(Por Armando Olveira).- Esta no es solo la crónica de un personaje admirado en todo el mundo. Es también una historia de inmigrantes asturianos: José María y Manuel Iglesias, y sus esposas, Isabel García y María Sara Valdés. Ellos trajeron a Uruguay, sus sueños, su cultura, y el humano deseo de una vida mejor para sus hijos. Los dos hermanos eran como el agua y el aceite. Nunca se mezclaban en actividades comerciales o públicas. Menos aún, en política. El mayor era pragmático, emprendedor, buscador de oportunidades, fríamente implacable en los negocios. Franquista. El menor era idealista, sin chispa para amasar fortuna, despreocupado por el lucro, dadivoso hasta límites insospechados. Republicano. Uno era socio de Casa de Asturias. El otro defendía al Centro Asturiano. Pero algo muy profundo los unía. Un nexo inexplicable. Un compartido amor al trabajo, a la familia y a sus dos tierras. Cariño y lealtad, inquebrantables, a pesar de eternos desencuentros y discusiones de nunca acabar. Casi siempre por la Guerra Civil. Sus esposas fueron más que hermanas y sus hijos continúan esa intensa relación. Ellos no siempre se entendieron. Es cierto. Pero cultivaron la fraternidad y abrazaron un mismo destino.
Aprovecharon una oferta publicitada en el mismo periódico gallego. El precio de mayor hasta Brasil, Uruguay y Argentina, era de 832,30 pesetas con camarote y de 797,50 pesetas en clase corriente. “Niños hasta dos años gratis, de dos a diez años medio pasaje, mayores de diez años, pasaje entero. Por más informaciones dirigirse al agente general Enrique Fraga.” Así finalizaba la atractiva promoción del 1 de agosto.
Isabel viajó sin camarote, pero, además, debió mentir la edad del pequeño. Manuel, su esposo, los había reclamado desde Montevideo, pero el dinero no le alcanzaba ni para medio boleto más. No quedan testigos conocidos que recuerden la travesía. Isabel jamás había subido a un barco. Tenía terror de que cayera al agua su primogénito, a quien el padre apenas conocía. Cada vez que un movimiento de olas le parecía sospechoso, se sobresaltaba y lo abrazaba más fuerte. La joven jamás pudo contar un hecho, irrepetible, presenciado con asombro por casi todos sus compañeros de aventura transatlántica. El extraño Zeppelín, legendaria máquina voladora, pasaba muy cerca de la repleta cubierta. Retornaba a Europa después de un glorioso periplo americano, pero ella tuvo tanto temor, que ni siquiera subió a observarlo.
Finalmente, Isabel y el niño arribaron a Montevideo el jueves 30 de agosto de 1934, tras un viaje interminable, angustioso e incómodo. El encuentro fue profundamente emotivo. Se cumplía un sueño y un juramento. Pero el destino tampoco sería el más confortable; ni la vida de esos primeros años como inmigrantes, la más próspera y acomodada. A tal punto, que solo Manuel parecía convencido de que debían permanecer en una patria tan lejana. En momentos de mayor incertidumbre, su hermano mayor fue el sustento que le permitió mantenerse y avanzar muy lentamente.
Manuel era un idealista, sin chispa para amasar fortuna. Al igual que la mayoría de sus paisanos, se sacrificó detrás de un mostrador, durante más de tres décadas. Pero no obtuvo los resultados comerciales de tantos. Tiempo después, disfrutó de una impensada gloria, reflejada en un espejo imaginario que lo ponía frente a su hijo mayor. El mismo que embarcó con su madre en La Coruña, una cálida tarde de agosto. El mismo que no pagó boleto. Por falta de dinero.
La “siempre caliente”
José María Iglesias Fernández nació el 24 de agosto de 1904, en la casa paterna conocida como La Follaranca, en Arancedo, Concejo de El Franco, a solo 20 kilómetros del límite con Galicia. Su padre, Manuel, hijo natural criado en un orfanato, le legó un apellido impuesto en la parroquia de La Caridad. Su madre, Rosa Fernández, era una graciosa joven de la localidad vecina de El Candal. Los Iglesias no tenían tierra, ni derechos. Estaban sometidos a un régimen de inhumana explotación laboral y económica. Manuel cargaba el estigma de ser el más pobre de Arancedo, a quien jamás le alcanzaba para alimentar a su esposa, y menos aun a sus pequeños. Los hermanos Iglesias nacieron en una familia sin tierra y sin derechos. Manuel era un labrador sin educación. Apenas hablaba el franco, un extraño dialecto de la zona que sonaba muy cerrado. Asombrosa mezcla de español antiguo y gallego, que cualquier viajero distraído confundiría con portugués del Brasil.
Víctor, el mayor, se quedó a vivir en el pueblo. Jesús, el segundo, emigró a Cuba a principios del siglo pasado, para trabajar en la zafra azucarera y la producción de tabaco. Le fue muy bien y llevó a su padre, para que también juntase dinero. “El abuelo hizo dos viajes, aproximadamente en 1904 y 1911, pero antes dejaba embarazada a la abuela”, recuerda con graciosa nostalgia, su nieta uruguaya Élida Iglesias Valdés.
José María tenía 14 años cuando fue llamado por su hermano. “Salió solo, a principios de 1919. Todavía usaba pantalón corto, como todos los niños españoles de la época. Pero tenía tanta decisión y tantos deseos de hacer fortuna, que cruzó el Atlántico con la seguridad de un hombre mayor”. Fue a trabajar en el tabaco y la caña de azúcar, siguiendo a Jesús, pero se relacionó con empresarios del mejor club nocturno del oriente cubano. Recibía fuertes propinas como camarero y, mejor aún, entraba en contacto con gente muy influyente. “Al segundo mes ya mandaba dinero para mantener a sus padres. No hay dudas que desde muchacho las conoció todas. Así moldeó su resuelto carácter de emprendedor y su implacable eficiencia en los negocios”. Los hermanos Iglesias compartían una cama sencilla, de una plaza, conocida como “la que siempre estaba caliente”. Uno trabajaba de día y dormía de noche; el otro, trabajaba de noche y dormía de día.
José María fue también enfermero, obrero y administrativo de una importante multinacional azucarera estadounidense. En su escaso tiempo libre pintaba acuarelas sin aspiraciones de inmortalidad artística. En 1929, a los 24 años, retornó a El Franco. Con mucho dinero y vestido al estilo de un dandy estadounidense. Usaba camisas de seda con botones de oro y un carísimo cinturón con incrustaciones. Era el signo inequívoco de la clase media acomodada cubana. ”Su presencia maravilló a los paisanos, que lo llamaban Americano. Luego de tanta pobreza, quizá se sintió moralmente obligado a demostrar que había triunfado; que no era un pato fracasado, sin una peseta, también llamado americano del pote. Volver con poco hubiera sido como perder”, afirma convencida Élida.
¡Vente al Uruguay!
En una de sus impactantes apariciones, conoció a una jovencita de 17 años, María Sara Valdés, nacida en el valle de San Juan de Prendones, el 5 de agosto de 1911. “Mamá era hija de un personaje de la época, Félix Valdés de Quintana. Ella se enamoró perdidamente de aquel ostentoso personaje, que, además, demostraba una cultura muy vasta. Había leído mucho en sus años de Cuba y le gustaba demostrarlo. Tenía facilidad para ser el centro de todas las reuniones”.
A los pocos meses se casaron, pero José María no pensaba quedarse en Asturias. Su objetivo era conseguir una buena fortuna en tierras caribeñas. El proyecto era más que una ilusión para alguien con su natural talento, pero en 1929 la crisis de Wall Street cortó muchas posibilidades. Rápidamente, cambió su destino original por la Argentina, hasta que un vecino le dijo: “Vente para Uruguay que por lo menos comerás muy bien”.
Partió solo rumbo a Montevideo, reclamado por el paisano José García, hombre mayor que le dio un lugar para dormir en sus primeras noches. Tan bueno y confiado, que también le salió de garantía para que consiguiera un comercio con casa, cerca del tradicional Hipódromo de Maroñas. En 1930, juntó el dinero suficiente para traer a su esposa. El 21 de diciembre de 1931 nacía su hijo, José Félix Iglesias Valdés. Su primera cuna fue improvisada con dos sillas. Pero los tiempos de apretura duraron muy poco.
En 1946 compró un terreno en Barroso 3848 y Comodoro Coe, en el barrio Parque Batlle, típica zona de clase media montevideana. Construyó dos casas y el comercio que llamó Tres Esquinas. Por primera vez era dueño de una propiedad de buen valor. Las casas quedaban por Coe y el comercio por Barroso. Allí permaneció tres años. “Pero era naturalmente competitivo e increíblemente temerario. Alquiló una segunda propiedad en Francisco Medina y Bauzá, cerca del tradicional Zoológico de Villa Dolores, donde instaló un magnífico almacén que le dejó mucho dinero”, cuenta ella.
En 1956 comenzó a planificar su retiro. No deseaba verse abrumado por la vejez, luego de haber trabajado casi cinco décadas. Compró una propiedad –en Pereira de la Luz 1288 y Plácido Ellauri, también en Pocitos– que luego transformó en una gran inversión. Construyó su vivienda definitiva y apartamentos que le daban muy buena renta. Vendió el comercio en 1957 y se jubiló en 1962. Con un interesante capital acumulado.
Franquista, blanco e implacable
José María era un hombre de derecha, seguramente, por influencia de sus amistades cubanas; pero también era partidario del histórico Partido Blanco, como gesto agradecido hacia quien le había salvado de una grave enfermedad pulmonar, sin cobrarle un peso: su cliente, amigo y médico de cabecera, Juan Bautista Morelli. Fue un franquista convencido, enemigo de los republicanos y fervoroso partidario de Casa de Asturias, en aquella vieja lucha entre paisanos radicados en el Uruguay. En 1940 fue presidente de la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, reelecto en 1941. “Era muy generoso con sus amigos, a los que siempre recibía para aconsejar en un problema personal o para ayudar en un negocio.
Nuestra casa era la casa de los asturianos”.
Temperamental y duro polemista, la familia todavía recuerda sus enojos cuando escuchaba a Mario G. Bordoni, famoso informativista de la una de la tarde, de radio Ariel. “Cuando vivíamos en Barroso, eran sagradas sus noticias y comentarios sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Resultaba gracioso, porque lo acusaba de tendencioso, colorado y republicano. Algo lógico porque el propietario de la emisora era Luis Batlle Berres, que luego fue presidente uruguayo.”
La anécdota se cierra con una gran paradoja. Bordoni vivía en la calle Francisco Medina. Poco tiempo después fue vecino y cliente de los Iglesias. “Siempre pasaba por el negocio antes de ir a trabajar al viejo diario El Día. Conversaban horas, muy afectuosamente. Pero la relación subía de temperatura en época electoral. Papá, como fanático, le apostaba que el caudillo blanco Luis Alberto de Herrera iba a ser el más votado”.
José María adoraba a su hermano menor, pero lo criticaba porque no tenía el éxito comercial que debía. Le irritaba su exagerada generosidad, su excesiva confianza y su candidez a la hora de fiar una venta. “Sólo sabes perder tiempo y dinero”, decía en voz muy fuerte cuando discutían. Manuel le rendía un respeto patriarcal, tanto, que lo llamaba Iglesias.
“Sin embargo, las dos familias nos quisimos y los primos nos queremos como hermanos. Eran tradicionales nuestras navidades y principios de año; que nunca fueron nochesbuenas o fines de año, porque trabajábamos hasta pasada la medianoche. Cada uno en su almacén. Luego, al otro día nos juntábamos en veladas inolvidables. Así fue y así será siempre.” Élida recuerda una anécdota infantil, fruto de esa entrañable relación. “Cuando iba a nacer César, mi primo menor, se me ocurrió preguntar cómo y cuándo venía el bebé. Mi primo mayor, que tenía mucha dulzura, me respondió con mucha gracia. –Mira el cielo, cuando veas una estrella, es mi hermanito que llega. Me pasé un buen rato mirando para arriba, pero nunca le pregunté si me lo había dicho en serio o en broma”.
Republicano, socialista, fiador
Manuel Iglesias Fernández nació el 3 de abril de 1911. En su juventud asturiana trabajó la tierra, pero no le alcanzaba para vivir. Obligado por la falta de recursos, se empleó en minas de carbón, donde, muy probablemente, adhirió al Partido Socialista. Allí también sufrió un accidente que le provocó la pérdida de un ojo y que casi le cuesta la vida.
Sin dinero y con una inocultable discapacidad para la tarea minera, consiguió un mal pago puesto en la línea de ferrocarril que iba de Oviedo a Galicia. En medio de tantas penurias conoció a Isabel García Viñas, nacida en Arancedo, el 13 de agosto de 1910. Se enamoraron apasionadamente en 1929. El primer hijo de la pareja vino el 26 de junio de 1930.
Manuel arribó a Montevideo en 1931. Llamado por su hermano, famoso en el pueblo por su exitosa audacia y buena suerte.
Antes de partir, se casó con Isabel, a pesar de la tenaz resistencia de la madre de la joven. Empezó trabajando como auxiliar de almacén y mozo de bar, hasta que, en 1934, José María le prestó 216 pesos, equivalentes a 20 mil dólares actuales. Así compró un negocio en Guaycurú 2759 y Colorado, en el barrio obrero del Reducto.
La familia ocupaba un solo ambiente. “Luego de comprar el negocio se quedó sin un peso y le costó mucho iniciarlo. Los primeros tiempos fueron muy difíciles.” El almacén fue conocido como lo de Manolo. Para los niños del barrio era el «boliche» de don Manuel. El “gallego” bueno que les servía leche y los convidaba con golosinas y galletitas. Para sus padres, era el lugar donde siempre podían sacar fiado, aunque la libreta de créditos estuviera llena de incobrables.
“Papá era admirador del político socialista Emilio Frugoni. Defendía su patria adoptiva, casi irracionalmente, con crisis o sin crisis, con dinero o sin dinero. Decía que los Iglesias tenían la obligación moral de darle un beso a esta tierra cada mañana, porque, bien o mal, nos daba de comer. Solía recordar que allá, en Asturias, hubiera sido mucho peor. Repetía siempre que Uruguay le dio lo que España le negó” relata emocionado César Manuel Iglesias García, nacido en Montevideo.
Manuel jamás olvidó que en Arancedo había sufrido una situación muy parecida a la esclavitud. “Su familia pasaba todo el año con un cerdo, un poco de maíz y, con suerte, dos o tres vacas. Una vaca podía valer más que la vida humana, porque era imprescindible vender un ternero y sacar un poco de leche para sobrevivir.”
Enemigos íntimos
Entre 1937 y 1938 la familia pareció dividirse en dos bandos. José María y Manuel discutían acaloradamente por la Guerra Civil. Las peleas terminaban siempre igual, con Sara e Isabel llorando. Al otro día, la relación continuaba como si nada hasta que llegaba la sincera reconciliación y un fuerte abrazo.
Manuel alimentaba su argumentación escuchando a Mario G. Bordoni en la radio Ariel de Montevideo. Festejaba con gritos y aplausos cada noticia favorable al bando republicano. También era socio del Centro Asturiano, el lugar preferido de reunión con paisanos para intercambiar ideas políticas. Una fidelidad institucional que trasmitió a sus hijos. Sin embargo, para ellos todavía resulta hoy incomprensible su fervorosa adhesión republicana. “Prácticamente no sabía leer, apenas dibujaba su nombre, pero conocía autores socialistas comentados, normalmente, por intelectuales. Tenía una bandera Tricolor –la histórica roja, amarilla y morada– que besaba cada mañana y un banderín comprado para apoyar la Revolución Octubre. Amaba esos símbolos y los defendía apasionadamente. Aun así, guardaba un discreto respeto frente a José María, que tanto lo había ayudado”, evoca Enrique.
Jamás se quebró la fidelidad y el amor entre hermanos. Manuel vendió el almacén del Reducto en 1943 y se mudó a la casa del hermano mayor. Durante casi un año, las familias convivieron fraternalmente en Francisco Medina y Bauzá.
“Era tanto el cariño mutuo y el respeto que sentían, que las peleas terminaban siempre con un abrazo. Ni los tíos, ni los primos, jamás nos hicieron sentir extraños. José María siempre estuvo al lado de Papá. Lo criticaba mucho por sus ideas republicanas y porque decía que no encaraba el negocio como un verdadero empresario. Cuando se encontraban, seguro que se peleaban, pero eran muy solidarios. Papá defendía al Uruguay más que a su patria de origen y el tío era más racional, más crítico, asegura el mayor de Manuel.
En 1944, compró una propiedad en la antigua avenida Larrañaga, hoy Luis Alberto de Herrera y Asilo, en el histórico barrio de La Blanqueada. Allí instaló su último almacén, que le dio para vivir dignamente durante más de dos décadas.
“Nunca cambió. Fue fiel a la idea de que tenía una deuda de gratitud con todos los uruguayos. Siguió siendo generoso y fiador de mercadería. Así formó a sus hijos, con un profundo amor por este lugar. Tanto es así, que si bien ninguno de los dos se dedica al comercio, la vivienda no está a la venta. Ni por todo el oro del mundo”, repite Enrique. La familia Iglesias García se mudó a un apartamento de Ellauri y el bulevar España, zona residencial de Pocitos. Fue un regalo del hijo mayor de la pareja, para que disfrutaran una vejez confortable y tranquila.
De Montevideo al cielo
José María Iglesias Fernández falleció en Montevideo, el 23 de mayo de 1973, a los 68 años, por cáncer pulmonar relacionado con tabaquismo. Muy posiblemente provocado por habanos y cigarrillos fumados con nostálgica pasión cubana. Su hermano no quiso ingresar a la sala de su hermano moribundo. No soportaba su sufrimiento. Sin embargo, despidió aquel cuerpo inerte en una íntima ceremonia, improvisada en el depósito del sanatorio. Antes de llevarlo a la sala velatoria, hubo un intenso silencio, sin lágrimas. “Iglesias, no me has fallado, de Montevideo al cielo. Pronto estaremos juntos, para siempre”, fueron sus únicas palabras.
Manuel también cumplió su promesa ocho años después. Un accidente de tránsito le provocó un doloroso hepatoma, que acabó con su digna vida, el 19 de enero de 1981. Las cuñadas, Sara Valdés e Isabel García, se fueron prácticamente juntas de este mundo, como buenas hermanas de la vida. Sara murió el 11 de marzo de 1997 e Isabel la siguió, el 8 de agosto del mismo año.
José Félix Iglesias Valdés fue un destacado ejecutivo bancario, con 34 años de trayectoria, pionero del marketing financiero en el Uruguay. Falleció imprevistamente, el 22 de agosto de 2000. “En ese momento era presidente del Banco de Crédito, una institución cerrada años después; en extrañas circunstancias que él jamás hubiera permitido.” Élida Iglesias Valdés es una reconocida notaria y catedrática de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. Su primo, César Iglesias García, es asesor financiero y administrador de las propiedades familiares en Montevideo.
Enriquito
No fue presidente del Uruguay porque la Constitución conserva adherencias decimonónicas. Veda ese cargo a los no nativos, aún cuando hayan abrazado la ciudadanía y la causa patriótica con fervor. “Se supone que es –o al menos fue– simpatizante del Partido Nacional (Blanco), reivindicado por los caudillos levantiscos del interior y los dotores más conservadores. Lo mismo pasa en el Partido Colorado y en el Frente Amplio. Todos quisieran tenerlo en sus filas, porque, es un poco de todos”, describe Nogueira. En la campaña electoral de 2004 todos los candidatos le ofrecieron el Ministerio de Relaciones Exteriores. Una rara unanimidad. “Me siento halagado, pero sé que soy más útil al país en mi cargo actual”, fue la lógica respuesta.
El melómano, biológico y elegante, nunca ejecutará una nota que suene negativa. Una innata capacidad de alcanzar consensos lo persigue como bendición desde el comienzo de su vida. Era todavía escolar cuando comenzó a zurcir acuerdos microeconómicos en el modesto almacén familiar. Allí matizó su pubertad con los libros de estudio y las libretas de clientes. Fueron los primeros créditos que tuvo que administrar» –dice el artículo. Abrevó la forja gallega de mediados del siglo pasado, cuando la educación hacía la diferencia. Pasó por la escuela de los Hermanos del Sagrado Corazón del Reducto, por el Liceo Nº 3 Dámaso Antonio Larrañaga y por el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo. El célebre IAVA donde brillaban intelectuales de la Generación del 45.
La Universidad lo puso en contacto con el más avanzado pensamiento económico uruguayo de la época: Luis Faroppa, Israel Wonsewer, Mario Buchelli, Egon Einoder. “Sus habilidades técnicas lo llevaron al departamento contable del Banco Territorial. Y otra vez a zurcir. De esta institución entonces minúscula y de otras como el Banco Español y del Comercio e Industria de Francia y bancos y cajas populares nacería UBUR. La primera fusión bancaria de la historia financiera moderna de Uruguay”.
Juan Eduardo Azzini, ministro del gobierno blanco iniciado en 1959, le había echado el ojo al promisorio contador que admiraba a John F. Kennedy. “Fue invitado para integrar la delegación uruguaya ante la Alianza para el Progreso, una iniciativa del carismático presidente estadounidense que para unos fue palanca de desarrollo de la postergada América Latina y para otros, un instrumento de dominación más del imperialismo yanqui”.
Azzini lo convocó como secretario técnico de la Comisión de Inversión y Desarrollo Económico (CIDE). Un inolvidable equipo multipartidario que presentó fórmulas de consenso, para la profunda crisis posterior a la Guerra de Corea (1950-1953). Cuando tenía 31 años conoció al argentino Raúl Prebisch. Lo llevaría a Washington al frente de su equipo de investigadores y más tarde –entre 1972 y 1985– al secretariado ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Una inmersión desarrollista dentro de un continente pauperizado. Entre 1967 y 1968, fue el primer presidente del flamante Banco Central del Uruguay (BCU). Nacido de la reforma constitucional Naranja de 1966. De allí saltó definitivamente a la escala planetaria. De la CEPAL a otros cargos internacionales.
En 1982 recibió el premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Iberoamericana. En 1985 fue canciller extra partidario del Uruguay, durante el gobierno del colorado Julio María Sanguinetti, después de once oscuros años de dictadura militar. En 1988 fue despedido con sonoros aplausos. Era la esperanza criolla que se sentaba por primera vez en la silla de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el organismo financiero con mejor prensa en todo el planeta.
“Lo que no es más que una metáfora, porque el único día que se lo encuentra en Washington es el miércoles, cuando sesiona el Directorio. El resto del tiempo lo pasa en aviones y en reuniones con gobernantes, banqueros y reyes. Dicen que las compañías de aviación han pensado en constituir un fondo para estudiar su metabolismo. Inmune al jetlag”, así finaliza Nogueira su aguda crónica, que tituló El tío rico.
Es el mismo hombre a quien, un poco en serio y un poco en broma, Manuel Fraga Iribarne desafiaba con un comentario provocador.
–Debes saberlo muy bien. No eres asturiano, ni uruguayo. Eres gallego. Durante mucho tiempo, Galicia llegaba hasta Navia.
La intención del hábil político lucense era apropiarse, aunque más no fuera, imaginariamente, de uno de los personajes más talentosos e influyentes del mundo. Pero, la respuesta fue inmediata.
–Asturias es mi madre, Uruguay es mi patria. La frase de cabecera de Enrique V. Iglesias.
¡Ponte una farmacia!
Como buen primogénito de almacenero, el mayor de Manuel se destacó siempre por su natural talento para los números. Desde niño demostró poseer una inteligencia fuera de lo común. Pero a fines de los 40, su padre se enojó cuando le confesaba su vocación por las finanzas.
–Por favor, Enriquito, no estudies, que no te va a servir para nada. Mejor sería que pusieses una farmacia. Los Iglesias no nacimos para ser empleados, lo nuestro es vivir detrás de un mostrador. El prometedor joven arancedano, nacionalizado oriental, lo desobedeció filialmente. El tiempo le demostró que no estaba equivocado.
Enrique Valentín Iglesias García
Se nacionalizó como ciudadano uruguayo en 1948, cuando cumplió la mayoría de edad. En la universidad, Iglesias desarrolló un interés en la economía, y en 1953 se graduó de la Universidad de la República en Uruguay, titulado en la economía y administración de empresas. Después de graduarse, se trasladó para un banco del sector privado, lo cual lo condujo hacia un largo mandato como el presidente del Banco Central del Uruguay. Iglesias tuvo varios puestos importantes como la secretaria general de la CEPAL, ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay antes de ser electo en el BID en 1988. Iglesias fue un fuerte promotor del libre comercio y del multilateralismo, y tuvo un interés especial en la energía.
Secretario General Iberoamericano
El 28 de mayo de 2005 se celebró en Guimarães, Portugal, una Reunión Extraordinaria de Ministros de Relaciones Exteriores de Iberoamérica. Por indicación de los Jefes de Estado y de Gobierno, los Cancilleres Iberoamericanos fue designado para el puesto de Secretario General Iberoamericano. Iglesias inició su gestión el 1 de octubre de ese año.
Iglesias ha recibido numerosas distinciones y reconocimientos internacionales, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias y la Gran Cruz de Isabel la Católica, así como las más altas condecoraciones de los países latinoamericanos. Es doctor honoris causa por las universidades de Liverpool (1987), Carlton, Ottawa (1991), Autónoma de Guadalajara, México (1994), “Cándido Méndes” de Río de Janeiro (1994), Southeastern Louisiana University, Estados Unidos (2000), Nacional Mayor de San Marcos en Lima, Perú (2001), de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago, República Dominicana (2004), de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (2006), de la Universidad de Salamanca (2006), de la Universidad Europea de Madrid y la Universidad Andrés Bello de Santiago de Chile (2008) y por la Universidad de Chiapas (2009).
En 2003, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, nombró a Enrique V. Iglesias miembro de la Comisión de Alto Nivel para evaluar las amenazas a la paz y a la seguridad mundial, así como la reforma de la ONU. En 2005, Annan volvió a contar con Iglesias como experto mundial para el Grupo de Alto Nivel de la Alianza de Civilizaciones, una iniciativa del Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero y del Primer Ministro de Turquía, Racip Eyep Erdogan. Fue reelegido por la XVIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en San Salvador, El Salvador, en noviembre de 2008.
Títulos Honorarios
1991: Doctorado en Derecho, Carlton University, Ottawa, Canadá.
1994: Universidad Autónoma de Guadalajara, México.
1994: Cándido Méndes, Río de Janeiro, Brasil.
2000: South-East University, Louisiana, Estados Unidos.
2008: Doctor Honoris Causa, Universidad Europea de Madrid, Madrid, España.
2008: Doctor Honoris Causa, Universidad Andrés Bello, Santiago de Chile.
2009: Doctor Honoris Causa, Universidad Autónoma de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México.
Distinciones
Premio Príncipe de Asturias, España.
Hijo Predilecto de Asturias.
Hijo Predilecto de Oviedo, Asturias.
Orden de Rio Branco, Brasil.
Gran Cruz del Brasil.
Gran Cruz Plana, Consejo del Orden Nacional de Juan Mora Fernández, Costa Rica
Orden de la Legión de Honor, Francia.
Gran Cruz de Isabel la Católica, España.
Premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional 1982
Premio Notre Dame para el Servicio Público Distinguido en Latinoamérica, Notre Dame University, Atlanta, Georgia, Estados Unidos.
Orden de Artes y Letras de la República Francesa.
Orden Internacional de Mérito, Ciudad de Nueva Orleans, Luisiana, Estados Unidos.
Recibió la llave de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas México A manos de Jaime Valls Esponda, presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez.
Cronología profesional
1954-1966: Director gerente, Unión de Bancos del Uruguay.
1960-1967: Director de la CIDE (antecesora de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto del Uruguay).
1967-1968: Presidente del Banco Central del Uruguay.
1972-1985: Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL).
1981: Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Fuentes de Energía Nuevas y Renovables, (Nairobi, Kenya).
1985-1988: Ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay.
1988-2005: Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.
Desde 2005 es Secretario General Iberoamericano (SEGIB)
Obras publicadas
Reflexiones sobre el desarrollo económico
Cambio y crecimiento en América Latina
América Latina en el umbral de los años ochenta
El desafío energético
Desarrollo y Equidad: El desafío de los años ochenta
La CEPAL y las relaciones económicas de América Latina
Las perspectivas del desarrollo económico en América Latina
Uruguay, una propuesta de cambio.