El hombre ante su mayor transformación (reflexiones de José Luis Rondán)

0
193

José Luis Rondán
José Luis Rondán
Que habrá pasado por la cabeza de aquel primer habitante humano de nuestro planeta, ante la muerte de algún compañero del clan. Situación ésta, la cual obviamente estaría fuera del alcance de su comprensión.
Que habrá pasado por su cabeza ante la gélida quietud de ese hombre que corriendo a su lado y haciéndose entender por señas, o sonidos guturales, compartiendo habitáculo, territorio y olores, procuraba el alimento para su familia y guerreaba junto a él, y ahora yacía allí, entre las rocas o los pastizales, con la mirada vacía, y no respondía a las insistentes palmadas del compañero, para que se pusiera en pie. Probablemente, y ello ha sido observado entre los chimpancés, cuando una madre pierde a su cría, trata de revivirla con insistentes toqueteos, y al no lograrlo, la lleva consigo por algunos días, mientras ésta se descompone; lo que nos hace pensar que el hombre primitivo bien podría haber actuado de idéntica manera.
La evolución de las comunidades llevó al ser humano a hacer de esta situación que provocaba en él, pesar, angustia, tristeza, un mundo paralelo, profundo, de amplia penetración en el espíritu humano, marcándolo notablemente y haciendo que su vida por lo general, fuera una antes, y otra después del evento de la muerte, pues ante ella se daba la mayor de las transformaciones a que debe someterse el hombre.
Las diversas corrientes filosóficas, las religiones, las diferentes creencias surgidas en las entrañas de las más disímiles culturas, se han estado preguntando a lo largo de toda su existencia y aun en nuestros días, en pleno siglo XXI, que ocurre con nosotros después de la muerte; que destino tiene esa fuerza vital que nos habita una vez que hubo abandonado el cuerpo, cárcel material para muchos, haciendo que miremos al firmamento para buscar respuestas en los dioses, en el destino, en figuras extra humanas que nos apuntalan en el consuelo, haciéndonos obviar el hecho de que somos organismos, que somos un sistema y que como tal, al fallar alguna de sus partes vitales, simplemente nos detenemos, aunque la interrogante es, ¿Qué pasa después?…¿Qué portal se abre una vez detenido el corazón, y ante el postrer aliento?
El ser humano se resiste a dejar atrás a sus seres amados una vez que han fallecido, viéndose inclinado a recordarlos, a rememorarlos, a rendirles un homenaje especial, unas veces como despedida, otras como para predisponerlos a que lo aguarden del otro lado, y quizás, a que reserven un lugar junto a ellos.
Obviamente enumerar las distintas culturas, pueblos, o comunidades que desarrollan complejos rituales entorno a sus muertos, es por demás difícil, por lo que sólo referiré en forma somera, a algunos de los más conocidos, o por lo menos más reconocidos por mi limitado caudal cultural, únicamente como asidero para lograr una reflexión que nos lleve a situarnos ante el inminente evento.
En la antigüedad los pueblos nómades en el devenir de su deambular, cada vez que experimentaban una pérdida, se limitaban a sepultar al individuo muerto, colocando seguramente en el sitio del enterramiento algunas piedras, como para saber dónde estaba ubicado el cadáver si por cosas del destino, volvían a pasar por el lugar.
Los pueblos asentados, las comunidades sedentarias en cambio, colocaban a sus muertos en sitios predeterminados, cercanos unos a otros, generando en el tiempo los cementerios, sitios venerados por creerse que en ellos habitaban los espíritus de los ancestros, guías y tutores del grupo; más tarde surge la necesidad de identificar cada sitio a través de símbolos u objetos que dijeran del hombre o la mujer que allí yacía, tal vez su historia o rango social.
Los pueblos fueron generando complejos rituales para honrar a sus muertos; supongo que un evento de tal magnitud, que lograba dejar una marca tan importante y permanente en los que aún permanecían vivos, debía ser considerado de una manera muy especial, haciendo que el que partía, realmente sintiera que todo lo que había sembrado en esta vida, se había transformado en la cosecha que le acompañaría al otro mundo.
En el antiguo Egipto el acto de la momificación no fue privativo únicamente de los faraones, sino que todo aquel que tuviera riquezas como para costear los gastos, podía peticionar la momificación, asegurándose un cuerpo y un bienestar en el más allá. Los grandes habitáculos mortuorios, así como la gran cantidad de cuerpos momificados encontrados por los antropólogos, dan cuenta de la fastuosidad con que se hacían sepultar, asumiendo una resurrección trascendente una vez pesados sus corazones ( Papiro del Libro de los Muertos).
Los celtas eran sepultados con sus armas y su caballo de guerra, y sobre sus párpados, dos monedas aseguraban el pago al barquero.
Entre los vikingos un funeral importante para una persona de alta jerarquía, implicaba la quema de un barco, armas, pertenencias y doncellas, las que le acompañarían en la resurrección, una vez ante las puertas del Valhala.
En el budismo, como entre tantas otras religiones, la muerte es renovación, trasmutación; es un pasaje imprescindible para resurgir, tal vez con otra forma de vida, en distinto sexo u otro sitio, reiniciando el periplo hacia la superación espiritual, lo que se logra a través del transitar por reiteradas vidas, arrastrando de una a otra, lo bueno y lo malo que se haya hecho, conformando así el karma de cada individuo.
Algunas tribus de indígenas americanos, se han visto envueltas en duros conflictos con el hombre blanco, quien en su afán de expansión, pretenden tomar tierras donde esos grupos humanos, identificados como animistas, guardan y custodian celosamente los restos de sus ancestros, ya que entienden que de marcharse, los espíritus no podrán encontrarse con ellos, extraviándose.
En el Cristianismo la muerte es muy cruel, ya que la identifica muchas veces con el horroroso fin de Jesús, pendiendo de un madero y siendo torturado hasta su último aliento; pasaje imprescindible para el perdón de los pecados y la resurrección de la carne, evento éste rememorado de alguna manera con la desagradable costumbre de exhumar los cuerpos a los dos o tres años, para reducirlos y llevarlos a un urnario, reviviendo, lamentablemente, todo el dolor que pretendíamos aquietado.
Antiguamente los cuerpos eran sepultados dentro de las iglesias, pero con el tiempo, y debido a la acumulación de los cadáveres, el olor nauseabundo de la putrefacción, obligó a las autoridades a retirarlos, ubicándolos en los camposantos junto a los templos.
Podríamos, como dije renglones antes, hablar, enunciar, referirnos durante mucho rato, a las diferentes culturas difumadas por el globo terráqueo, y su construcción rituálica entorno a la muerte, pero creo que más allá o más acá, el ser humano habrá de plantearse las instancias de un destino ineludible, la de su propia muerte.
Con certeza surgirá la interrogante a la que las religiones pretendieron darle una forma más o menos consistente, respecto a cuál será el paso siguiente, cuál será el nuevo status; si nos será posible reencontrarnos con nuestros seres amados y aun con nuestros enemigos; si hay una luz al final del túnel o si podremos ver a nuestros dolientes desde una posición elevada; si el cuerpo pesará menos cuando el espíritu se aleje de él, si todo toca a su fin y así como fuimos engendrados, así nos marchamos, sin pena ni gloria, debiendo hacer patente la sentencia bíblica de que del polvo vinimos y al polvo volveremos.
Finalmente, y mientras vivimos la vida en que estamos embarcados, mientras alimentamos la voluntad de seguir transformando nuestro entorno, compartiendo, generando nuevos espacios de interacción social, tanto para el desarrollo en comunidad como para nuestro crecimiento interior, en el conocimiento que lo único certero es la muerte, no olvidemos la máxima que expresa que más tarde o más temprano habremos de encontrarnos con nosotros mismos, y que sólo de nosotros dependerá que sea ese el mejor o el peor de los momentos.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
Tel. (598) 2708 4339 / E-mail: eltaller77@hotmail.com