Por Héctor J. Zarzosa González *–
Panamá, un país conocido por su canal interoceánico y su biodiversidad, enfrenta el reto de transformar su matriz energética para reducir su dependencia de los combustibles fósiles y avanzar hacia un futuro más sostenible. El país cuenta con un enorme potencial para el desarrollo de energías renovables, gracias a su clima tropical, sus extensas costas y su topografía variada. La energía hidroeléctrica es actualmente la fuente renovable más importante, representando alrededor del 60% de la generación eléctrica del país. No obstante, el potencial de otras fuentes, como la solar y la eólica, está comenzando a ser explotado. Sin embargo, la transición energética en Panamá no está exenta de desafíos, desde la necesidad de modernizar la infraestructura hasta la actualización del marco regulatorio para fomentar la inversión.
La energía solar tiene un gran potencial en Panamá, con un promedio de radiación solar de 5.5 kWh/m² al día, superior al de muchos países de la región. Esto permite la instalación de paneles solares en gran parte del territorio, especialmente en áreas rurales donde la red eléctrica es limitada. Por otro lado, la energía eólica también muestra un crecimiento prometedor, con proyectos como el Parque Eólico de Penonomé, que cuenta con 108 aerogeneradores y una capacidad instalada de 270 MW, siendo uno de los más grandes de Centroamérica.
Si pensamos en el potencial adicional del país, tenemos que tener en cuenta las bioenergías, derivadas de residuos agrícolas y forestales, así como la energía mareomotriz, gracias a sus extensas costas y la influencia de las mareas en ambos océanos.
Según datos de la Secretaría Nacional de Energía de Panamá, las energías renovables representan aproximadamente el 80% de la matriz eléctrica del país, liderada por la hidroeléctrica. Sin embargo, el gobierno panameño ha establecido metas ambiciosas para diversificar aún más su matriz y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. El Plan Energético Nacional 2015-2050 busca alcanzar una participación del 30% de energías renovables no convencionales (solar, eólica y biomasa) en la matriz eléctrica para 2050.
En términos legislativos, Panamá ha dado pasos importantes para fomentar la inversión en energías renovables. La Ley 45 de 2004, que establece incentivos fiscales para proyectos de energía renovable, ha sido fundamental para atraer inversión privada. Esta ley ofrece exenciones de impuestos sobre la renta, importación de equipos y materiales, y otros beneficios fiscales para proyectos que utilicen fuentes renovables.
Además, la Ley 37 de 2013 regula la generación distribuida, permitiendo a los ciudadanos y empresas instalar sistemas de energía renovable y vender el excedente a la red eléctrica nacional. Esta normativa ha impulsado el autoconsumo y ha permitido a comunidades rurales acceder a energía eléctrica de manera más confiable.
A pesar de los avances, el marco regulatorio y la infraestructura energética de Panamá presentan desafíos significativos. La burocracia y la falta de claridad en algunos procesos pueden desincentivar la inversión, tanto local como extranjera. Además, la infraestructura eléctrica del país, aunque más moderna que en otros países de la región, aún requiere mejoras para integrar grandes cantidades de energía renovable de manera eficiente.
Uno de los principales obstáculos es la falta de financiación para proyectos de energía renovable, especialmente en áreas rurales y comunidades indígenas. Aunque Panamá no enfrenta un bloqueo económico como Cuba, la competencia por recursos públicos y la priorización de otros sectores pueden limitar la inversión en energías renovables.
Ahora pensemos en lo que supondría la adopción masiva de energías renovables en Panamá. A corto plazo, la inversión en proyectos de energía renovable generaría empleos en sectores como la construcción, la ingeniería y el mantenimiento, contribuyendo a la reactivación económica del país. Además, la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles disminuiría el coste de importación de petróleo, liberando recursos para otras áreas prioritarias como la salud y la educación. Y, a largo plazo, la transición energética podría posicionar a Panamá como un líder regional en sostenibilidad, atrayendo inversión extranjera y turismo ecológico. La generación distribuida y el autoconsumo permitirían a las comunidades rurales acceder a energía eléctrica de manera más confiable, reduciendo la brecha energética entre las zonas urbanas y rurales.
Panamá, al igual que Cuba, enfrenta la amenaza de fenómenos climáticos extremos, como huracanes y tormentas tropicales. Sin embargo, las tecnologías renovables han demostrado ser resilientes ante estos desafíos. Los paneles solares, por ejemplo, están diseñados para soportar vientos fuertes y impactos de escombros, mientras que las baterías aseguran el suministro de electricidad durante y después de los eventos climáticos. En el caso de la energía eólica, los parques eólicos modernos están equipados con sistemas de detección de tormentas y mantenimiento preventivo, lo que garantiza su funcionamiento óptimo incluso en condiciones extremas. Además, la ubicación estratégica de los parques eólicos en zonas costeras puede ayudar a reducir la fuerza de los huracanes antes de que lleguen a tierra.
*Perfil del autor
Héctor J. Zarzosa González es Ingeniero Superior de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y cuenta con diversas maestrías, entre ellas un doble MBA y otra en Project Management Internacional.
Es Director Técnico del Grupo Corporación Marítima Lobeto Lobo.
Es Diplomado en Docencia Universitaria, autor de importantes publicaciones, y ejerce además como director de diferentes planes formativos, siendo docente en diversas universidades como la UPM, la Universidad de Alcalá o la Universidad San Francisco de Quito.