Tal vez sea éste el momento para retomar el camino con otro ánimo (por José Luis Rondán)

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José Luis Rondán
José Luis Rondán
Cuantas veces en determinado recodo de la vida nos planteamos una revisión de toda nuestra trayectoria; de todo aquel camino que hemos andado, de las sendas que hemos hollado buscando, tropezando, construyendo, compartiendo, malogrando, destruyendo, procurando desde nuestro íntimo silencio, la profunda introspección que nos enfrentará a nosotros mismos; para bien o para mal.
Cuantas veces en solitario o en grupo hemos manifestado que a esta altura de la vida ha llegado el momento de hacer un alto; de tomar lo pasado como parte de una experiencia que si bien aportó de alguna forma a nuestro crecimiento, ahora nos dice que es el momento de cerrar las puertas a nuestra historia pasada y retomar el camino con una nueva expectativa para la vida, con nuevas ilusiones, con otras esperanzas, con renovados bríos, al decir de un viejo conocido.
Cuantas veces pretendimos apagar la luz de la habitación de la vida que hasta allí habíamos vivido, con la firme determinación de salir de ella, de abandonarla de un portazo como para dejarla con todos sus recuerdos, con todos sus viejos muebles arrumbados, su desorden, su humedad… y tan solo pudimos al alejarnos de ella, vernos inundados de la oscuridad de aquello que nunca nos abandonará, porque con los años se ha transformado en parte de nosotros y por ende, solo nuestra reflexión profunda acerca de su naturaleza, hará que lo aceptemos; que esa pesada carga de recuerdos tantas veces amargos, tantas veces incómodos y agobiantes, sean menos pesados, menos amargos, incómodos y agobiantes.
En definitiva, todos, tal cual lo he expresado infinidad de veces, nos debemos de alguna manera a esa mochila que nuestro karma nos ha impuesto y que cada uno acomoda sobre sus espaldas de la mejor manera. De nada vale procurar sacudirla, arrastrarla, intentar que sea otro quien cargue con ella, pues en su interior cabe todo lo que hace a esta existencia de caminantes. Lo bueno, lo malo, lo que nos hace felices y lo que nos provoca el llanto, lo que en realidad nos servirá para la superación en la vereda en que estamos ubicados, así como lo superfluo e inútil que seguramente fue a parar allí por ser vistoso, llamativo o simplemente por la tonta inclinación a juntar cosas.
Lo importante es saber detenerse a tiempo, buscar la mejor fronda, la sombra más placentera y descalzarnos, hundir los pies en la tierra para conectarnos con lo ancestral y desde allí reorganizar la carga; quitar lo innecesario, el peso muerto, lo baladí, y acomodar lo que en verdad nos será de utilidad, ponerlo a mano, reacondicionarlo, tenerlo en cuenta.
Tal vez sea éste el momento, dada la distancia que hemos recorrido, para retomar el camino con otro ánimo; ya más ligeros de equipaje, ya con otra perspectiva para la marcha, con otro ímpetu en el corazón, revalorizando las heridas coleccionadas en el periplo, considerando las cicatrices que hablan de nuestro trayecto; atesorando aquellas experiencias que nos fueron haciendo madurar y de poder hacerlo, compartiendo las cosas importantes con los que vamos por la misma huella.
A veces puede ocurrir que ese alto en el sendero haga decaer en nosotros las energías para la marcha, y abriguemos en nuestro pecho la idea de que hasta allí llegaremos, que no daremos un paso más, ya por agotamiento, ya por frustración o por mera soledad, pero es aquí donde las fuerzas se desdoblan, donde la intuición, la razón y el corazón se hacen voluntad y pujanza, conjuntando fuerzas para hacernos mirar el horizonte con la determinación de quien sabe lo que quiere y hacia donde desea ir.
No podemos dejar de recordar que el agua siempre es agua, ya sea liquida, sólida o en forma de vapor y ya sea de una manera o de otra, siempre debe estar en movimiento para cumplir sus objetivos que como el vital elemento que es, debe cumplir; esa es su naturaleza, su razón de ser para la vida en el planeta y si ella se estancara y no pudiera dejar su sitio escurriéndose o evaporándose, estaría seguramente destinada a pudrirse.
Hasta el hilo de agua más sutil e imperceptible, al igual que la vida más sencilla y humilde, tiene un compromiso con la naturaleza donde se desarrolla, la de seguir su destino; el arroyo, la fuente de agua, el riachuelo, marchar hacia el mar tesoneramente, a pesar de los escollos, de las barreras, de los supuestos impedimentos, y el hombre, el ser humano, tan semejante al agua grandiosa de la vida, debe, aun llevando consigo sus pesares, el tantas veces pesado morral que lo identifica como mortal, apuntar el interés primordial de sus acciones, el llegar en sus tiempos y con su propio esfuerzo al extenso mar de las almas, que han conseguido un día desembocar en el profundo e insondable océano de la existencia.
Debemos recordar que esto de llegar a nuestro destino para la superación, para la concreción última de nuestros cometidos como seres dotados de un alma, no es una carrera; no se trata de ver quien arriba más rápido o sortea mejor sus obstáculos, sino de llegar entero, de alcanzar las metas de la vida con el corazón en paz con nosotros mismos, sabiendo que hemos cumplido con cada estación, con cada etapa, habiendo causado el menor daño posible, la menor desarmonía en el universo en que debimos transitar, sabiendo además que más cerca o más lejos tendremos que volver a pisar estos mismos suelos y la forma en como lo hagamos dependerá de la forma en que lo dejemos al partir.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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