Ya somos testigos silenciosos de los amagos, de las miradas de reojo, de los codazos o los empujones disimulados por ubicarse en la mejor posición, para ser mirado con los ojos que el pueblo suele mirar cuando a la hora de colocar su voto, decide quien sí y quién no; claro, faltan como cuatro meses y pico para las elecciones, recién están ensillando caballos y por ahora no es necesario desenvainar, pero aguarden a que los días nos anuncien la cercanía del acto eleccionario… sólo aguarden.
Por ahora están todos con cara de pro hombres y pro mujeres, con el rostro sereno de aquel que está más allá del bien y del mal y que sabe que de ser electo posicionará su mira alto, bien alto; al menos eso han comenzado a prometer, para bien de una comunidad que vuelca y vuelca de sus bolsillos para las arcas públicas, a sabiendas que de ellas habrá de recibir muy poco, sino vean las veredas levantadas, trampas mortales, los contenedores repletos y nauseabundos, los extensos y bien arraigados basurales de algunos barrios, algunas calles con el pavimento hundido y adornadas durante meses con unos graciosos pinitos que ya nada iluminan, los marginales durmiendo y armando campamentos y sanitarios mugrosos donde se les ocurra, sin que haya una sola autoridad que haga valer el derecho de quienes pagan sus impuestos y deben aceptar silenciosamente el avasallamiento por parte de gente a la que nada le importa, y así podemos seguir en el largo y deprimente listado.
Pero el tema de esta nota no es dirigir las culpas hacia la actual intendenta Ana Olivera, quien llegó a ese sitio sin saber bien que fue lo que pasó, ni para que cuernos fue puesta en ese lugar; sólo jugó con las cartas que la política partidaria puso en ese momento en sus manos y punto; recordemos que el candidato natural del Partido más votado para ese tan importante cargo, era Daniel Martínez, pero el hombre, dado los designios de los poderosos de turno, no terminó de portero del Palacio Legislativo por pura casualidad.
El tema de esta nota es apuntar al ser montevideano, al hombre y la mujer que habitan en esta hermosa ciudad y que no se debido a que causa, parecen no amar, no querer, no importarse por ella.
El tema que deseo abordar a través de estas líneas es a la necesidad que tengo de desentrañar que extraño virus ha invadido a los montevideanos en general, haciéndonos tan desinteresados y tan poco amantes de nuestras cosas, haciéndonos esgrimir tantas excusas como quienes nos dirigen a fin de no cumplir con nuestras responsabilidades ciudadanas.
Podemos echarle las culpas a los funcionarios municipales, que ya buena cuota parte de culpa tienen en toda la desprolijidad de la ciudad y que por su forma de proceder tantas veces se hacen despreciar; podemos echarle la culpa al Gobierno de turno o a quien queramos, si con ello nos sentimos más aliviados, sobre todo cuando nosotros mismos muchas veces no somos un gran ejemplo a seguir, pero el caso es que la tacita del Plata, está con sus bordes cascados, el platillo ya no es del mismo juego y aunque todavía sirve, en cualquier momento termina o en la feria de Tristán Narvaja o en un contenedor de basura, y para evitar que ello suceda es que debemos trabajar.
Reafirmando mis dichos, paso a comentar que hace un par de días caminaba junto a mi esposa por el hermoso Parque Batlle o de los Aliados; lo hacía por el camino que discurre entre la pista Nacional de Atletismo y las canchas de baby futbol, observando la construcción de piedra que entre ambos predios se levanta, construcción destinada a baños públicos, con lo que con muy buen tino por parte de las autoridades del momento, se pretendió dar comodidad a los jóvenes deportistas y sus familiares, evitando que ensuciaran el parque.
Mientras observaba al interior de tan deplorable como nauseabundo lugar, acertaron a pasar muy cerca de donde estaba, dos guarda parques en procura de un marginal que hacía por cocinarse algo encendiendo fuego en la base de uno de los majestuosos árboles del área; desconozco si dieron con él o no, pero mi preocupación tomó un giro cuando me puse a pensar que este horrible lugar olvidado de la mano de las autoridades, está enclavado en el pulmón de Montevideo la despreciada, a metros de la Pista Nacional de Atletismo, a metros de un conjunto de canchas de futbol donde coinciden a diario cientos de niños y sus familias; a escasos cien metros del Monumento del Futbol Mundial, el Estadio Centenario, a unos doscientos metros del majestuoso monumento a la Carreta o el tocante monumento al gaucho moribundo, emplazamientos éstos, tan visitado por los turistas, y así puedo seguir el listado de sitios hermosos de la zona que se ven depreciados por la figura putrefacta de unos baños cuyos pozos negros están en la superficie para quien desee verlos u olerlos y lo que es aún peor, habitada por marginales que han hecho de ese sitio su despreciable morada.
Es este un llamado de atención, un grito de alerta ante la imperiosa necesidad de que alguien, algún director, algún capataz, algún funcionario, en algún sitio de ese mundo impenetrable que es la Comuna Capitalina, no solo ocupe el lugar que la ciudadanía le asignó con el voto popular, sino que lo ejerza realmente, que haga su trabajo, tomando cartas en el asunto y ejerciendo realmente una autoridad que en diversos ámbitos del país parece haberse diluido adhiriendo a la doctrina populista del mínimo esfuerzo, del emparejar para abajo y de que todos somos iguales, lo que me lleva a pensar que de seguir así, cualquiera, en cualquier sitio podrá levantar su chabola y nadie tendrá el derecho ni la posibilidad de marcarle sus obligaciones.
El llamado de atención está hecho, ahora corresponde a las autoridades cumplir con sus sagrados cometidos en los cuales en este momento están más que omisos, aunque la proximidad de las elecciones de pronto hace que se pongan en movimiento.