Cuba: apostilla política a una nota sobre literatura

«Unos dicen que, puesto que el mundo exterior existe, hay que negarlo; otros que, puesto que no existe, hay que inventarlo; otros que solo existe el modelo interior […]»

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Por Héctor Dotta Lageard .-

El fragmento de Octavio Paz pensado para el catálogo de la retrospectiva de Pierre Alechinsky de febrero, de 1987, de quien, agrega: « mueve la cabeza y, sin decir nada, pinta un rectángulo en el que encierra al Central Park de Nueva York, visto desde su ventana, al caer la tarde, con los ojos cerrados […]» bien podría referir a una imagen literaria dicha por Leonardo Padura situada en la Habana de hoy.

Simetría inversa: en el inicio de la nota apostillada, la literatura impuso el relato contextual de la Historia, porque la historia, ahora como anécdota de la creación literaria versionada por el autor en la obra para hilvanar la peripecia de los personajes en el tiempo y el espacio, es no más que, en la obra, la perspectiva del autor y del comentarista en la nota. Pero, ciertos temas, como las prevenciones de Mario Conde con la omnipresente policía política del régimen con la que es mejor no meterse, no opinar, no denunciar, estar los más lejos posible, cierto lector los lee a la defensiva y desde la trinchera ideológica, desde las vísceras. Últimos rescoldos de una pasión que se va apagando en la medida que el tiempo trasparenta la cruda realidad, que va dejando al desnudo lo esencial de una visión que, ya sea por genuino convencimiento, miedo, conveniencia, conversión religiosa o abyección, finalmente abrazó un tercio de la humanidad por décadas.

La atención de estos lectores se focaliza, no en la literatura, en el arte o en las historias de los arrasados personajes de la ficción que sobreviven y solo existen en el relato del autor y ahora de sus lectores; sino en el relato de la Historia. Al desnudar las grietas de una moribunda verdad con mayúsculas que como el sol con una mano no es posible contener su declive. Grietas a través de las cuales se van filtrando unas verdades que duelen. Cual venas abiertas, revelan los ocultos conductos del totalitarismo que no se ven a simple vista o por generaciones enteras no se quisieron ver, porque impactaban el modelo interior. Contexto de la novela que en cuanto aborda el relato de la Historia ingresa en una zona prohibida. Una carretera no libre solo transitable por alineados con la visión totalizadora, por los escribidores y líricos del continente americano que de la adulación hicieron industria o por los fieles creyentes añorantes a una prudente distancia de aquello que no lo dejaron ser. Para quienes, de tanto en tanto, tienen el controversial honor de publicar o de mostrarse en Granma.

Otra vez, Roberto Ampuero y los relatos de sus años verde olivo o detrás del muro: toda una herejía solo de conversos  que no es prudente seguir, al menos públicamente.

Una conclusión literaria antes de ingresar de lleno a la política.

La literatura y el arte muestran. Porque solo llegan a ser verosímiles no tienen la virtualidad de demostrar: no son la realidad, sino creación artificiosa del ser humano. No es posible para Ayn Rand ni para Eduardo Galeano con la ficción demostrar ninguna teoría económica, social ni política. Caída del muro de Berlín mediante, por lo visto, tampoco para Carlos Marx.

El socialismo real, valga la redundancia, es una desgraciada realidad. Un sistema fracasado que costó millones de vidas en el planeta, y lo es aún, con sentido metafórico en algunas islas, como en Cuba, Venezuela o Corea del Norte, entre otras. En versiones puras o degradadas posmodernas como el denominado Socialismo del siglo veintiuno.  Donde, frívolo sería no recalcarlo, cuesta hoy millones de vidas, ya sea por el hambre, la represión, la cárcel o el exilio. No solo es Historia, es presente que hiere.

El socialismo real es una realidad en quienes actualmente peregrinan a esas tierras en busca de aprobación política, y con ello y el discurso justifican, a sabiendas, regímenes autoritarios y represivos, que menosprecian, desconocen y devalúan los derechos humanos más básicos de sus poblaciones.

Existe un extendido reflejo condicionado ante la narración de todas las manifiestas evidencias de la plena prueba del delito, consistente en cortar los puentes de cualquier diálogo. Invocando otra realidad que nada tiene que ver o que no es comparable seriamente con la excepcionalidad de la realidad de los últimos suspiros del socialismo real: Maduro es un dictador, pero que me dices de Trump, que tan bien dialoga con Kim Jong-un … En Venezuela o Cuba la pasan mal, pero mira cuanta desigualdad hay en los Estados Unidos. O mediante maniqueas alternativas: no quieres la revolución de los hermanos Castro, pero preferías la dictadura de Batista. Todas cuestiones que no resistirían el más mínimo serio análisis y que serían irrelevantes sino fueran formuladas antes sus tribunas por quienes, pese a todo, y cada vez más solitarios, ejercen con ritualidad la defensa de estos crueles regímenes en nuestra América e Iberoamérica. En todos los niveles, inclusive en las cátedras de enseñanza primaria, secundaria o universitaria.

Recuerdo hace algunos unos años la sorpresa de leer en un libro de Historia de cuarto año de secundaria, que Cuba era una democracia directa. Concurrí al instituto respectivo y allí me dijeron que era una opinión como otras. Tal vez se tenga razón en la respuesta. Pero también es cierto que tales otras opiniones no aparecían en la publicación de texto liceal. Muy por el contrario, aparecía solo una argumentación hegemónica en el sentido anotado, sobre las bondades del hombre nuevo, de la planificación de la economía, de la asignación de los recursos por parte del estado y las maldades de todo mercado, y un largo etcétera.

Es tentadora aquella idea tan difícil de asir de Hugh Trevor-Roper, sobre lo que podría haber pasado si el viento de la Historia o la acción de los hombres en cada momento hubiera sido otro.

La maniquea alternativa no es cerrada entre el autoritarismo de la dictadura de Batista y el de la dinastía Castro, porque en el medio siempre hay alternativas, sea aquel de derecha o éste de izquierda. Inclusive, tienen similitudes: el partido comunista de Cuba integró el gabinete de Batista. La revolución que en un principio fue democrática podría haber devenido en una democracia liberal con elecciones libres y gobiernos elegidos democráticamente, si la opción adoptada por su líder hubiera sido otra.

Fidel Castro rechazó el pluripartidismo.

Recordemos que lo descalificó
adjetivándolo como una porquería, con el creativo eufemismo de pluriporquería, determinación que en su mentor tiene, a un tiempo, un fundamento ideológico y otro político.

El primero, porque el socialismo real siempre rechazó con soberbia la democracia en general, y en particular la socialdemocracia. Lenin fue un acérrimo crítico de la democracia, refiriéndose a los Estados Unidos afirmó, el 30 de octubre de 1918, que: «en esa república democrática observamos la perpetua opresión de millones de trabajadores y una pobreza crónica, tenemos derecho a preguntarnos ¿Dónde están esa igualdad y esa fraternidad por la que tanto se os alaba? ¡Pura patraña! A la democracia la acompaña una depredación brutal. Esta es la realidad de las llamadas democracias». Lenin y el partido instauraron en Rusia y demás estados que conformaban la Unión Soviética, que incluyó años después dentro de sus países satélites a Cuba la llamada dictadura del proletariado que duro más de 70 años.

La socialdemocracia era considerada un espejismo que alejaba la clase trabajadora de sus objetivos de clase. Porque el estado de bienestar al mismo tiempo que protege la situación de los más desvalidos estableciendo con mayor eficiencia márgenes mínimos razonables de bienestar, dispersa las condiciones objetivas para el advenimiento de la revolución y por efecto de ella la dictadura del proletariado, resumidas en la conocida frase «cuanto peor mejor».

Además, porque la socialdemocracia admite la democracia liberal como principio y, dentro del normal juego político del pluripartidismo que supone en esencia la libre expresión del pensamiento a través de una prensa libre, da lugar a que participen de la vida política los enemigos de clase; aquellos otros individuos que por su calificación de «burgueses» grandes y pequeños, no tendrían derecho alguno.

La acción política de Lenin se caracteriza por la deliberada decisión de eliminar toda oposición política, y en específico, a la prensa que vertiera opiniones críticas o, lisa y llanamente, distintas a las opiniones propias del partido. Sobre la que el socialismo real ejerció un férreo control o directamente prohibió en los países de radicación de estos regímenes.

El marxismo leninismo es funcional a las ambiciones del clan Castro porque le permite legitimar su programa político autoritario.

Marx predijo que la revolución se produciría en los países industrializados: Inglaterra, Francia, Italia por el solo efecto del devenir de la historia. Lenin en este aspecto más práctico, si bien en el discurso anuncia cataclismos que luego no se producen en estos sitios, modifica la teoría e introduce la necesidad de un partido organizado y vertical, de elite, militarizado, que con su acción organizada llevaría adelante la dictadura del proletariado, ejercería un férreo control en la población civil, y para ello elimino toda oposición política. Principalmente, aquella que en la revolución no era zarista ni monárquica, sino liberal o socialdemócrata; que buscaban como resultado de la revolución que Rusia se transformara en una democracia, hoy podríamos llamar al estilo occidental. Los horrores del estalinismo hasta la caída no es necesario recordarlos aquí.

Desde los primeros años del gobierno revolucionario desaparecen los medios de prensa independientes y todo control político, ni de ningún tipo sobre el gobierno. Nos referimos a los frenos y contrapesos, controles de una república democrática que permiten calificarla de tal: sufragio, posibilidad de la rotación temporal de partidos en el gobierno, separación e independencia de poderes que se controlan entre sí, libertad de expresión, asociación y de circulación, partidos políticos, prensa y medios libres, sujeción a la ley aplicada igual por tribunales independientes, y el respeto por la propiedad privada y por la intangibilidad del domicilio. Lenin y Stalin encarnados en Castro.

El segundo, porque bajo el poder duro del paraguas soviético les permite desarrollar lo que Weber califica como dominación carismática. Fidel Castro fascinó con su personalidad, inteligencia y seducción a millones de gentes de buena fe, que convencidos lo idolatraron. Profesión de fe dogmática en el líder mesiánico. En Fidel Castro prevalecía la herencia española y musulmana, mora, del caudillo autoritario, jefe de la tribu, desgracia y atavismo propio de la América española, combinada con sus talentosas dotes intelectuales de encantador de serpientes.

El apoyo logístico soviético dotó de un poderosísimo aparato de propaganda que incluyó muy principalmente a los intelectuales y la cultura, que antes el camarada Stalin había desarrollado con éxito en todo el mundo. Le brindó los conocimientos de inteligencia militar que, a imagen y semejanza de lo que ocurría en la metrópoli rusa y en los países del pacto de Varsovia, le permitió un riguroso control sobre la población civil en base a la práctica de la delación premiada y a la manipulación del miedo; todo controlado por la policía política y los comisarios del régimen, sin nadie a quién acudir: la isla como cárcel rodeada de tiburones.

Fidel Castro fue un líder belicoso e intransigente. Dispuesto a incendiar el mundo durante la crisis de los misiles, cuando felizmente prevaleció del lado soviético la cordura, muy a su pesar.

La retórica de antiimperialismo que se explica en sus orígenes, y estrategia en una lógica de guerra fría, donde en realidad Castro y el régimen se suman a las pretensiones imperialistas de la Unión Soviética; heredera de una cultura eslava expansionista, le suma simpatía en Latinoamérica. El poderoso aparato de propaganda soviético desde la finalización de la segunda guerra mundial en adelante, fue muy eficaz en consolidar la falsa verdad de que la única alternativa legítima de antiimperialismo americano sería el socialismo real. Sin menospreciar los horrores y errores en la política exterior estadounidense en oportunidades.

Simpatías que distrajeron a miles en condenar los horrores del imperialismo soviético y en América, de los horrores del socialismo real. Aquellos perpetrados dentro de las fronteras de la isla, como las acciones impulsadas y estimuladas para exportar el socialismo real a todos los países de Latinoamérica en que fuera posible, propulsando movimientos armados que produjeron inestabilidades y dictaduras de derecha como reacción a las anteriores.

Chávez importó los servicios de inteligencia militar y prácticas de control civil, a cambio de la asistencia económica, que como el agua en un desierto el régimen precisa para sobrevivir luego del colapso de la Unión Soviética.

La ineptitud del chavismo que lleva a un país rico como Venezuela a la ruina es un reflejo decadente de la del castrismo; aun cuando pueda señalarse la apabullante distancia entre las condiciones históricas y personales de los Castro y los Chávez, Maduro, o los Cabello.

En lo económico el fracaso es resultante de mal concebir los estímulos correctos que impulsan el desarrollo económico de los países: propiedad e iniciativa privada. El fracaso del manual del «hombre nuevo».

Prueba irrefutable del fracaso y del cariz autoritario es el tibio corrimiento hacia una economía capitalista, mediante el reconocimiento de la propiedad privada en la novel reforma constitucional cubana, en camino hacia el modelo chino que le permite mantener al clan y al partido: el férreo control de la vida política de la población. Virar al capitalismo sin soltar la rienda de la autoridad.

Algún día la apertura económica traerá aparejada una apertura política.

Sí, a Cuba no la dejaron ser. Pudo haber sido una socialdemocracia al estilo europeo occidental. El socialismo europeo después de abandonar el marxismo que lo ubica esencialmente dentro de la corriente del liberalismo político. Aquel liberalismo que Martí había soñado escamoteado por los líderes de la revolución. Es posible bajo precio de abandonar totalmente al moribundo socialismo real.