Si alguien tenía alguna duda sobre quién ejerce el poder en Argentina, viendo lo que ocurrió este martes 1 de marzo, debe ya tener en claro que Cristina Kirchner es la que gobierna el país y Alberto Fernández es tan sólo el mandadero de la autócrata vicepresidenta.
El miserable papel que representó el presidente en el inicio del año legislativo en el Congreso de la Nación, fue cuando Cristina Kirchner vio que desde la oposición pedían la palabra para solicitar un minuto de silencio por las víctimas de Ucrania y, para no dejarlos, le ordenó (con micrófono abierto) a Fernández: “Dale, ahora pedí el minuto de silencio”.
El obsecuente Alberto acató la orden de su jefa y luego del entredicho con la oposición, pidió el minuto de silencio y la verguenza fue mayúscula, porque Cristina Kirchner, en esos 60 segundos que debían ser de respeto, se mostró sonriendo con cinismo mientras se acomodaba el cabello. Cero empatía con las víctimas.
Pero Alberto Fernández, creo que ya está en el momento de recibir atención profesional de algún psicólogo, porque en medio del minuto de silencio y en forma irrespetuosa, se puso a mandar besos a la bancada de diputados afines.
Claramente dos impresentables, que nada tienen que ver con el noble pueblo argentino y que hoy dieron un mensaje vergonzoso, donde una déspota ordenaba y un pobre hombre acataba.