Recuerdos ante el espejo (por José Luis Rondán)

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José Luis Rondán
José Luis Rondán
Cuantas veces detenidos ante un espejo, tratamos de hurgar en la nebulosa del tiempo, sumergiéndonos en esos intrincados laberintos por donde la vida, prácticamente sin darnos cuenta, y sin pedir permiso, nos ha llevado, como si de una hoja al viento se tratara.
Cuantas veces la madrugada nos toma por sorpresa, acariciando esos recuerdos de otros tiempos, muchas veces no tan lejanos, donde nos fue permitido por momentos, vivir a pleno, siendo auténticos, donde nos fue permitido acariciar la vida tantas veces tan árida, tan dura y escabrosa, intentando perdonarla por esas cosas, que por ser la vida misma, permitió que nos pasaran.
Cuantas veces nos encontramos mirando lejos, casi al vacío de un difumado horizonte, buscando aquellas cosas que de una u otra manera nos mantienen asidos a un tiempo ido, a un tiempo transcurrido, pero no siempre vivido a pleno, pero que por ser tiempo, y por haberse ido, pasa a ocupar un sitial importante en nuestra mente, la cual lo añora, lo reclama, como se añora y se reclama, una vieja película vista hace muchos años, y que por tener recuerdos vagos de ella, ansiamos volver a verla, aunque sabemos que no podremos influir en su final, salvo en la órbita de nuestra imaginación.
En la soledad del monte y amparado por el ruido que produce en el follaje la brisa que pasa, y que mitiga el ruido producido por esta mente mía, quien obstinadamente hace por volver sobre caminos ya trajinados, miro al espejo de la vida suspendido ante mí. En primer plano mi rostro cansado de tantas batallas, plagado de surcos por donde han discurrido los deseos, las esperanzas, las frustraciones, los anhelos, la vida misma, y de su mano, el tiempo; más allá, en segundo, tercer y cuarto plano, y aún más lejos, los recuerdos; profundas raíces del árbol de la vida. Los buenos y los malos, los lejanos y los recientes, agolpándose ante la imagen del hombre ante el espejo.
Cuando uno comienza a mirar hacia atrás para ver lo caminado, sabe que se halla casi a las puertas del último tramo, y de la forma en que se anduvo lo andado, dependerá el sosiego de su alma, o la angustia por el tiempo perdido, por las horas mal gastadas, por los espacios vacíos.
Tomo al azar algunos recuerdos, cual si fueran cartas de tarot los pongo de uno en uno sobre la mesa de las consideraciones y me propongo analizarlos quedamente, sin tapujos, sin engaños, sin hacerme trampas al solitario en esta faena, en que me he propuesto mirar a los ojos, a esos momentos que han contribuido en la construcción de este humano que escribe y también del que le habita.
Muchos de los bloques que conformaron mis cimientos, surgen desde el fondo del alma, desde las primeras carreras de este edificio que es mi vida, para traer en este acto a esos primeros arquitectos y esforzados albañiles que comenzaron a soñar con un palacio, cuando apenas iban dos hileras (si me vieran hoy, apenas una casita, luchando por mantenerse erguida). La vida fue discurriendo como un arroyo serrano, entre piedras y añejas arboledas; fue abriéndose paso con gran esfuerzo, unas veces exponiendo su brillo de plata ante el refulgente sol y otras a la sombra de profundas cavernas, pero siempre marchando, tesonero, en pos de la soñada desembocadura, esa que está allá, en algún sitio, aguardando por todos los arroyos del universo.
A esta altura de la vida, no sé cuántos bloques han sido acomodados para erigir los muros de los que estoy hecho, pero mirando de cerca a los más recientes, puedo verte a los ojos mujer amada, allí, desnuda, de pie, erguida, en el primer plano de este espejo que me enfrenta y puedo sentir de cerca tus labios, tus aflicciones, tus esperanzas, el amor que me profesas y con él, el ruido seco de las armas que se chocan, cuando marchas por tu senda, decidida a dar batalla, pues al igual que yo, en algún momento, deberás enfrentarte tú también al lustroso vidrio, el que te pasará las cuentas, mostrando descarnadamente tu reflejo.
A esta altura del camino sinuoso de la vida, detenerse unos instantes ante el magnífico juez trocado en espejo, no es tarea fácil para el caso que no sepas a que te expones, puesto que allí lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, el placer y el dolor, navegan por ese misterioso océano que es el destino, montados en la misma barca.
Escribir sobre recuerdos, sobre la memoria más reciente y la más lejana, traer a esta reflexión la figura mística del espejo, posiblemente hable de la madurez que transito, madurez que me obliga a mirar lo recorrido con otros ojos, no tanto con los del rostro, y si un poco más con los del alma.
Sentado sobre una piedra y mientras arranco pastitos que voy quebrando en la boca, pienso en cuando sea anciano y mi presente, pasado. Trato de visualizar cuales serán mis pensamientos, para los días en que me reunía con amigos, muchos de los cuales a esa hora, ya se habrán marchado, o cuando iba a acampar, o hacíamos rituales celtas en el San Antonio; trato de desplegar imágenes de los días en que el frío no me calaba, o podía hacer el amor sin fatiga, recorriendo mil veces la tersura de una piel candente… Busco inconscientemente adelantarme a los días, solo para ver si duele, cuando enfrentado al espejo ya no me vea en él porque he pasado a ser el reflejo, no la persona reflejada.
Pero el presente está aquí, es el ahora, este preciso instante en que el latido de mi corazón me permite pensarte; lo palpó, lo siento, lo huelo y por ello estoy llamado a vivirlo a pleno porque es único e irrepetible.
Miraré pues al espejo de la vida cuantas veces sea necesario, sin temor, descaradamente; ello ayudará a que reflexione, a que recorra con relativa certeza los laberintos de mi alma, buscando caminos alternativos para el futuro, tratando de corregir lo actuado y permitiéndome al observar lo caminado, el sueño del peregrino de la vida, que el último suspiro, la hora en que deba marcharme para formar la esencia del espejo de otros, siendo un recuerdo, un reflejo en primer plano, me encuentre con mis manos activas, encrespadas de energía, trabajando, creando, y con mi mente hasta el último momento, pensando en vos amiga mía.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
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