Los puentes de Annette – Cuento

Una historia de amor en puentes de Uruguay y Francia.

0
3632
Puente Buschental en el Prado de Montevideo, Uruguay. Foto IMM.

Por: Fernando J. Portillo

Juan era un joven tímido y con pocos amigos, bueno, en realidad ninguno, solo compañeros de estudios y vecinos del barrio. Su madre muy sobreprotectora siempre lo indujo al estudio y a casi no salir de su casa por miedo a que le pasara algo.

Pese a que muchas veces había tenido la tentación de salir a pasear por su barrio, cuando su madre estaba trabajando, nunca se animó a hacerlo y, a decir verdad, realmente nunca se sintió demasiado incomodo entre sus libros y los trabajos que preparaba con ahínco y prolijidad para ser presentados primero en sus estudios escolares, luego secundarios y finalmente universitarios.

Salvo las salidas con su madre a visitar a su abuela y un par de tías, – hermanas de su madre -, solo salía de su casa para concurrir a sus centros de estudio y a la Alianza Francesa.

Su madre adoraba el idioma Francés, por ello Juan lo estudió hasta que llego a dominarlo como si fuera su idioma natal, sus profesores le manifestaban a la madre que el acento de su hijo era casi imperceptible y que su escritura era excelente.

Juan siempre fue un estudiante destacado, pero su inmensa timidez, hacía que sus compañeros lo confundieran con una persona arrogante, creído o vanidoso, por tanto, se alejaban de él.

A instancias de su madre ingresó a la Universidad de la República en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Si bien era un hombre agraciado, nunca había tenido novia, ello lo atormentaba pues se consideraba discriminado por el sexo opuesto, sintiendo cierta animadversión por las mujeres, a las que trataba de dejar mal paradas en debates o distintos foros y seminarios universitarios en los que participaba.

Iban pasando los años y a medida que conseguía más logros académicos como el haber sido uno de los más jóvenes y mejor calificado de su carrera en la historia de su Facultad, tener aprobado una maestría con honores, o haber logrado ser primero ayudante de catedra  y luego profesor permanente de una  materia de su especialidad, integrando además el selecto grupo de investigadores en su  Universidad; en forma inversamente proporcional, su interacción  con otras personas se iba volviendo cada vez más hosca y una mueca seria con un rictus de enojo se dibujaba en su rostro permanentemente, poco a poco su luz interior se  fue apagando, irradiando al resto de los mortales que lo trataban un respeto especial que lindaba casi con el temor a él en ciertas ocasiones.

Había colegas de Juan que en tertulias a las que nunca era invitado, que comentaban sobre él que era un amargado y agrandado…

Cuando falleció su madre, al llegar a su casa luego del entierro vio que por debajo de la puerta de entrada habían dejado un sobre con el logo de la Sorbonne Université de París.

La pérdida de su madre ocupaba en esos momentos sus pensamientos por lo que dejó la carta sobre la mesa del comedor y se fue a acostar, sintiéndose más solo que nunca.

En la madrugada, aproximadamente a las tres de la mañana se despertó sobresaltado, intentó volver a dormir, pero no lograba conciliar el sueño, por lo que se levantó, se vistió y se fue a caminar por el Prado de Montevideo que estaba muy cerca de su casa ubicada en la calle Lucas Obes.

El Prado siempre fue desde que se recibió en la Universidad un lugar donde su mente – mientras caminaba – se perdía en las diferentes formas de encarar o realizar diferentes proyectos y trabajos que debía desarrollar, incluso le gustaba leer en los bancos de la vereda sobre el rosedal – frente a la Rural – por largo tiempo.

Esa fría madrugada caminaba sin un tema específico en su mente; sin darse cuenta se encontraba en la calle Buschental con rumbo al puente del mismo nombre sobre el Arroyo Miguelete, el cual nunca había atravesado pese a la infinidad de veces que estuvo en su cercanía y a la distancia pudo observar la silueta de una mujer apoyada en una de sus barandas.

Ya más cerca observó que ella llevaba su cabello rubio muy corto y con flequillo -corte ¨garçon¨ -, el que enmarcaba una cara ovalada y proporcionada con una sonrisa que iluminaba el lugar, vestía un tapado de tela oscura con cinturón ajustado al cuerpo, una chalina de seda colorida y zapatos con taco de charol negros.

Juan quedó con la boca abierta al llegar junto a ella y no podía dejar de mirarla – era realmente bella -.

La desconocida con una sonrisa pícara le dijo en Francés – ¿Qué haces a esta hora?, es tarde para pasear – y el medio balbuceando le respondió sin pensar en el mismo idioma – hoy enterré a mi madre y no podía dormir- le contestó

Ella cambio su sonrisa por una mirada piadosa y le dijo – lo siento mucho, se lo que se siente, yo perdí a todos mis seres queridos – y a continuación le preguntó– ¿Como te llamas? –  y él le dio su nombre, contestándole ella – Mucho gusto Juan, yo me llamo Annette -.

Y se quedaron mirándose lo que a Juan le pareció una eternidad, los ojos color ámbar de Annette lo escudriñaban con firmeza y el sin saber cómo quería decirle mil cosas, pero no podía emitir palabra alguna.

Ella tomó la iniciativa y le comentó- estoy asombrada de lo bien que hablas mi idioma, he tratado de conversar con otras personas que han pasado por aquí, pero no me han entendido – él le respondió que desde niño había estudiado Francés y que hacía tiempo que no lo practicaba.

Ella volvió a lucir su sonrisa y le dijo – Este es el momento para que lo hagas, puedo llegar a ser una buena profesora – y sus carcajadas resonaron por el Prado.

Juan se animó y le preguntó que estaba haciendo en el puente a esa hora y ella le contestó que se encontraba controlando el estado del puente – ¿A esta hora? – le dijo Juan, – Si – le respondió ella con seriedad y continuó – mi existencia es factible gracias a éste y otros controles que realizo en diferentes naciones y zonas de mi país en distintas épocas.

Juan no entendió nada, pero no era el momento apropiado para acosarla con preguntas luego de que se había puesto seria.

Pero Annette, volvió a sonreír y le pregunto – ¿Sabes cómo se llama la senda costanera de este arroyo? – y él le contesto que no sabía, entonces ella le dijo – la senda lleva el nombre de Jules Laforgue, un poeta y escritor francés nacido en Montevideo, pero que  tenía padres franceses , por lo que vivió casi toda su vida en Francia y otros países europeos- él le contestó – Realmente no tenía idea de su existencia -, entonces ella le dijo con gracia – Bueno, como profesora, te dejo la tarea de estudiar este tema – y volvió a reírse con alegría -.

Ya estaba amaneciendo y Annette luego de mirar la claridad naciente le comentó – Juan debemos irnos, ya es muy tarde o muy temprano – se corrigió con una sonrisa-

Juan le dijo que, si y quiso darle la mano, pero ella dio un paso atrás y en un susurro le dijo – No me puedes tocar- el solo atinó a responderle – ¡Perdón ¡- y a continuación como en un ruego, le dijo – Cuando nos volveremos a ver- y ella con cara de tristeza le respondió – En cualquier momento, en algún puente que sea amigo- bajando la vista.

Juan volvió sobre sus pasos por la calle Buschental rumbo a su hogar y cuando volvió la vista atrás – luego de caminar una media cuadra -, Annette ya no estaba.

Cuando llegó a su casa, se sentó en una silla del comedor, ya había amanecido…

Su cabeza era un tambor, se mezclaba el dolor de la pérdida de su mamá y un sentimiento -para él desconocido – que también lo aturdía y le arañaba el corazón cuando la imagen de una Annette alegre y despreocupada tomaba vida en sus recientes recuerdos.

Pensando en ellas estuvo un largo rato sentado a la mesa y en un movimiento involuntario toca el sobre que le habían dejado por debajo de la puerta de calle y lo abre.

Era la contestación enviada la Sorbonne de Paris, en la que le informaban que le habían otorgado la beca que había solicitado para la realización de un doctorado.

Al finaliza la lectura, se dirigió a su cuarto a descansar, todo lo vivido lo habían agotado física y psicológicamente.

En sus sueños mientras la imagen de Annette aparecía nítidamente y se mezclaba con la de su madre…

Al despertarse, ya entrada la tarde de ese domingo, en su casa el Silencio podía escucharse, por lo que se sintió estremecido….

María, su mamá, desde que se levantaba encendía el televisor y comenzaba sus tareas habituales, ya fuera limpiar, cocinar y bordar; Juan ya extrañaba los sonidos que la rodeaban y que en algún momento de su pasado le habían llegado a molestar.

Ese domingo y siempre, estaría solo y ya nadie lo acompañaría – pensó -.

Luego de comer algo liviano, el recuerdo de Annette -que lo acompañaba – lo guio nuevamente al Prado, llegando hasta el puente al cual nunca había prestado atención; pudo apreciar en cada cabezal del mismo esfinges -con busto y rostro de mujer y cuerpo de león alado- y que la estructura metálica que lo sostenía estaba colocada sobre pilastras de granito rosado – sobre el arroyo Miguelete en sus dos márgenes.

Pensó con cierta culpa – por su desconocimiento – que esa antigua obra del patrimonio nacional fue en su momento pensado tanto como una “solución funcional” y a la vez como una “obra de arte”.

La joven que hablaba francés brilló por su ausencia y volvió a su casa con la cabeza gacha.

El lunes continuó con sus actividades en la Universidad dónde debía dictar clases y corregir algunos trabajos que venía realizando con sus colegas del grupo de investigadores.

También ingresó a Internet leyendo todos los emails que le habían enviado desde la Universidad Francesa.

Se enteró que en un par de meses debería comenzar su doctorado.

Había tenido mucha ilusión de poder realizar dicho curso en tan afamada Universidad.

Pero, en ese momento le resultó difícil Involucrarse nuevamente con dicha actividad.

Durante un par de semanas fue a diferentes horas al puente de Buschental en busca de Annette, pero sin éxito, por lo que se decidió a organizar su viaje a Francia, un cambio de aire -pensó – le sería beneficioso.

A fines de agosto llegó a París, ciudad que adoraba, pese a no haberla visitado antes, el recorrerla lo maravilló.

Juan caminaba mucho, pensaba que era la mejor forma de conocer y compenetrarse con la ¨ciudad luz¨ – <<Ville lumière>> -.

Cuando concurría a la Universidad siempre lo hacía por el puente Sully – <<pont de Sully>>, sobre el río Sena, que en realidad se trata de dos puentes en uno, dado que en su recorrido ambas estructuras se apoyan en la isla de ¨Saint-Louis ¨-.

Una madrugada, Juan había finalizado un trabajo con varios colegas de diferentes países en la Universidad y de camino a su apartamento, cuando ya estaba ingresando al puente Sully, a la distancia ve la figura de una mujer que se encontraba apoyada en la baranda de este mirando al río.

Puente Sully en París sobre el Río Sena. Foto Ignacio Jaunsolo.

Su mente y su corazón se aceleraron, apuró el paso, estaba convencido de que era ella, la que le había enseñado el hambre emocional o hambre del corazón y a medida que se acercaba se daba cuenta de que no se había equivocado.

¡Era ella! ¡Era Annette!  Ya casi estaba a su lado, cuándo ella giró su cabeza y lo miró fijamente a los ojos, se sobresaltó al escuchar su carcajada cuando lo reconoció.

Su sonrisa se dibujaba en su rostro y con sorpresa le dijo. ¿Qué haces aquí, Juan?, te esperé varias madrugadas en el puente de Montevideo dónde nos conocimos -y continuó, sin dejarlo hablar – Creí que no nos volveríamos a ver – siempre hablando en francés- él le contestó que se encontraba estudiando en la Sorbona y que estaba feliz de volverla a verla.

Annette le dijo – Aunque no lo creas te extrañé mucho, pues me encantó haber podido charlar contigo y darte algunas clases- agregando – Porque no sé si recuerdas que soy tu profesora – lanzando otra risotada –

Juan le dijo – Sí, sí, claro, siempre serás mi profesora – y toda su timidez desapareció en ese instante y continuó diciéndole – Yo también te he extrañado mucho y te he recordado permanentemente desde que nos conocimos.

¿Cuántos años tienes Juan? le preguntó -veintiocho años – le dijo él – ¿y tú?, le repreguntó, ella le respondió en forma enigmática – Yo viví veinticinco años…

Annette rápidamente retomó la palabra y charlaron sin parar de diferentes temas, Juan estaba asombrado de la cultura y conocimientos que ella poseía y por primera vez en su vida en ningún momento la interrumpió ni pretendió competir con ella como lo había hecho siempre con otras mujeres, todo lo contrario, le encantaba escucharla, disfrutando y asimilando todos sus conocimientos.

Nuevamente y sin darse cuenta comenzaron a aparecer las primeras luces del día, Annette miró al horizonte con tristeza y le dijo a Juan que debía de irse.

Juan le pregunto – ¿Cuándo nos volveremos a ver? Y ella le dijo. Que el miércoles de la primera semana del mes entrante en el mismo lugar.

Juan se despidió, le hubiera gustado abrazarla, pero en el Prado le había dicho que no la podía tocar, esperó un minuto para saber si esa regla continuaba, pero como ella tenía una expresión de preocupación en el rostro, se alejó sin más preámbulo.

Luego de algunos pasos miró atrás y Annette ya no estaba.

Juan continuó con sus estudios, pero su estado de ánimo había cambiado radicalmente, el trato a todos sus compañeros de estudios ya fueran hombres o mujeres era diferente.

Su gesto y su forma de hablar se había suavizado, lo que generó que sus colegas tuvieran hacia él un trato cordial.

Sus noches y sueños se resumían solo en un nombre: ¨Annette¨, ahora si había llegado a comprender por qué a Paris le decían también «La ciudad del amor» …

El enamorado iba contando los días que le faltaban para volver a estar con Annette y a su vez pergeñaba todo lo que le iba a preguntar cuando estuvieran juntos.

Planificó en su mente la reunión con su amada, como lo hubiera hecho con el examen de la materia más difícil que le hubiera tocado rendir.

Los días fueron meses para Juan, pero finalmente el momento de su cita llegó; a las dos de la mañana sobre el puente se encontró con Annette nuevamente.

Ella lo miraba acercarse con su tierna sonrisa y el caminaba rápidamente para llegar a su lado, esta vez fue el quien comenzó a hablar, diciéndole – no pasaba nunca el tiempo para volver a estar contigo- y prosiguió – no te imaginas cuanta falta me has hecho, debes saber que me he enamorado de ti locamente y que no quisiera separarme nunca más de ti – ella lo escuchaba en silencio.

Juan le pregunto si podía hacerle algunas preguntas y ella le dijo – las que quieras ¨ mon amour¨- el quedo alucinado con la respuesta y casi pierde el hilo de lo que quería saber, pero prosiguió – ¿Por qué te encuentro siempre en puentes? – ella le respondió – mi abuelo, mi padre y sus antepasados  trabajaron siempre en la ¨Société des ponts et travaux en fer¨ -Sociedad de puentes y trabajos en hierro- y fueron junto con otros ingenieros y arquitectos los que diseñaron el Puente de Sully, el de Buschental en Montevideo, cuya armazón de hierro fue llevada desde Francia y otros más o menos importantes diseminados por todo mi país y Europa –

El creyó comenzar a entender algo y quiso acercar su mano a la de ella apoyada en la baranda, pero con delicadeza Annette la retiró llevándola al bolsillo del pantalón blanco que vestía.

Entonces el arremetió con la pregunta clave – ¿Por qué no puedo tocarte?, y fue la primera vez que la vio dudar en una respuesta, pero se recompuso rápidamente, respondiéndole – Serás el primer y último ser vivo al que le cuente mi verdad – Juan le agradeció y ella continuó – yo estudiaba Arquitectura en la misma Universidad que tú, aquí en París y un día fui a la fábrica donde trabajaba mi padre por unas prácticas  y ese día sufrí un gravísimo accidente al desmoronarse una armazón de hierro en la que estaban trabajando, lo que generó que yo pasara a una dimensión que no es la misma en la que tu vives actualmente-

Juan que nuevamente volvía a no entender nada le preguntó – ¿Y eso que quiere decir? – ella le contestó – Eso quiere decir que no podemos estar juntos – Juan con voz quejumbrosa le preguntó – ¿Por qué mi amor? Y ella saca su mano del bolsillo y le ordena – ¡Tócame !!!-

Juan acerca su mano a la de ella como en cámara lenta y cuando creía que la iba a tocar, la atravesó como si la mano de Annette fuera un holograma, – Por esto le dijo Annette – con dolor en su voz -.

Juan sentía las lágrimas rodar por su rostro y la miraba incrédulo, ella continuó diciéndole – ¨Je t’aime mon  amour¨, pero lo nuestro no es posible en esta época, yo seguiré visitando  puentes y tu reinicia tu vida sin mí , agregando – Siempre te he pedido que al amanecer nos separemos y la causa es que durante el día me vuelvo invisible-

Ya había casi amanecido y Juan con asombro vio como poco a poco, al avanzar el día, Annette iba desapareciendo…

Juan se dirigió a su apartamento y no salió de el por seis días.

En la Universidad habiendo pasado una semana sin que Juan concurriera a sus cursos habituales, uno de sus compañeros de estudio preocupado fue hasta su apartamento a saber si necesitaba algo, pero tras tocar el timbre y golpear su puerta nadie contestó, pidió entonces al encargado del edificio que abriera la puerta del alojamiento de Juan para cerciorarse de que no le hubiera sucedido algo, pero Juan ya no estaba allí.

Al octavo día, las noticias daban cuenta que a orillas del Sena en cercanías del Puente Sully se había hallado el cuerpo sin vida de una persona de nacionalidad latinoamericana …

Un Martes de enero en París – durante la madrugada – las personas que circulaban por el puente de Sully no podían dejar de escuchar las carcajadas de una bella mujer abrazada a su pareja mientras él le hablaba al oído, apoyados sobre la baranda…