Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva asume este domingo por tercera vez la presidencia de un Brasil que -a diferencia del gigante latinoamericano que avanzaba con paso firme a comienzos de siglo, cuando el socialista se instaló por primera vez en el Palacio de la Alvorada- ahora parece resquebrajarse como consecuencia de una sociedad cada vez más polarizada.
El clima en Brasil se ha ido enrareciendo desde que la crisis económica comenzó a azotar al país, en 2013, cuando un aumento de las tarifas del transporte público provocó una ola de protestas con la que millones de ciudadanos culpaban directamente de la situación un gobierno -por aquel entonces liderado por Dilma Rousseff- envuelto en casos de corrupción y que había hipotecado al país con la organización de un Mundial de Fútbol y unos Juegos Olímpicos en apenas dos años.
“El Partido de los Trabajadores, que quedó más manchado por la corrupción que el propio Lula, debe navegar por aguas traicioneras: no se le puede ver dirigiendo el país”, comentó recientemente a la Voz de América Lauri Tähtinen, asociado sénior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, una organización sin fines de lucro de investigación de políticas en Washington.
“La última vez, desde 2003 hasta 2013, el gobierno del PT se benefició de los altos precios de las materias primas y la creciente demanda china”, precisó