Santiago – Cuento

Una historia en la Ciudad Vieja de Montevideo

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Por Fernando Portillo.-

Con mi amigo Raúl, acostumbrábamos a reunirnos a eso de las cinco de la tarde en la peatonal del Mercado del Puerto casi donde la misma limita con la Rambla Portuaria un par de veces a la semana. Allí nos sentábamos fuera de un boliche que tenía bajo un toldo unas pocas mesas redondas con un par de sillas de hierro forjado decoradas con asiento redondo y de color verde inglés.

Al atardecer en verano ese lugar recibía la sombra del edificio de la Dirección Nacional de Aduanas y en invierno dejaba asomar al sol poniente brindando su abrigo.

Un par de cafés y mucha charla sobre distintos emprendimientos y sueños que normalmente nunca dieron los frutos esperados.

La estadía reiterada en el lugar nos hizo conocer a la mayoría de las personas que se desenvolvían dentro y fuera del Mercado, recibiendo pedidos de ayuda económica de jóvenes para comprar drogas, un cigarrito, señoras con bebe en los brazos, el eterno lustrador de calzados del mercado ofreciendo su servicio, cantantes contando las monedas y billetes recibidos, mozos de restoranes con caras de cansados, aduaneros, marinos, empresarios, etc.

Una tarde se aproximó a nosotros un hombre que se identificó como Santiago, tenía  una botella de vino abierta bajo el brazo, una copa de vino servida en su mano derecha y un paquete de chocolate Águila en la otra, educadamente nos pidió un cigarrillo, el cual le dimos y comenzó a detallar los lugares importantes para conocer en la zona, museos, negocios, en especial el Templo Ingles sobre el cual se explayo especialmente y otros los cuales detalló con su dirección, fecha de fundación y/o construcción,  demostrando su gran conocimiento y facilidad de palabra. Luego sorbió un par de tragos de vino y se despidió sin más trámite rumbo a la calle Sarandí.

Pasados unos días, nos enteramos de que Santiago había crecido en la Ciudad Vieja cerca del mercado del puerto de Montevideo, en el mismo, rodeado de sus parrillas, energía y bullicio constante de parroquianos, músicos y turistas se sentía feliz.

Era ágil mentalmente y amable pues su madre siempre veló por su educación y buenos sentimientos, por lo que rápidamente se hizo amigos en el mercado que le dieron trabajo desde su infancia.

Finalizó la secundaria y gracias a un empresario gastronómico se convirtió en sommelier, viajo por varios países europeos, pero su mamá y su país le tiraban del corazón, por lo que volvió a trabajar en Montevideo.

Al fallecer su madre, comenzó a tener un problema con la bebida, su adicción comenzó a afectar su vida diaria, a menudo perdía su trabajo y sus amigos comenzaron a alejarse de él.

Pero a pesar de sus problemas, siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos y vecinos, Incluso si eso significaba sacrificar su propio tiempo y dinero, solo les pedía que cuando pudieran le regalaran un chocolate.

Todo esto nos lo contó un extraño que se enteró que el día que lo había invitado a almorzar estuvo con nosotros charlando; aunque era un hombre mayor, tenía una energía juvenil que atraía y resumidamente nos contó además que era el padre de Santiago, que nunca había tenido contacto con él hasta aquella tarde en la que pidió la botella de vino que le aconsejó antes de pedir la comida y tuvo que ir al sanitario; al volver Santiago se había ido.

Con lágrimas en los ojos Lucas, así se llamaba, relató, además que se acercó a Santiago, pues su conciencia nunca le perdonó y cuando tomó la decisión de buscarlo apenas si pudo cruzar palabras con su hijo al que había abandonado hacía ya tantos años.

Lucas sabía que Santiago tenía problemas con la bebida, quería ayudarlo y que lo perdonara, quería compartir sus últimos años con él enseñándole no sabía que, pues solo lo conocía por terceros, pero algo, solo algo…

La noche del día que Santiago estuvo con su padre sin saber que lo era y charló con nosotros, la Prefectura Naval encontró en la costa su cuerpo sin vida, frente al Templo Inglés, en las rocas se encontró algo: una copa con un chocolate dentro…