Equinoccio de primavera en Heliópolis

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Gabriel Piria y José Luis Rondán
Gabriel Piria y José Luis Rondán
Por José Luis Rondán.- La noche cerrada, la luna en su estado creciente haciendo por trepar a la montaña de nubes para ubicarse junto a las estrellas; ávida por escudriñar en lo que hacemos desde hace milenios los mortales, creyendo que nadie nos ve. Las antorchas encendidas, el tenue sonido del agua vertiéndose ininterrumpidamente por el enorme y gélido hocico, y el tupido follaje, apenas meciéndose, cobijando delicadamente al grupo de iniciados.
Los hombres en semicírculo, escuchando, encontrándose, palpitando el ritual de apertura de los portales a la Primavera, la cual se anuncia a través del equinoccio; ventana abierta para el pasaje, para el libre fluir de los espíritus buenos, oportunidad propicia para el auto encuentro, para dejar atrás los pesos muertos, y para darse la oportunidad en un ámbito de gran energía positiva, de abrazarse con aquellos con los que se ha tenido que transitar por las frías y solitarias veredas del invierno que muere para nosotros, mientras encara su eterno viaje hacia el hemisferio Norte.
Para muchos es tan solo el cambio de estación, una nueva etapa, un estadio más de los ciclos a los que el planeta está sometido; para nosotros es el reencuentro, el detenernos a repensar nuestro camino como buscadores junto a nuestros compañeros de ruta, a la vez que darle la bienvenida y reconocer a las deidades que habrán de acompañarnos el resto del año.
Recordemos que Heliópolios, mejor conocida como Piriápolis, mítica y energética ciudad a orillas del Océano Atlántico, recostada a una cadena de cerros maravillosos, situada al Sur de la República Oriental del URUGUAY, es aparte de un centro turístico con hermosas playas, la custodia obligada de muchos misterios dejados allí por el gran Piria, el constructor, el alquimista y fundador de la ciudad, los cuales, sólo algunos hacemos por develar, por desentrañar, por ser parte activa en cada símbolo que hace a esta pequeña urbe.
Como desde hace ya mucho tiempo, los Hermanos del Círculo Sagrado fuimos convocados nuevamente por las fuerzas de la Naturaleza, por la Madre Tierra, por las deidades amorosas del monte, de la arena y de las extensas playas, para sentarnos a la mesa de la existencia y compartir así, junto a ellas, el agua miel y el pan, alimentos esenciales que nos dan vida y fuerzas.
La fuente de Venus nos esperó con sus amplios brazos espirituales abiertos de par en par, permitiéndonos el bautizo ante el andrógino que custodia el ingreso, permitiéndonos el circular periplo, para sabernos uno con el todo en la era de Acuario; siendo bautizados al ingreso y al egreso de la ancestral figura, ya que cada vez que un peregrino busca, al encontrar, el símbolo cobra sentido, despertando de su letargo.
La larga procesión le dio vida con el hollar de cada planta, al viejo camino en torno a la mágica fuente, y el agua cobró un aspecto diferente y los querubines desperezaron su modorra para decirnos del cometido que el místico les asignó.
¡Habíamos iniciado esa mágica noche, un nuevo sendero cargado de sentido!
¡El que tenga ojos para ver…!
A los pies del Toro, Templo a cielo abierto enclavado en la base del cerro del mismo nombre, nos despojamos de las pesadas vestiduras del invierno, dejando atrás los harapos, para cubrir nuestros cuerpos áuricos, con las ligeras túnicas del entendimiento, sólo propicias para quienes están habitados por mentes abiertas, dispuestas a recibir y a ver los elementos primordiales, donde otros, sólo perciben una maraña indescifrable.
Allí, frente al gigante de bronce, símbolo de la materia, de lo terrenal, esa noche mágica y cargada de sentido y sentimientos, fueron literalmente quemadas la ira y la intolerancia, la desidia y la envidia, el egoísmo y la indiferencia, la ignorancia y la soberbia, la mentira y la ambición. Ante nuestros ojos todo el sobrepeso de nuestros morrales espirituales se volvió flama, chispa y humo y pudimos más tarde, ligeros de equipaje, permitirnos la muerte iniciática bajo la hoja de la espada “La Tesonera”, en la solitaria mesa de los sacrificios, para renacer nuevos y vitales.
Logramos por fin, hacer brotar agua de la vieja piedra.
¡El que tenga oídos para oír…!
Mientras aún no se había extinguido el fuego, las manos trémulas recibieron y cobijaron sus semillas de trigo, simiente que nos permitiría la esperanza de que mañana habría alimento a las mesas, generándose expresiones tales como: “Busco la luz de las ventanas que se abren”, “En el silencio busco”’, “Sólo muriendo seré un hombre nuevo”, “Equinoccio de Primavera, mi alma vuela”…entre otras tantas.
¡El que tenga boca para hablar….!
Allí, en la oscura oquedad del gigantesco cerro, donde se inicia el camino hacia la luz, permitiéndonos el sueño de los iniciados de alcanzar la renovación del Fénix, recibimos pletóricos y en armonía a la estación de la esperanza renovada, de los sueños a cumplir, de las energías reacondicionadas para el nuevo periplo.
Al marcharnos, estoy seguro, cada uno bajó del cerro-templo en silencio, rumeando desde su interior la parte de este rito tan antiguo como sacro, que más le había llamado la atención, que más había penetrado en él, que más le había removido su ser como hombre, como circunstancial peregrino por los caminos de este planeta.
Atrás, engullido por las sombras de la noche, cuando las antorchas se hubieron extinguido, el enorme toro, silente, contemplativo, y sobre su cerviz, un enorme y curioso primate, quien seguramente desde las sombras, y desde su estadio de evolución, hizo también él, por participar y renovarse.
No olvidemos que tal cual expresara el sabio, El Gran Arquitecto no juega a los dados con el Universo, por lo que este tipo de camino en el cual pretendemos iniciar a los convocados, haciéndolos partícipes, es una búsqueda personal e intransferible, no impuesta, y solo de cada uno depende el ahínco con que buscará, de la velocidad que habrá de imprimirle a la marcha o de lo que pretende encontrar al final del sendero.
Para cada uno el Universo tiene un plan, y en él, todos estamos incluidos.
Vendrán otros momentos, vendrán otros rituales y a ellos asistirán seguramente otras personas, o quizás las mismas; despediremos y recibiremos a las estaciones y las deidades que en ellas se sienten mejor; abrazaremos sueños y esperanzas renovadas, prometeremos cuidarnos y caminar juntos, y como las épocas, llegaremos, tan sólo para marcharnos luego, pero Heliópolis y la luz que subyace en sus milenarias piedras, estará siempre allí, aguardando tal cual lo hace hoy con nosotros, a otros buscadores para despertarlas de su largo sueño, venerándolas.
Deseo reconocer con las venas abiertas de mi espíritu sublimado, el trabajo minucioso, responsable y comprometido de mi inseparable compañero de ruta, MARIO, los aportes oportunos, profundos y cargados de sabiduría de LUIS PEDRO, las asistencias, participación, y palabras pletóricas de ancestral contenido, de nuestro hermano Ecuatoriano, XAVIER y la permanente intervención, ayuda, dedicación y atención a cada detalle del ritual, del bisnieto del fundador de la ciudad, GABRIEL, sin cuya gestión ante las autoridades pertinentes, no hubiéramos podido acceder a tan sacro espacio; además de reconocer a cada uno de los treinta y tres hermanos que desde diferentes parajes convergieron hasta Heliópolis para abrirse junto con nosotros, a una nueva experiencia en fecha tan significativa, en especial a los muy queridos Bastenses y Crisolianos, y aunque no estuvieron en persona en el ritual, sí plenamente en espíritu, es imperioso tener muy presentes a MARIA PILAR y MARGARITA, por su constante y desinteresado apoyo moral, y a la logística indispensable para el desarrollo de lo planificado, quienes por su naturaleza, están en cada detalle, diligentes y sin egoísmos.