
Hablamos del esfuerzo que todo ser humano debe hacer para posicionarse en el medio donde ha decidido emprender su desarrollo social, económico y humano. Coincidimos plenamente en que en esta vida nada es gratis, que todo requiere de un constante esfuerzo para acceder, y después, mantener en el tiempo, los diferentes logros que harán que nos encontremos a nosotros mismos, en paz y en armonía, cosa que de ser así, se proyectará a quienes nos circundan.
Hablamos además de uno de los elementos más valiosos que posee el ser humano y que, al igual que al aire, solemos echarlo de menos cuando nos falta, siendo dicho elemento la constancia, la perseverancia . Esta virtud que no a todos los seres humanos adorna, sublima la voluntad, el tesón, el espíritu de lucha que hace que nos sobre pongamos a las vicisitudes, a los tropiezos, y que embistamos los problemas de la vida, cada vez con más determinación.
Aquel que en su arsenal para la vida posea constancia, posee la voluntad y determinación de alcanzar todo lo que se propone, aunque ello le lleve hasta las últimas energías; tiene en sí, un elemento envidiable por aquellos que ante el menor tropiezo, ante cualquier barrera que se interponga, por pequeña que ésta sea, desisten de su intento, ingresando por esta actitud, en el morral de su vida, un fuerte componente de frustración y debilidad manifiesta, que habrá de acompañarlos por el resto de sus días, volviéndolos grises, chatos y de andar apesadumbrado.
El hombre debe para su crecimiento, saber afrontar las tempestades a la que la existencia lo expone; el hierro para transformarse en un elemento de utilidad, debe sufrir el increíble calor del horno y los golpes despiadados, pero certeros e inteligentes del herrero.
Sin sacrificio y determinación en la vida no hay nada más que tedio y frustración, harapos y alienación.
Mientras desgrano estas reflexiones que podrán o no, ser compartidas, me viene a la mente una alegoría que refiere al hecho de que un jardinero laborioso y de muy buen corazón, se encontró mientras podaba un rosal, con una crisálida de color blancuzco, deteniéndose a observarla con la fascinación que en un hombre piadoso, pueden producir los milagros de la naturaleza.
Pudo percatarse el jardinero que la crisálida se movía casi permanentemente, como queriendo liberarse de ese capullo que la aprisionaba, por lo que su corazón le indicó que debía ser piadoso con ella, que debía ayudarla, liberándola de la prisión que la enclaustraba. Rápidamente tomó sus tijeras de podar, y desprendiéndola de la rama donde se encontraba asida, cortó el entramado de fibras que la envolvía, descubriendo en el interior, una hermosa mariposa multicolor, dispuesta ante su temprana liberación, a extender las alas, a dejarse ir, a ser una con el viento y así, cumplir su compromiso con la naturaleza.
La mantuvo unos instantes entre sus manos ahuecadas, la miró con devoción y haciendo un ligero ademán, la impulsó al vuelo, vuelo éste, el que lamentablemente no fue de más de uno o dos metros, pues sus alas aun débiles no la sustentaron, cayendo entre la gramilla. Cuando el jardinero asombrado, intentó ir a su encuentro para prestarle auxilio, un gorrión regordete y gris que había estado allí desde el principio, esperando su turno, pasó raudo, llevando entre su pico, una malograda mariposa cuyo sueño de volar, había durado apenas quince segundos.
Al analizar esta alegoría inferimos necesariamente, en que muchas veces nuestros hijos se revuelven en la vida tratando de hacer pie, procurando levantar cabeza para iniciar el periplo al que están llamados por su existencia; son como la crisálida que se esfuerza por romper la fibra que los envuelve y que nosotros, jardineros de la vida, debemos respetar, en el entendido que ese forcejeo constante, lo que está procurando es fortalecer sus alas para que una vez libres, puedan alzar exitosamente el esperado vuelo, evitando caer en el voraz pico del gorrión.
Como padre, uno desearía muchas veces ir delante de nuestros hijos, por la senda en que ellos deben caminar, barriéndoles las piedras, retirando los escollos, aplanando montículos, apartando ramas, cubriendo baches; pero no es así, lo que cómo progenitores debemos hacer es enseñarles a caminar, aun a tientas, a pisar seguros, a ser precavidos, a rodearse de buenos camaradas para la peregrinación, a saber leer los planos del camino para evitar yerros innecesarios, aunque de éstos también se aprende, y mucho.
Enseñarles a que el capullo que los rodea, los aprieta y los limita, sometiéndolos, sólo debe atizar en ellos la flama de la rebeldía, que con su resistencia a romperse, lo único que hace es reafirmar la voluntad de emerger victoriosos y fuertes del mismo.
Debemos aprender a convivir con las frustraciones y el llanto de nuestros amados hijos, es parte del crecimiento, es componente indispensable para su maduración y formación para la vida; recordemos que algún día nos será dado armar las valijas para el viaje largo, y ya no podremos estar junto a ellos, de ahí la necesidad de proveerles de armas para enfrentar el porvenir.
El día llegará en que deban encontrarse ellos mismos cual el jardinero, enfrentados a la crisálida que oprime y resguarda a la vez, el espíritu de sus hijos, tus nietos, y de lo que tú les hayas enseñado, de lo que te hayas preocupado en transferirles, dependerá que se mantengan alertas ante la maravillosa e inexorable evolución, donde la naturaleza promete el más hermoso vuelo, o vayan corriendo a buscar sus tijeras de podar.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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