Por Fernando Portillo
¨El Hugo¨ un vecino de mi barrio en Montevideo, llego a ser mi peor enemigo cuando era chico.
Era un gurí físicamente más grande que yo, siempre usaba la misma ropa e iba a la Escuela Publica junto con mis hermanas.
Hugo obtuvo en quinto año la bandera nacional y nunca hizo ostentación de ello.
Era de pocas palabras y siempre tenía un gesto desafiante que intimidaba.
A través de los años normalmente me cruzaba con el cuándo hacia los mandados en diferentes negocios del barrio.
Realizaba trabajos de reparto en la panadería, luego en la farmacia, bajaba cajones de los camiones y carros a caballo en la verdulería, ayudaba al zapatero, todo le venía bien para ganar un dinero…
Pero nunca cruzamos palabras, me miraba a los ojos e ignorándome continuaba con sus tareas, yo también…
Cuando llegaban las vacaciones escolares en el mes de diciembre ¨El Hugo¨ armaba un ¨judas¨ el cual usaba para pedir dinero, siempre en la misma esquina.
¨El judas¨ era un muñeco de trapo grande, fabricado con un pantalón gastado y una camisa vieja, cosidos y rellenos con trapos y papel de diarios, finalmente se le agregaba una cabeza hecha normalmente con una media de mujer de nylon también rellena, a la que se le pintaban ojos y boca con pintura.
Cuando era chico, niños de todos los barrios y clases sociales salían a las calles a pedir dinero para el Judas, una tradición muy antigua en Uruguay y que hoy casi no se ve.
Entendidos en la materia dicen que el dinero que se juntaba en otras épocas era utilizado para comprar fuegos artificiales y el 24 de diciembre se los colocaban dentro del muñeco al que le prendían fuego a las 12 de la noche, como castigo al traidor…
Hugo colocaba su ¨Judas¨ cómo sentado contra una pared y a todos lo que pasaban por ese lugar les decía:
- ¡¡¡Señor o Señora, una monedita para ¨el judas¨!!!
Yo lo observaba a una cuadra de distancia y veía como mucha gente le daba dinero…
Fue en ese momento que se me ocurrió una brillante idea, la que le comenté a Nelson, un amigo del barrio.
- Vamos a pedir plata para ¨el Judas¨, le dije
Nelson me contesto:
- ¡Pero no tenemos ¨Judas¨!
- ¡No importa !, pedimos por el ¨del Hugo¨ que está solo a una cuadra.
Durante varios días le pedíamos una moneda para ¨el Judas¨ a todos los que pasaban.
Varias personas nos preguntaban:
- ¿Y dónde está ¨el Judas¨?
Entonces le señalábamos el muñeco ¨del Hugo¨, juntando dinero que luego gastábamos en golosinas.
Los que nos daban una moneda eran principalmente hombres y abuelas, las vecinas que hacían compras y mandados normalmente no nos daban nada.
Por supuesto que ¨el Hugo¨ se dio cuenta y por el 20 de ese diciembre del 66 nos encaró siendo casi la noche, tenía el Judas bajo el brazo, por su mente pasaron infinidad de insultos supongo, pero cuando comenzó a hablar lo hizo en forma pausada.
- No entiendo por qué me están robando la plata con la que ayudo a mi mama que está enferma…
No dijo nada más y se fue caminando lento.
Con Nelson nos miramos y compartimos la vergüenza de sentirnos unos hijos de puta, no fue necesario emitir palabra alguna y el negocio a partir de ese momento se terminó.
Esa noche no dormí bien.
Pasaron un par de semanas y se acercaba mi cumpleaños en el mes de enero, en casa siempre nos lo festejaban tanto a mi como a mis cinco hermanos.
Festejos con pizas, pascualina, una torta y jugolin de naranja.
Todo casero, hecho por Mabel mi madre, que cocinaba muy bien.
A nuestros cumpleaños concurrían habitualmente mi abuela Iaia (con i latina), mi tía Graciela, padres, hermanos y algunos amigos del Barrio: Nelson, Octavio, Luis y no muchos más.
Como seguía con mi sentimiento de culpa, se me ocurrió invitar ¨al Hugo¨, pero no me animaba a hacerlo.
Le conté a mi viejo Luis todo lo ocurrido y la invitación que pensaba hacer, le pareció muy bien y me aconsejo que me dejara de joder y que fuera a su casa y lo hiciera de una vez.
Tantos años viéndolo y no sabía dónde vivía. Le pedí a Nelson que me acompañara y pasamos por lo del zapatero para pedirle su dirección, por suerte la sabía.
Caminamos como diez cuadras y llegamos a su casa, hecha de bloques sin revocar y con techo de chapas.
Ya estaba anocheciendo, golpee las manos y salió Hugo.
- ¿Qué querés? Me dijo en vos baja.
- Te vine a invitar a mi cumpleaños, le dije, y me sentí un poco pelotudo…
- No puedo ir. Me contesto. Mas pelotudo aún.
Me quede sin palabras, no sabía que hacer – como si fuera un ¨super-pelotudo¨- y cuando ya me rajaba – con la cola entre las patas -, escuche desde el interior de su casa a su mamá que en voz alta dijo:
- Quedate tranquilo m´hijo que Huguito va a ir.
Tenía la duda de que viniera a mi casa, pero Hugo fue el primero que ll ego a mi cumpleaños, mis hermanas, que ese día estaban muy amables, contaron que él era el abanderado del pabellón nacional de la escuela y todos lo felicitaron.
Su vergüenza y la expresión de su rostro fueron cambiando.
Salimos a jugar a la vereda con una pelota que me habían regalado y para el final del cumple ya casi éramos amigos.
Ese año nos hicimos muy amigos y confidentes, su gran drama era la enfermedad de su mama.
Finalizando el año 1967 su mama falleció y él se tuvo que ir a Tacuarembó con unos tíos. No lo volví a ver.
Hace unos años tuve que viajar a Ciudad de México y de regreso a Uruguay en el Aeropuerto “Benito Juárez” mirando artesanías mientras esperaba mi vuelo escuché que alguien me decía:
- Señor, señor, ¿no tendrá una monedita ¨pál judas¨?
No pude aguantar las lágrimas al ver ¨al Hugo¨ detrás de mí, con una su sonrisa pícara, que pocas veces regalaba cuando era chico, nos fundimos en un fuerte abrazo.
Hugo hoy en día es un famoso Ingeniero en Barcelona, España, lugar al que se fue a vivir con sus tíos hace mucho tiempo y viaja permanentemente por el mundo por importantes proyectos de su propia empresa.













