Dentro de pocos días comienza una nueva temporada de la magnífica producción Juegos de Tronos, la 5ta para ser más preciso, de la cual debo confesar, soy asiduo y leal seguidor. Cada vez que me posiciono ante la TV y empiezo a ver la serie, me vienen a la cabeza mil ideas acerca de la época, de las relaciones entre nobles y vasallos, entre las Casas, sus integrantes o su incidencia en el mundo en que se desenvuelven; el amor y la crueldad, el trato para con las mujeres o los niños, las batallas, la forma de vida, y de muerte; las luchan encarnizadas por acceder o mantenerse en el poder o cercano a él. Las intrigas, los desplantes, las estrategias, y no puedo menos que compararlo con los tiempos en que nos ha tocado vivir y no dejo de sorprenderme por la similitud entre esas atávicas épocas y el hoy, en pleno S. XXI
Percibo que George R. R. Martin, el autor del libro sobre el cual se toma la idea para la serie, no solo hurgó en la historia para hablar más o menos con cierta propiedad acerca del tema, sino que se acomodó un buen día en el jardín de su casa para ver pasar la sociedad y la analizó en detalle, cambió los escenarios, el ropaje, y se encontró con el producto que deseaba, sin ir demasiado lejos, poseyendo con sólo observar, mirar un poco de TV, leer las noticias, observar el comportamiento humano, un material fantástico, donde las virtudes y las miserias se amalgaman perfectamente, se abroquelan de manera tal que llegamos a desconocer las unas y las otras hasta que todo nos da igual.
Trayendo esa antigua época perdida en la oscuridad de los tiempos, hasta nuestros días, los reinos fueron trocados por países, sus estandartes por pabellones patrios; los caballos por automóviles, los cuervos mensajeros por celulares, las enormes espadas y mandobles por fusiles, el imaginario territorio dominado por cada Casa, por el actual planteamiento y disposición de las naciones sobre la tierra, tan dinámico y frágil; los dioses, antiguos y los modernos, los rituales, los sacerdotes y sacerdotisas, todo fue planteado desde mi óptica, tomando casi al pie de la letra los actuales esquemas religiosos donde, y lo expresan en la serie, cada uno cree haber hallado al dios verdadero, la suya es la única y auténtica verdad y por ella viven, mueren, matan y esclavizan, y por allí expresa el rey de las Islas de Hierro, con muy buen tino, creo, que el único dios verdadero está entre las piernas abiertas de una mujer, único sitio donde se puede encontrar a dios.
La gran muralla que separa los diferentes reinos del mundo de los salvajes, y que es celosamente guardada por la Guardia Nocturna, existe en nuestra época y podemos avizorarla de mil maneras diferentes, desde la mítica muralla China y el cometido que pretendió cumplir cuando fue construida, hasta los muros de más acá, más contemporáneos, tales como el de Berlín y su historia de angustia, horror y muerte, hasta el recientemente construido muro que separa Israel de Palestina, con sus historias e historietas, de uno y otro lado, pasando por los extensos vallados en la frontera entre EE.UU. y México. El establecimiento de fronteras custodiadas a cal y canto, por donde intentar pasar es encontrar la cárcel, o la muerte, llegando al tipo de murallas más etéreas, más sutiles, más difíciles de romper, de asaltar, de conquistar, e igualmente crueles, tales como los bloqueos comerciales, políticos, financieros o sociales, con las que se pretende torcer la voluntad de pueblos pobres y vulnerables.
Los viejos sabios tan consultados, conocedores de los arcanos que llevaban paz a los corazones y alivio al cuerpo herido o al espíritu confundido, fue trocado por el Internet, pseudo dios que todo lo sabe, que todo lo conoce, poseedor de todas las respuestas.
Las fuertes armaduras fueron volviéndose costosos trajes de alpaca y los rudos herreros, detallistas y esmerados sastres; Los grandes y lúgubres castillos se volvieron en este Siglo, suntuosos palacios de Gobierno; cocina desde donde salen todas las cosas buenas y las malas, las torcidas, las equivocadas, las negociadas o las forzosas que los gobiernos suelen pergeñar para bien o para mal de sus pueblos.
Los pesados carruajes se volvieron costosísimos Rolls Royce, Volvos, BMW, Lamborginis, Ferraris, etc. y el pueblo que lastimosamente clama por la protección de sus señores, se ha convocado en atiborradas ciudades más o menos organizadas donde viven, sufren, trabajan, aportan a las arcas del Estado, y mueren en el anonimato, generalmente sin ser escuchados en sus reclamos o sin haberle visto jamás la cara a sus dueños, los grandes señores de traje y corbata, quienes de vez en cuando, apegados al sistema, bajan al valle, salen de sus castillos para prometerle al pueblo que espera y trabaja, trabaja y espera, cosas que saben no cumplirán.
En la actualidad, en todo este esquema reseñado, tal cual en la antigüedad reflejada en la serie Juego de Tronos, habrá bufones, sirvientes y guardias, putas y sacerdotes, todos dispuestos a cambiarse de bando si el que asume paga mejor, todos dispuestos a la obediencia ciega, a la traición, a la intriga, a la hipócrita farsa de reírse de los chistes estúpidos del mandatario de turno, casi derritiéndose si éste le dirige la mirada.
Tal cual en la Serie que nos ocupa, habrá perros dispuestos a oler cualquier trasero y perras obsecuentes, dispuestas a dejarse montar por cualquier macho, creyéndolo el macho alfa, para salir después, ufanos, mostrando a los demás cual si de un trofeo se tratara, el lastimoso título de perro del Rey, tal cual ocurre en la atrapante Serie.
Hoy existen normas escritas, compiladas en códigos, constituciones, etc. disposiciones y reglas de convivencia que más o menos aplicadas dan un respiro a las partes en contienda, cosa que por aquellas épocas parece que no se daba mucho, basando todos sus compromisos en la palabra dada, en la promesa, aunque en estas épocas dichas normas plasmadas en el papel, suelen ser obviadas, torcidas, muchas veces salteadas para beneficio de algunos y protestas airadas de otros, justificando los yerros, las omisiones, las deliberadas trasgresiones a través de pomposos discursos que casi nadie comprende.
Los reinos de hoy, en su forma de obrar muy parecidos a los de la magnífica Serie, son los de aquellos, los de los otros, los de tales y los de cuales, entre otros, y cual veleta aman u odian, apoyan o desprecian, piden o toman, conforman alianzas o rompen relaciones, actúan enérgicamente o miran para otro lado, según sean los intereses perseguidos para bien de unos pocos o para satisfacción de muchos.
Los ejércitos de hoy, si bien ya no se mueven en poderosos caballos, cargando armaduras y pertrechos, seguidos por resignados sirvientes y escuderos, sí lo hacen en modernos vehículos blindados, al igual que antaño, reciben honores y gloria si matan a cientos en nombre de su Casa, de su Nación, venerando su estandarte, su pabellón, cargando como pasaporte al todopoderoso reino de los libros de historia, al Jefe que dio la orden, que organizó el ataque, que conquistó desde su escritorio, sus amputaciones, sus lesiones físicas o mentales, su memoria de horrores, las medallas ganadas, los compañeros perdidos.
Como en la Serie, unos llegan y otros se van, unos por propia voluntad, otros por designio de la superior autoridad; unos huyendo por pasadizos secretos, otros viendo su cabeza adornando algún portal, pero todo el sistema de relevos, enmarcado en una acentuada dinámica que obliga a que cada uno, tanto en aquellas épocas como ahora, ¡Oh casualidad!… a aferrarse cuanto se pueda al Trono de Hierro, cargando lo que se pueda del botín a disposición, propiciando alguna oportunidad por si hay vientos de cambio y buscando desde el primer instante posibles nuevos amigos, potenciales aliados, amistades cuasi olvidadas, a fin de no quedar fuera del círculo sagrado, aunque para ello deba oler nuevos traseros, ensayar viejos trucos como hacerse el muertito, traer como un idiota el palito que el amo arroja mil veces, o pararse en dos patitas mientras se acompaña con una mirada tierna para ganarse la palmadita en la oreja.
Así la vida; el ser humano siempre fue igual, ayer tanto como hoy hubo los de arriba y hubo los de abajo, hubo relevos forzados tanto como atropellos, hubo caídos como levantados, hubo orgullosos y hubo humildes, hubo obsecuentes tanto como rebeldes… Ayer como hoy hubo sombras y hubo luz, hubo caminos cerrados cargados de dolor y hubo caballeros solitarios portadores de la única luz al final del sendero.