otras dos votaciones por la tarde.
Un proceso regido por normas milenarias
Los cardenales utilizan una papeleta rectangular en la que escriben el nombre de su elegido, la cual está diseñada para doblarse por la mitad. El procedimiento está meticulosamente detallado en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, que regula el desarrollo del Cónclave.
Una vez distribuidas las papeletas, el último cardenal diácono realiza un sorteo para designar a los tres escrutadores, tres infirmarii (que recogen los votos de los enfermos) y tres auditores encargados de verificar el recuento. Si alguno de los cardenales sorteados no puede desempeñar su función, se realiza un nuevo sorteo.
El acto de votar está revestido de solemnidad. Cada cardenal, por orden de precedencia, se dirige al altar sosteniendo su papeleta y pronuncia en voz alta: «Pongo por testigo a Cristo Señor, que me juzgará, de que mi voto es dado a aquel que, según Dios, creo que debe ser elegido». Luego deposita la papeleta en un receptáculo especial, ayudado por los escrutadores.
Dos tercios de los votos: la clave del consenso
Para que un cardenal sea elegido Papa, debe obtener al menos dos tercios de los votos. En este Cónclave, el umbral se sitúa en 89 sufragios. Si no se alcanza ese número tras varias votaciones, el procedimiento prevé pausas para la oración y la reflexión, así como exhortaciones espirituales pronunciadas por cardenales de mayor rango.
Después de cada ronda de votación, los auditores comprueban la validez del proceso. Si no se logra una elección, las papeletas se queman —junto con las de la votación anterior si esta tuvo lugar el mismo día— generando el humo que indica el resultado: negro, si no hay Papa; blanco, si ha sido elegido.
En caso de estancamiento, el Cónclave contempla mecanismos progresivos que culminan en una votación final entre los dos candidatos con más votos, aunque estos no pueden votar en dicha ronda.
Por ahora, el mundo espera. La Capilla Sixtina seguirá siendo el escenario del discernimiento hasta que surja el esperado humo blanco. Solo entonces, el cardenal protodiácono anunciará desde el balcón central de la Basílica de San Pedro las palabras que millones aguardan: “Habemus Papam”.













