Con el ascenso y el aumento notorio de la cifra de cada fin de mes, venía acoplado un paquete que no a todos le iba bien, el de las responsabilidades acordes a la nueva jerarquía.
Debía tomar decisiones difíciles, ya no solo para el ámbito de la empresa, sino decisiones que afectaban directamente a familias enteras, como por ejemplo, mandar al seguro de paro, suspender, o directamente dejar sin trabajo a alguien; dando la cara, mirando a los ojos, discutiendo, peleando por los intereses de su empresa, la empresa que hoy le daba la magnífica y tan esperada posibilidad de ser jefe y de llevarse cada mes, una suma nada despreciable.
El hombre llegaba a su casa cada noche y cual guerrero moderno, se iba quitando las prendas después de una larga jornada de luchas, de batallas, de trasiego. Su equipo de guerra, su armadura moderna, su protección, su imagen de luchador; el traje azul oscuro, la camisa blanca y la corbata oscura con pintas rojas, los zapatos negros y su bolígrafo.
Mientras él se dirigía a tomar una ducha para después sentarse a cenar, su esposa le iba relatando el día en el hogar. –Hoy vino la cuota de la hipoteca de la casa, pagué el colegio de los chicos y mañana vence la patente del auto; se rompió un caño del baño, pero no te preocupes, ya lo mandé a reparar, fui al mercado y me encontré con tu tía Elisa, comentábamos acerca de lo caro que está todo, de la inflación que hay…Dijo que en cualquier momento nos visita. Falta pagar la cuota de la academia de Lucía y el club de los mellizos, tenés que dejarme plata para eso, y para la peluquería y para pagarle a…y para…y para… El hombre hacía por tragar aquel trozo de milanesa con puré, mientras miraba absorto al televisor, donde cuatro tontos daban consejos tontos acerca de la vida, a muchos otros tontos que absortos en la pantalla, los miraban.
En su nuevo cargo recibía más dinero a la vez que más tareas, estaba más a disposición de la dirección de la empresa, y seguramente menos a disposición de sus necesidades como ser humano.
El hombre moderno, como seguramente ocurrió con el hombre prehistórico, se ha ido rodeando para su vida, de las comodidades que estaban a su alcance, a fin de hacer de su vida un mejor lugar para vivirla; seguramente el hombre de la primera hora de la humanidad, se afanaba en procurarse una mejor caverna, o piedras más duras para sus hachas, una mejor leña para las hogueras o mejores praderas para cazar, tal cual el hombre moderno se esfuerza hoy, en obtener un mejor salario para adquirir un auto más nuevo, el pantalla plana más grande, o la casa ubicada en el mejor barrio, o procurarse las vacaciones junto a su familia, más placenteras, pues de alguna manera, como antiguamente, procurarse las mejores cosas, les permitía de pronto estar en el ápice de la escala social, hoy, casualmente ocurre lo mismo, aunque para ello debamos dejar hasta el último aliento.
Recordemos que muchas veces el tener acceso a determinado nivel, exige de la competencia, del esfuerzo y la dedicación; de horas de nuestra vida, para posicionarnos firmemente en el lugar de la trinchera social que hemos optado por ocupar.
Nada es gratis, nada se da porque si nada más, todo tiene un costo, tiene un precio y todo tiene una consecuencia.
Vemos habitualmente slogans, estandartes, escudos de armas, lemas, etc. que pregonan la libertad como estado sublime e indispensable para la vida humana, libertad o muerte; vivir libre o morir; libertad, igualdad, fraternidad; antes que esclavo la muerte, y así un sinfín de ideas más, todas ellas muy fuertes, que dicen de una férrea determinación para conservar determinado estilo de vida, determinada postura frente a otros pueblos, a otras gentes.
Ahora bien, me he puesto a pensar qué ocurre con nosotros, con el ser individual que sale a diario a lucharla, tal cual ocurre con ese hombre al cual si bien le aumentaron el salario, lo embretaron en un mundo de responsabilidades, de obligaciones, que ni él, seguramente se imaginaba. Recordemos que desde pequeños nos es inculcado que somos parte de una trama social, de un sistema organizado que en su conjunto, persigue un fin dado para beneficio del colectivo, otorgando a cambio, a sus integrantes, espacios de crecimiento, de interacción, de posibilidades para la vida y sobre todo, ámbitos de seguridad para su desarrollo.
De lo dicho infiero que los espacios para nuestra libertad, son como los canales que se van conformando entre las rocas, por allí va discurriendo la tan pregonada libertad, camino a ella misma, de acuerdo a sus posibilidades y a las posibilidades que el mismo colectivo le permite.
Un gran espacio de libertad en un medio social, es utópico; ella se va conformando de los pequeños espacios que tomamos, o nos conceden, y por acción de la memoria, los vamos uniendo, los vamos relacionando selectivamente para hacer de ellos un escenario diferente, amplio, donde podamos, al observarlo, decirnos que vivimos en una sociedad libre y por ello somos también, seres libres.
Para estar atados, para ser esclavos, no son necesarias las cadenas o las cuerdas, las llaves ni los candados; muchas veces lo somos desde nuestra mente, desde el alma misma, desde allí vamos arrastrando pesadas cadenas, vistiendo harapos, y llevando a cuestas nuestras miserias.
Creo que el ser libres en verdad, más allá de lo escrito, de lo legislado para la convivencia, de lo establecido desde la praxis o lo consuetudinario, radica en el hombre mismo, en cómo actúa, en cómo se relaciona, en cómo trata a sus semejantes, de qué forma mira y obra respecto a los demás integrantes de la sociedad en el medio social donde se desarrolla.
La libertad se genera a través de la determinación; es desde mi punto de vista, un estado del alma, es una sensación y una forma de ver, sentir y actuar en la vida.
No sólo peleando por un mejor nivel de vida, por mejores relaciones o más dinero y posesiones, lograremos ser más libres, pues muchos de esos elementos en lo único que aportan, es en atarnos un poco más, en asirnos a la telaraña de las obligaciones, de las preocupaciones y los desvelos, haciendo que nos despreocupemos por atender y entender a quienes marchan a nuestro lado, y que a través de las vivencias creadas junto a ellos, es que en verdad sentimos al corcel de la libertad, cabalgar salvajemente por nuestras venas.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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