La primera Biblioteca Pública creada en la Provincia Oriental fue propuesta al Cabildo Gobernante por el padre Dámaso Antonio Larrañaga en agosto de 1815 a partir de estas razones:
«Hace mucho tiempo, excelentísimo señor, que veo con sumo dolor los pocos progresos que hacemos en las ciencias y en los conocimientos útiles, en las artes y en la literatura: los jóvenes faltos de educación, los artesanos sin reglas ni principios; los labradores dirigidos solamente por una antigua rutina que tanto se opone a los progresos de la agricultura base y fundamento, el más sólido de las riquezas de este país».
Eran, a su entender, los libros los que debían suplir esas faltas, porque eso bastaba al talento natural de los americanos. Donaba para ello sus propios libros (excepto los de uso diario) y se ofrecía gratuitamente a dirigir la biblioteca. Descontaba que (el general ) José Gervasio Artigas lo apoyaría «devorado en su celo por los adelantamientos de sus paisanos». No se equivocó en esto, y recibió los apoyos necesarios: arrobas de plomo para los capiteles, dinero para los estantes, toda la librería que se hallaba entre las «propiedades extrañas» y otras donaciones de libros que complementaron la del propio Larrañaga, hechas por el presbítero Pérez Castellano, José Raimundo Guerra y por los padres franciscanos. José Vidal fue designado para ayudarlo en sus tareas. El 26 de mayo de 1816, con una cantidad de aproximadamente cinco mil libros, en la planta alta del fuerte que oficiaba de casa de gobierno, la biblioteca abrió sus puertas.
Dicho acto formó parte de los festejos que se hicieron en Montevideo para celebrar las fiestas mayas en ese año de 1816. El 25 de mayo era la fecha que marcaba la ruptura de la Junta bonaerense con el gobierno hispano y era emblemática del proceso revolucionario rioplatense. Pese a la ruptura con Buenos Aires, la revolución artiguista necesitaba de símbolos que marcaran territorio, insuflaran ánimo y ejercieran la didáctica ciudadana. Se tomó esa fecha, no sin aclarar que era una coincidencia producida por un retraso, ya que las fiestas mayas a celebrar en Montevideo eran conmemorativas del 18 de mayo, día de la batalla de Las Piedras. Con tal motivo, entonces, se concentraron en Montevideo una serie de ceremonias y fiestas populares. La rebelde capital cuyos habitantes, en su gran mayoría, cifraban aún sus esperanzas en el retorno del poder hispano, asistió con encontrados sentimientos al collar de actos de aquellos tres días, que se conocen en detalle porque la imprenta editó un folleto con su morosa descripción.
En los tres días que duraron las fiestas mayas, Montevideo estuvo especialmente iluminada y por las noches hubo fuegos artificiales Arcos con laureles y flores en los balcones, desfiles de escolares, bailes e himnos, que hicieron del festejo algo inolvidable. También el Parque de Artillería lució sus principales galas, ya que «estrenó un pabellón de primer orden, y el escudo de armas de la provincia colocado sobre la fachada principal».
En agosto de 1816, en una nota militar, figura el dibujo exacto de ese escudo artiguista. El sol (simbología recurrente en el ceremonial de la revolución) y la balanza de la justicia, con sus dos platos equilibrados, ocupaban el óvalo, al que rodea la frase «con libertad no ofendo ni temo». Lo rodean banderas, sables, lanas, flechas, tambores, cañones y sus balas. Lo corona una cinta con el nombre «Provincia Oriental»… ¡y una vincha india adornada con diez plumas!.
La biblioteca se instaló en el Fuerte, en un salón en cuyo techo se había pintado el sol en el centro y en los extremos las fases de la luna.
«Una biblioteca no es otra cosa que un domicilio o ilustre asamblea en que se reúnen, como de asiento, todos los sublimes ingenios del orbe literario, o, por mejor decir, el foco en que se reconocen tras las luces más brillantes, que se han esparcido por los sabios de todos los países y de todos los tiempos».
Larrañaga luego les habló del derecho de todos a conocer todas las ciencias: «desde el africano más rústico hasta el más culto europeo», y les ofreció conocer las constituciones más sabias, las verdades y misterios de la religión, los mitos y leyendas griegos, los manuales que encierran los secretos de la química y la agricultura.
Les hacía un llamado a interesarse por los estudios de la gramática y las lenguas, ofreciéndoles diversos diccionarios y provocándolos con la idea de leer a Homero, Virgilio y Folibio en su lengua original, a la vez que los invitaba a estudiar matemáticas, mecánica hidráulica, astronomía, navegación y geografía.
Entendía que la provincia tenía un rasgo singular en cuanto a los idiomas, y lo señala:
«Mientras la [lengua] guaraní se extiende por todo el Brasil y llega hasta Perú, y mientras el quichua domina en el vasto imperio de los incas, este pequeño recinto cuenta más de seis idiomas diferentes: minuan, charrúa, chaná, boane, goanoa, guaraní y qué sé yo más. Pero lo más sensible de todo es que en poco tiempo no quedará vestigio alguno de ellos; y así es honor nuestro el conservarlo, que quizás encontraréis en ellos esa filosofía que debe servir para formar el idioma universal que desean los sabios. Ello es, que por lo regular se ha notado, que hay más sabiduría en los idiomas cuanto más salvajes son las naciones: prueba nada equívoca de la divinidad y pureza de su origen, y de que la mano atrevida del hombre no ha entrado a corromperlos».
Fue una brillante exposición en la que demostró cuán a fondo conocía los numerosos libros que donaba, y en la que aconsejó hacer lo que él mismo había hecho: confiar en que los libros pueden forjar brillantes autodidactas. Terminó agradeciendo a quienes lo apoyaron desde el gobierno, especialmente a Artigas: «¡Gloria inmortal y loor perpetuo al celo patriótico del jefe de los orientales, que escasea aún lo necesario en su propia persona para tener que expender con profusión en establecimientos tan útiles a sus paisanos!». Luego miró hacia los niños que habían cantado el himno de apertura y les dijo que se regocijaran, porque eran los que por más largo tiempo disfrutarían del beneficio de la biblioteca.
No se habían apagado aún los rumores y anécdotas de lo sucedido en aquellos tres días cuando, exactamente al mes, Artigas tomaba las primeras medidas frente al arribo de los portugueses a la frontera. Comenzaba la resistencia. (Editorial Fin de Siglo).
Por esa fecha de la colocación de la piedra fundamental de la Biblioteca Pública, 26 de mayo de 1816, se celebra el Día del Libro en Uruguay.
La respuesta de Artigas al pedido de Larrañaga
José Gervasio Artigas, el jefe de los Orientales, quien se hallaba en el Campamento de Purificación, cursó una nota fechada el 12 de agosto de 1815 al Cabildo.
En la misiva daba el visto bueno para que se procediera a la creación de aquella primera Biblioteca Pública:
«…yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objetivo llevase esculpido el título de la pública felicidad. Conozco las ventajas de una biblioteca pública y espero que V.S. cooperará con el esfuerzo e influjo a perfeccionarla coadyuvando los heroicos esfuerzos de tan virtuoso ciudadano…».
La Biblioteca Nacional
En 1926 se adquirió el predio del actual edificio y su piedra fundamental fue colocada el 26 de mayo de 1938. La misma pasó a denominarse Biblioteca Nacional a partir de ese año, aunque la nueva sede se ocupó recién en 1955 y fue finalmente inaugurada en forma oficial en 1964.
Por lo que no debe confundirse la fundación de la primera Biblioteca Pública, con la de la actual Biblioteca Nacional.