Nuestro Land Rover – Cuento

El Land Rover es duro para conducir, lento y ruidoso, frío en invierno y caluroso en verano, - pero yo lo adoraba-.

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Por Fernando Portillo

Finalmente, cuando yo tenía unos 11 años, Luis – mi padre -, con mil sacrificios pudo comprar su primer auto.

En casa estábamos todos locos de la vida cuando llegó con el vehículo, un Land Rover verde con lona color caqui.

Entrabamos todos, mis viejos adelante y nosotros seis atrás, tres de cada lado.

Con mi hermana Tatá, que éramos los mayores, íbamos en la punta trasera de cada asiento lateral.

Con el Land Rover nuestra vida familiar cambió, salíamos a pasear habitualmente y recorrimos casi todo el país llegando hasta el departamento de Rivera, limítrofe con Brasil.

Recuerdo ese viaje en especial porque fue la primera vez que pasamos la noche en un hotel y cuando volvimos a Montevideo a mis amigos le contaba que había visitado Brasil – pues el límite es solo cruzar una calle-.

Estaba enamorado del rodado inglés, lo había visto una y mil veces por la tele en las películas de acción y documentales de exploradores y científicos, que se adentraban en los desiertos, sabanas y las junglas inexploradas tanto de África como de otros continentes.

Averigüe, que después de la segunda guerra mundial, Estados Unidos replegó su maquinaria de guerra, pero que muchos Jeep Willys quedaron en Europa.

Fue uno de estos Willys el que adquirieron los hermanos Maurice y Spencer Wilks, que eran en aquel entonces los directivos de una afamada fábrica de automóviles británicos, llamada Rover.

Pero, con la retirada norteamericana, se les hizo cada vez más difícil conseguir repuestos para el todoterreno, lo que llevó a los hermanos Wilks a diseñar su propio Jeep.

En 1948 el coche diseñado por ellos fue presentado en el Salón del Automóvil de Ámsterdam con la denominación Land Rover Serie I y fue un éxito rotundo e instantáneo.

Con el Land Rover de mi viejo aprendí a conducir, el me enseñó a manejarlo, siendo un joven preadolescente – ya me sentía grande e importante-.

Era duro para conducir, lento y ruidoso, frío en invierno y caluroso en verano, – pero yo lo adoraba-.

Aunque no todo era dulzura cuando emprendíamos algún recorrido, siendo el mayor me creía con más derechos que mis cinco hermanos por lo que los molestaba de diferentes formas en los recorridos, principalmente extendiendo mis piernas – ya había pegado el famoso estirón- en la reducida parte de atrás del vehículo, los que originaban permanentes reclamos a mis padres:

  • Mamá, mirá a Fernando- decían-
  • O, papá, mirá a Fernando- repetían sin cesar, algunas veces sin que les hiciera nada- solo mirarlos con caras raras-…

Mi hermano menor Carlitos llego a decirle a Mabel – mi madre-:

  • Mamá, Fernando me está insultando por adentro – cuando lo miraba serio-

Mi padre me había amenazado con que, si no me quedaba quieto, me iba a bajar del Land Rover y me iba a tener que ir caminando a casa.

Nunca creí que fuera a suceder- hasta que paso -, un día viniendo de La Paz, en Canelones, luego de pasar Colón, mi viejo no banco más los gritos de mis hermanos por mi -supuesta – culpa y me hizo bajar del rodado.

Al bajar vi a lo lejos que venía un CODET – ómnibus que viajaban rapidísimo- y milagrosamente tenía en mi bolsillo pequeño del pantalón vaquero un billete que me alcanzaba para el pasaje. Tomé el bus y pude ver al ratito – con alegría- como dejaba atrás al todoterreno con mi familia a bordo.

Cuando llegue a casa me senté en un sillón de madera color rojo y grande que estaba siempre en el jardín a esperar que llegaran, cuando lo hicieron me acerqué al portón metálico del jardín que comunicaba al garaje de dos hojas, le quite la cadena y lo abrí para que ingresaran con una sonrisita socarrona. Mi madre me miraba desconcertada y mi viejo con cara de culo al cuadrado ingreso el vehículo, estacionó y se fue para dentro de la casa sin emitir palabra.

Durante la cena, la bronca había amainado y les conté como había hecho para llegar antes que ellos.

También recuerdo con cariño, que una tarde de verano  lavando con una manguera el Land Rover – lo que hacía habitualmente- se me acercó una ¨vecinita¨  llamada Nancy que estaba con mis hermanas en el jardín, en ese momento había quedado sola y me preguntó si podía subir a la máquina, -por supuesto que lo hizo-, se acomodó en el asiento del acompañante y yo en el del conductor- no la podía dejar sola-, su mirada era picara y en cierto momento me tomo la mano y se acercó para darme varios besos en los labios, – eso me  transportó a otro mundo- hasta que llegaron mis hermanas, Nancy bajo rápidamente del Land Rover y yo me quede en las nubes.

No sé si mis hermanas pispearon algo o a Nancy le dio vergüenza, pero el hecho es que no volvió más de visita por casa -pero ese, su beso – el primero- fue inolvidable.

Para mí el Land Rover tenía y tiene para mi algo que ningún otro 4×4 -por más caro que sea- puede poseer: estirpe, historia, aventura, alma y amor…