El enredo de la bolsa y la vida de Eduardo Mendoza

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En un entramado de ironía, parodia y sarcasmo es que recorremos los diecisiete capítulos de esta entrañable y alocada novela. Donde un verdadero antihéroe que se desempeña como peluquero en Barcelona y un conjunto de eclécticos colaboradores: estatuas vivientes siendo una de ellas un albino afrodescendiente y otra un embaucador profesional; una acordeonista ambulante “procedente de un país del Este” con férreas convicciones comunistas; un joven repartidor que siempre cuenta con pizzas frías en su moto para aportar al grupo la comida; y una adolescente de trece años quien ha escuchado las antiguas andanzas de nuestro protagonista como si fuesen las de un superhéroe. Son quienes tratan de resolver un misterio en torno a la desaparición de un viejo compañero de psiquiátrico de nuestro investigador anónimo y a raíz de ello tienen la imperiosa necesidad de desarticular un atentado con ribetes internacionales. Resultando en un hecho más complejo no solo por el caso en sí, sino también a nivel personal, con derivaciones afectivas.
La sátira: un catalizador de la risa
Desde la antigua Grecia pasando por la literatura latina y con grandes exponentes del género en la literatura española como es Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, Luis de Góngora y Francisco Quevedo. La sátira ha sabido ilustrar con inteligencia y audacia lo absurdo del mundo, de alguna manera ha sido el remedio a tanta locura que acompaña al ser humano en su tránsito por la vida.
La risa resuena una y cientos de veces en esta novela. Producto de las peripecias que satirizan con humor negro, la vida cotidiana y los tipos sociales de la España post rompimiento de la burbuja inmobiliaria que generó una profunda crisis económica.
Cada pieza de este puzzle viene en clave de humor ya sea para describir: desde el oficio infructuosos de nuestro protagonista al decir “(…) sólo soy un peluquero de señoras; y encima sin clientela.”; o cuando se presenta una mujer policía en la peluquería: “Se quitó la pistola de la cintura, la dejó sobre la repisa, junto a un cepillo enmarañado de pelos, unas tijeras sin filo y un peine sin púas, y se dejó caer en el sillón. Su propia imagen reflejada en el espejo le hizo arrugar la frente.”; hasta cuando en un momento emotivo se ilustra el encuentro de éste con su antiguo compañero Rómulo el Guapo “(…) nos fundimos en cálido abrazo y se le cayó el bisoñé.” Toda escena está edificada en los cimientos del humor negro, muchas veces, y del grotesco otras.
Sencillez e ingenio
En los diálogos, si bien el estilo es sencillo ya que retrata a personajes en su mayoría por fuera del sistema social, muchas veces sorprende por lo inteligente y no exentos de profundidad en el discurso. Como cuando su anciano vecino chino, dueño de un bazar, le explica: “Para entender éxito de bazares orientales hay que leer Rebelión de masas de Ortega y Gasset (…) disculpe mi humilde manera de abordar los grandes negocios. Retórica oriental, demasiado sutil, lo reconozco.
A menudo no sabes de qué te están hablando y ya te la han metido, como decía Sun Tzu.” En otros momentos se puede apreciar el tono jurídico, lo cual pone de manifiesto la primera profesión del escritor español Eduardo Mendoza, la abogacía. La cual ejerció por pocos años antes de dedicarse a la traducción y posteriormente a la escritura. Por su labor ha sido galardonado con diversos premios como el Premio de la crítica en 1975 por su primera novela La verdad sobre el caso Savolta y el Premio Planeta en 2010 por Madrid 1936.
Esta novela publicada en 2012 es la cuarta dentro de una saga que incluye: El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1981) y La aventura del tocador de señoras (2001). Y en todas ellas el detective anónimo y el humor son aliados protagonistas.
Mendoza, Eduardo. El enredo de la bolsa y la vida. Barcelona. Editorial Seix Barral, 2012. 269 páginas.
Daniela Arismendes, editora de Cultura (ICN Diario)