Por Héctor J. Zarzosa González *–
En el corazón de Sudamérica, un pequeño país de apenas 7 millones de habitantes está dando una lección al mundo sobre cómo realizar una transición energética exitosa.
Paraguay ha logrado lo que muchas naciones industrializadas solo prometen: construir un sistema energético limpio, eficiente y económicamente viable. Con un asombroso 90% de su electricidad generada a partir de fuentes renovables -frente al modesto 29% que representa el promedio mundial-, esta nación no solo satisface sus propias necesidades energéticas de manera sostenible, sino que se ha convertido en un exportador estratégico de energía limpia para toda la región sudamericana.
La historia de este éxito comienza en las poderosas aguas del río Paraná, donde se encuentra la central hidroeléctrica de Itaipú, una obra de ingeniería monumental que Paraguay comparte con Brasil. Con una capacidad instalada de 14 GW, Itaipú es actualmente la segunda planta hidroeléctrica más grande del mundo, solo superada por la presa de las Tres Gargantas en China. Los números de esta megaestructura son asombrosos: en 2023 generó 66.500 gigavatios-hora de electricidad, suficiente para abastecer todo el consumo paraguayo durante tres años consecutivos. Esta sola represa aporta el 76% de la electricidad nacional y cubre aproximadamente el 15% de la demanda energética de Brasil, su socio en el emprendimiento binacional.
Pero Itaipú no trabaja sola. A lo largo del mismo río Paraná se encuentra Yacyretá, otra central hidroeléctrica compartida, esta vez con Argentina. Con una capacidad instalada de 3,1 GW, Yacyretá genera unos 20.000 GWh anuales, cubriendo cerca del 9% de la demanda paraguaya. Juntas, estas dos gigantescas represas son responsables del 85% de la generación eléctrica del país, convirtiendo a Paraguay en una verdadera potencia hidroeléctrica a nivel continental.
Sin embargo, lo más notable de la transición energética paraguaya es que no se ha conformado con depender exclusivamente de sus recursos hídricos. En los últimos cinco años, el país ha experimentado un crecimiento exponencial en energía solar fotovoltaica. De una capacidad instalada de apenas 50 MW en 2020, Paraguay ha multiplicado por seis su potencia solar, alcanzando los 300 MW en 2024. Proyectos emblemáticos como Villarrica Solar (con 100 MW de capacidad) y el Parque Solar Itaipú (50 MW) están transformando el panorama energético nacional, llevando electricidad limpia y asequible a regiones remotas que antes dependían de costosos generadores diésel.
Detrás de este éxito hay una historia de visión política y planificación estratégica que comenzó en 2010 con la implementación de la Política Energética Nacional, un plan maestro que estableció objetivos claros para reducir la dependencia de los combustibles fósiles y aumentar la participación de las energías renovables. Este marco estratégico se vio reforzado en 2013 con la aprobación de la Ley de Energías Renovables (N° 5.007), que ofreció un paquete de incentivos fiscales y subsidios diseñados para atraer inversiones al sector verde.
Los resultados de estas políticas han sido espectaculares. En apenas 25 años, Paraguay ha logrado reducir la participación de los combustibles fósiles en su matriz energética del 40% al escaso 10% actual. Este cambio radical ha generado beneficios económicos concretos: el país ahorra aproximadamente 500 millones de dólares anuales en importaciones de petróleo, dinero que ahora puede destinar a otros sectores prioritarios de su economía. Además, el sector de las energías renovables ha creado más de 8.000 empleos directos de calidad, con una tasa de crecimiento anual del 12% en los últimos cinco años.
Pero quizás el beneficio más sorprendente de esta transición ha sido la capacidad de Paraguay para convertirse en exportador neto de energía limpia. Gracias a los excedentes generados por Itaipú y Yacyretá, el país vende anualmente unos 45.000 GWh a sus vecinos Brasil y Argentina, generando ingresos por aproximadamente 300 millones de dólares. Esta exportación de energía renovable no solo fortalece la balanza comercial paraguaya, sino que contribuye a reducir las emisiones de carbono en toda la región.
En términos ambientales, el impacto ha sido igualmente notable. El sistema energético paraguayo evita la emisión de aproximadamente 4,5 millones de toneladas de CO2 cada año, equivalente a retirar de circulación un millón de automóviles con motor de combustión interna. Este logro ha posicionado a Paraguay como uno de los países con menor huella de carbono per cápita en el continente americano.
Sin embargo, el camino no está exento de desafíos. El sector del transporte sigue siendo el talón de Aquiles de la transición energética paraguaya, con un 98% de dependencia de los derivados del petróleo. Para enfrentar este problema, el gobierno ha lanzado un ambicioso Plan de Movilidad Eléctrica que busca incorporar 10.000 vehículos eléctricos para 2030, apoyado por incentivos fiscales y el desarrollo de infraestructura de carga.
Otro desafío importante es la modernización de las redes eléctricas. Según datos de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE), solo el 40% de la red de distribución está actualmente adaptada para manejar eficientemente los flujos variables característicos de las energías renovables, particularmente la solar fotovoltaica. Esta limitación ha llevado al gobierno a priorizar inversiones en sistemas de almacenamiento de energía y redes inteligentes como parte de su estrategia energética para la próxima década.
Mirando hacia el futuro, Paraguay ha establecido metas aún más ambiciosas. Con una cartera de proyectos que suma aproximadamente 5.000 millones de dólares en inversiones planificadas para los próximos diez años, el país podría convertirse en el primer territorio sudamericano en alcanzar un sistema eléctrico 100% renovable. Estos proyectos incluyen no solo la expansión de la energía solar y la modernización de las hidroeléctricas existentes, sino también el desarrollo de nuevas tecnologías como el hidrógeno verde y los sistemas de almacenamiento a gran escala.
La experiencia paraguaya ofrece valiosas lecciones para el mundo. Demuestra que la transición energética no es un lujo reservado a países ricos, sino una estrategia de desarrollo viable para naciones de ingresos medios. Muestra cómo la combinación de recursos naturales, planificación estratégica a largo plazo y marcos regulatorios adecuados puede transformar radicalmente un sistema energético en apenas unas décadas.
*Perfil del autor
Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y cuenta con diversas maestrías, entre ellas un doble MBA y otra en Project Management Internacional.
Es Director Técnico del Grupo Corporación Marítima Lobeto Lobo.
Es Diplomado en Docencia Universitaria, autor de importantes publicaciones, y ejerce además como director de diferentes planes formativos, siendo docente en diversas universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.