
Fotos: María Pilar Mouco .-
Las circunstancias de la vida llevaron este fin de semana al equipo de ICN Diario, hasta la populosa y hermosa ciudad de Buenos Aires, donde aparte de compartir con nuestros amigos armenios algunas actividades de índole cultural en virtud del centenario del genocidio de dicho pueblo perpetrado por los otomanos y aun no reconocido, y una suculenta cena compuesta por comida típica del milenario pueblo, fuimos empujados a explorar un poco la bullanguera y multifacética noche porteña, con sus boliches, su movida y la explosión de juventud mezclada, interactuando, departiendo…
Recorrimos dentro de nuestro periplo, el mítico barrio de La Boca, siempre bullicioso, siempre multicolor, siempre poblado de historias de conventillos, inmigrantes y pescadores, arrancados del tiempo y del olvido, por la paleta mágica de Quinquela Martin, en los tiempos en que el Riachuelo no era la miasma de hoy.
Para el turista, una explosión de luz, de magia emanada del fanatismo casi religioso del *bostero* (así se denominan los simpatizantes del Club Atlético Boca Jrs.), de los viejos conventillos de chapa y madera pintados con estridentes colores y pletóricos del misterio en la que te va introduciendo el ambiente, propiciado por los acordes de tangos y milongas con que el porteño sabe recibir a los visitantes.
Para el residente, un sitio de cuidado donde hoy pueden ganarse la vida. Donde hay calles para transitar y calles por donde no hacerlo; el tema de la inseguridad latente, la desazón, la nostalgia por los viejos boliches que ya no están, donde según ellos, los viejos pasillos se han visto transformados en centros de venta de baratijas.
Cada uno con su opinión, ya que en lo que a nosotros respecta, lo disfrutamos mucho, nos deleitamos con esas viejas calles cargadas con las paletas de cien pintores, quienes cada uno con su estilo, con su forma de encarar el arte, de moldear la vida haciéndola ilusiones en un papel, en un lienzo o una madera, nos dicen que las baratijas son secundarias, que son la manera con que algunos argentinos tratan de llevar el pan a sus casas, pero que ahí, entre pinceles y caballetes, entre el silencio del artista que crea ,el olor a los solventes, el aparente desorden de los pomos a medio usar sobre las viejas paletas, los incontables bares y restaurantes, los artistas callejeros mostrando tozudamente el dos por cuatro que los identifica, La Boca, con las variantes que los cambios sociales suelen imprimir, aun es aquel barrio que pude visitar hace más de veinticinco años.
El día domingo nos encontró en San Telmo, la famosa feria de los domingos, tan relevante como El Rastro en Madrid o Tristán Narvaja en Montevideo, y a ella habré de referirme especialmente, porque especial lo fue el domingo 8 en dicha feria.
Esta feria ubicada en la plaza Dorrego, en Humberto 1ro. Y Defensa, fue creada en 1970 por el arquitecto José María Peña, (fallecido no hace mucho tiempo), empezó con treinta puestos callejeros, contando en la actualidad con 270 exclusivos lugares a los que se accede solamente por sorteo y únicamente que alguno de los actuales titulares deje su lugar.
Nos contaba Matilde, una de las titulares, que el reglamento de la feria les obliga a asistir siempre a la cita de cada domingo, entre las 10 y las 16 horas, pudiendo tener un ayudante para armar o levantar el puesto, tan solo dos horas en el tiempo de duración de la feria, pero que después es cada uno que debe estar allí, no pudiendo abandonar el lugar, so pena de perder la ubicación y lo que es peor, el derecho a ser parte de San Telmo.
El reglamento, la organización del evento está a cargo del museo de la ciudad y son muy estrictos con el cumplimiento de lo pactado, tan así que cada tres meses se sortean los lugares y si hoy estás en un sitio no muy visible, mañana puedes tener el mejor lugar de la plaza y viceversa.

Nos comentaba nuestra interlocutora que la feria estaba cumpliendo 45 años de vida ininterrumpida y que lo que veíamos era un concurso de disfraces cuyo primer premio era hacerse del lugar que el ganador eligiera, del cual no sería movido por espacio de un año.
Matilde nos comentó que la feria es visitada cada domingo por no menos de 20.000 personas, entre porteños y turistas de diferentes partes del planeta, lo que la transforma en un crisol de idiomas, de gente diferente que de una u otra forma obligan a esforzarse en la atención, en la forma en cómo se interactúa con cada uno, ya en el idioma propio del visitante, ya con señas, o mezclando los idiomas, o con una fraternal sonrisa que lo haga sentir en su casa.

Compadrito o guapo: tipo de hombre propio del bajo de la ciudad, existente a finales del S. XIX y principios del XX, el cual solía concurrir a las cantinas de los arrabales, pañuelo al cuello y gacho (sombrero de ala) y cuchillo en la cintura, el que podía ser visto o bien bebiendo, timbeando (jugando a las cartas por dinero), o sacándole viruta al piso al interpretar vistosos bailes acompañados por los acordes de violas y fuelles (guitarras y bandoneones).
Mina: nombre proveniente del lunfardo con que se nominaba a la mujer, a la cual, de ser prostituta, se le decía naifa. Es a ella, a la mujer a quien se debe en un principio la diseminación del baile del tango, puesto que en los inicios de esta forma de danza, sólo era bailado entre mujeres del bajo, nunca entre mujeres que se preciaran de honestas ni tampoco en pareja de hombre y mujer.












